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El penúltimo raulista vivo

Abro un paréntesis

Dice Pellegrini en El Mundo que "al entrenador del Madrid, sea quien sea, al final siempre se le trata como a un tarado". Y aquí, antes de seguir, abriré un paréntesis con objeto de transcribir el cuento popular ruso de Pedro y el Lobo, transformado después por Sergei Prokofiev en una maravillosa composición sinfónica:

"Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando sus ovejas y, como muchas veces se aburría mientras las veía pastar, pensaba cosas que hacer para divertirse. Un día, decidió que sería buena idea divertirse a costa de la gente del pueblo que había por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar:

- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!

La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano y corriendo fueron a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor. Y se enfadaron. Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que pensó en repetirla. Y cuando vió a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:

- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!

Las gentes del pueblo, en volverlo a oír, empezaron a correr otra vez pensando que esta vez si que se había presentado el lobo, y realmente les estaba pidiendo ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riendo de ver como los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enojados. A la mañana siguiente, el pastor volvió a pastar con sus ovejas en el mismo campo. Aún reía cuando recordaba correr a los aldeanos. Pero no contó que, ese mismo día, si vió acercarse el lobo. El miedo le invadió el cuerpo y, al ver que se acercaba cada vez más, empezó a gritar:

- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Se va a comer todas mis ovejas! ¡Auxilio!

Pero esta vez los aldeanos, habiendo aprendido la lección el día anterior, hicieron oídos sordos. El pastorcillo vió como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, y chilló cada vez más desesperado:

- ¡Socorro! ¡El lobo, el lobo! - pero los aldeanos continuaron sin hacer caso.

Es así, como el pastorcillo vió como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras para la cena, sin poder hacer nada. Y se arrepintió en lo más profundo de la broma que hizo el día anterior". Cierro paréntesis.

Siguiendo con el titular que Pellegrini les regala a Alcaide y Carbajosa, ("al entrenador del Madrid, sea quien sea, al final siempre se le trata como a un tarado") el peligro que le veo yo a este asunto es que el Madrid acabe efectivamente contratando a un tarado, en el sentido de alocado y no de tonto o bobo, que diga algo así como que "al entrenador del Madrid, sea quien sea, al final siempre se le trata como a un tarado", y nadie haga caso por haberlo escuchado falsamente en otras ocasiones. Aún más inquietante que eso sería el hecho de que el entrenador del Madrid, "sea quien sea", no viera lo que ve absolutamente todo el mundo y acabara tratándonos a los demás como si fuéramos unos tarados, en el sentido de locos y no de bobos o tontos.

La afirmación de Pellegrini, un hombre que cuida con esmero el lenguaje y no se mete en jardines innecesarios de los que luego no sepa a ciencia cierta que se puede salir con otras palabras, no me parece baladí. No recuerdo que el Bernabéu tratara jamás a uno de sus entrenadores como si fuera un tarado, lo que sí sé es que a todos y cada uno de los entrenadores que han pasado por el Madrid se les ha exigido tradicionalmente dos cosas: ganar partidos jugando bien al fútbol. Y todos, por supuesto, aceptaron con sumo gusto el reto contenido en esa cláusula invisible del contrato. El recuerdo constante de Pellegrini hacia Capello, Heynckes, Schuster, Hiddink, Queiroz o Del Bosque tiene una única finalidad: hacernos ver que él sí sabe hacia dónde se encamina y que tirará de Zenón para aguantar la injusta flagelación a la que se ve sometido. Será que yo estoy ciego o falto de entendederas porque miro y no veo, espero y me desespero. Menos mal que está ahí Pellegrini para guiarnos entre tanta oscuridad.

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