Es digna de estudio la hiperactividad del madridismo a la hora de celebrar... a quienes ya no están. Más aún si a dicha hiperactividad le añadimos una pasividad rayana en el masoquismo a la hora de apoyar a quienes sí siguen aquí. La muestra más reciente, aunque hay uno o dos millones de ejemplos dando vueltas por ahí, es la saudade por Mourinho, a quien un sector amplísimo de madridistas simplemente dejó despeñarse para caer en brazos de los Tattaglia, o el recibimiento con cohetes y todo a Raúl, Baúl cuando jugaba con la camiseta merengue. Ahora toca acordarse de Özil, que ya no es aquel chaval de vida disoluta y ojos saltones sino un serio candidato a conquistar el Balón de Oro a quien Arsene Wenger, que lleva sin ganar un título desde que en España se jugaba al yoyó, hará carburar definitivamente, y de Higuaín, rebautizado como Igualín nada más fichar por el Madrid. El primero hará campeón de la Champions al Arsenal y el segundo conquistará él solito el calcio para el Napoles de Benítez, el otro olvidado.
Y lo que yo digo es que ya veremos en mayo, que además de ser el mes de las flores es también cuando se baten los huevos para hacer la tortilla. Y lo que yo digo, con perdón, es que no es lo mismo el Madrid que el Arsenal o el Nápoles. Y lo que yo digo es que no me parece que entre las mil mejores ideas madridistas esté la de acribillar a balazos a Benzema, que es clarísimamente el 9 titular de Ancelotti, reclamando permanentemente a Morata o a Jesé. Y lo que yo digo es que hay que tener el carácter necesario y el pulso firme para creer en un proyecto, el que sea pero uno, y cuidarlo, mimarlo, arroparlo... Y lo que yo digo es que a lo mejor el gran problema del Real Madrid son algunos madridistas. Desafortunadamente el madridismo, y perdón por la injusta generalización, es hoy por hoy fácilmente manipulable y se deja seducir por unas encantadoras sirenas que tienen todas la cara de Gisele Bündchen pero que, en el fondo, no son más que unos tíos con barba, calvos y más bien fondones.
Se insiste sibilinamente en que Florentino Pérez fue personalmente a fichar a Benzema, deslizando la idea de que el francés juega porque lo ordena el presidente; pero, por otro lado, se oculta que Mourinho convenció al añorado Özil para que fichara por el Real Madrid. Es como si los madridistas otorgaran un rango superior de credibilidad a aquellos jugadores que se fueron por dinero o para mejorar su situación deportiva. Lo mismo pasó con Robben, que estuvo más tiempo en la camilla que en el campo. O con Robinho, que iba a ser el número uno mundial. O con Makelele, sin cuyo concurso el Madrid se partiría en dos quedando el estadio Santiago Bernabéu inmediatamente absorbido por una zanja. Y ocurrirá con Benzema cuando, harto, se vaya al Milan o al PSG. Didí, que en paz descanse, también era un superclase y sin embargo estuvo sólo un año aquí porque a Di Stéfano no acababa de convencerle aquello de que entrara al vestuario con la camiseta más limpia que al principio. Llorad a Özil, hijos míos, y hacedle pasar las de Caín a Benzema. Clamad por Mourinho ahora que ya no está. Abrazad la fe del higuainismo cuando ya se ha ido. Sacrificad a Diego López al Becerro de Oro. Y exigid que Benítez se haga cargo del banquillo. El caso es sufrir. Sufrir y hacerle el caldo gordo de cultivo a los Tattaglia, que se frotan las manos. Es una opción.