
Carla Otero es una muchacha menuda y tímida –al menos, cuando tiene una grabadora delante– que nació en Alcorcón hace diecinueve años y que mata toros de 400/500 kilos. Alumna de la Escuela Taurina de Guadalajara desde 2016, ha triunfado en una pila de bolsines y, como novillera, ha toreado en plazas como Alicante, Pontevedra, Albacete, Jaén o Riobamba (Ecuador). La conocí en un sarao de la Fundación Toro de Lidia al que me invitó el gran periodista Chapu Apaolaza. Me pareció un personaje imposible o, cuando menos, improbable –su perfil no encaja, por fortuna, en el canon de mujer elaborado por el Ministerio de Igualdad–, y, por ello, muy interesante. Así que aquí hablamos sobre verdades, mentiras, libertad y toros.
P: Curro Romero, a Zabala de la Serna: "La verdad es muy difícil, y tiene tanta fuerza… Pero ya nadie dice la verdad". ¿Cuánta verdad hay en el toreo?
R: En lo que es el toro, toda. El toro es un animal que puede matar. Esa es la realidad del toreo y, en ello, está toda la verdad. Pero, más allá del toro, creo que cada vez hay menos verdad.
P: ¿Por qué?
R: En el sistema, digamos, se están perdiendo la palabra y la justicia. Se está perdiendo eso que llamamos "la verdad del toreo". Hay muchos intereses que van más allá de lo que se le hace al toro en la plaza. Fuera del ruedo, hay más mentiras que verdades.
P: El torero que no tiene verdad o que no la transmite…
R: Transmitir es la base. Un torero que finja o un torero que no transmita verdad no tiene camino: tanto el toro como el público te exigen darlo todo.
P: ¿Qué ha aprendido del ser humano toreando?
R: Muchos valores: entereza, superación… Son esos valores que la sociedad está perdiendo, esos que se ven en los héroes de los libros. Y en el toreo siguen estando. Sobre todo, cuando viene la parte más dura de la profesión. Ahí salen esos valores que ninguna otra profesión tiene. Más allá del toreo, para mí eran desconocidos.
P: ¿Y qué ha aprendido de sí misma?
R: Lo primero, he aprendido a hacer posible una cosa que, en un principio, creía imposible. Y, con ello, a crear algo que emocione, una obra artística, por así decirlo. Para mí, el toreo es una obra de arte. He aprendido a saber dónde está mi límite.
P: Plagiando a Pilatos, ¿qué es la verdad?
R: Para mí, la verdad consiste en entregarte. Luego, la verdad incluye otras cosas: tener fe, confianza… La verdad es que nunca me he parado a pensar lo que me preguntas (risas).
P: ¿Dónde hay más verdad: en una plaza de toros o en el Primark de la Gran Vía?
R: En una plaza de toros, sin duda. El torero que se enfrenta al toro se está jugando la vida. A partir de ahí, no hay más verdad que esa. Es lo que te he comentado antes de que: a lo mejor, en los despachos, fuera de la plaza, en general, puede existir la mentira, pero la verdad es absoluta en el ruedo.
P: ¿Y cuál es la gran mentira que orbita en torno a la tauromaquia?
R: Creo que se dice mucho que el mundo del toro es un mundo de buenas personas, con muchos valores.
P: Desde el mundo taurino, quiere decir.
R: Claro. Vas a la escuela taurina y te dicen que vas a aprender muchos valores. Sin embargo, luego te das cuenta de que puede no existir la justicia que tanto ha caracterizado al mundo del toro, la verdad o el respeto. Muchas veces, el respeto se pierde desde dentro. Incluso, en la plaza de toros, el público pierde el respeto al torero.
P: ¿Mienten los animalistas?
R: Sí. Parten de un desconocimiento total: de la naturaleza, de los animales…
P: ¿Los toros son un garante de libertad?
R: Sí. Es un espectáculo libre, aunque cada vez menos. Está libre de política, de ideologías, de cuestiones de género…
P: ¿Usted ha hecho o dicho siempre lo que ha querido?
R: Nunca nadie me ha coaccionado, ni dentro del mundo del toro ni fuera. El toro, para mí, no fue una cosa vocacional. No crecí viendo toros, empecé más bien tarde. Nací en Alcorcón pero, cuando tenía tres años, mi familia se mudó a Guadalajara. Es una provincia muy taurina: hay muchos encierros, novilladas, etcétera. Fue mi hermano al que más le llamaron la atención, el que tiraba un poco de la familia. Dio el paso con catorce años de entrar en la escuela taurina. Era un mundo que desconocía por completo. La primera vez que vi un toro fue con diez u once años. En un momento, quise intentarlo. Fui un día a entrenar, a coger la muleta y tal, y luego, en un tentadero, el maestro me cogió en brazos y, a partir de ahí, hasta el día de hoy. Al principio, mi madre se asustaba, claro.
P: Como para no hacerlo.
R: Yo tenía doce años y mi madre me decía: "¿Tú cómo vas a torear?".
P: ¿El miedo se pierde?
R: No, no. Al principio, no pasaba miedo por puro desconocimiento. Desconocía el peligro. Ahora sí tengo miedo a una voltereta: sé lo que es y cómo duele. El miedo va a más.

