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Real Madrid y Barcelona, víctimas de sí mismos

Los dos equipos se veían en la final antes de comenzar las semis. La tocaron con los dedos, pero cayeron en el último momento.

Muchos son los que vaticinaban, antes incluso de comenzar los octavos de final, que Real Madrid y Barcelona iban a disputar la final de la Copa de Europa. Nadie dudaba de su superioridad respecto al resto de equipos. Era imposible que cualquier conjunto les eliminara. Lo pensaban todos. Aficionados, periodistas y los propios jugadores, aunque ahora lo nieguen.

Pero el fútbol ya ha demostrado en muchas ocasiones que los partidos no se ganan antes de comenzar, sino sobre el verde, y ni culés ni madridistas han logrado superar a dos conjuntos, Chelsea y Bayern, que supieron cómo jugarles y cómo dejarles en la cuneta, a un paso de su final.

No hay duda de que los dos conjuntos españoles son superiores a sus rivales ingleses y alemanes. De que, en condiciones normales, les deberían haber eliminado. Pero a unos, el Barcelona, les faltó suerte; y a otros, el Real Madrid, les faltó carácter. Todo, por pensar antes de tiempo que la eliminatoria ya estaba resuelta. Por menospreciar a dos rivales que, aún siendo inferiores, eran todo un Chelsea y todo un Bayern de Munich.

Historias similares, finales idénticos

A tenor de lo visto por las declaraciones posteriores a ambos encuentros, los dos partidos de ida –con el 2-1 en Munich y el 1-0 en Londres- fueron dos accidentes que se podrían, se deberían, remontar en los partidos de vuelta en territorio español. Nadie se paró a analizar los problemas del Barcelona para ver portería ante el Chelsea -crucial sólo seis días después- ni la relajación del Real Madrid al lograr el 1-1 en el Olímpico. Daba igual, no eran malos resultados. Se iba a golear en casa.

En los partidos de vuelta, tanto Barcelona como Real Madrid se encontraron con que a las primeras de cambio le habían dado la vuelta a la eliminatoria. Con que todo iba a ser un camino de rosas. Nada más lejos de la realidad. Porque en ese momento, fruto de la relajación o del cansancio –está claro que el clásico entre medias de ambos partidos no ayudó- sus rivales se crecieron y terminaron asestando sendas estocadas a los dos equipos españoles.

A los azulgrana les faltó suerte. Está claro. Fueron muy superiores a un Chelsea que apenas se atrevió a salir de su área, y sólo la mala fortuna –con dos remates a la madera incluidos- impidieron el pase azulgrana. Pero el caso se torna más sangrante si tenemos en cuenta que los de Guardiola se encontraron con el 2-0 y un hombre más antes del descanso, y se dejaron remontar hasta el 2-2.

Del Real Madrid no puede decirse lo mismo. No jugó contra diez, ni fue superior a su rival, un Bayern que, todo sea dicho, es mucho más equipo que el Chelsea. Dejó escapar una ventaja de 2-0 lograda en apenas quince minutos y, peor aún, no demostró nada de carácter a partir del 2-1, ninguna ambición para marcharse a por la victoria ante un conjunto alemán que se sintió muy cómodo hasta llegar a los penaltis. Ahí podía suceder cualquier cosa, y sucedió lo que nadie esperaba dos horas antes.

Todos soñábamos con una final española. Todos la vaticinamos. Era improbable que no fuera así. Y lo peor de todo, fueron los propios jugadores los que se lo creyeron. Pero el fútbol demostró una vez más que no entiende de lógicas, sino de sentimientos, de entrega, de lucha, de morir por cada balón desde el minuto uno al minuto noventa. Que nunca se gana ningún partido antes de que el árbitro decrete el final. Y, mucho menos, antes de comenzar el mismo.

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