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Jorge Nemes, del campo de concentración soviético a jugar con el Real Madrid (II)

Segundo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la historia de Gyorgy Nemes, que jugó una temporada en el Real Madrid.

Segundo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la historia de Gyorgy Nemes, que jugó una temporada en el Real Madrid.
Jorge Neufeld Nemes, exjugador de Racing de Santander, Real Madrid y Hércules. | CIHEFE

Entre los numerosos futbolistas que un día lucieron la camiseta del Real Madrid, hubo un húngaro virtualmente desconocido para casi toda la feligresía merengue. Y eso que sus peripecias personales difícilmente serían superadas por un buen guión cinematográfico del mejor Hollywood.

Natural de Budapest (17 de junio de 1920), Jorge Neufeld Nemes se alineaba a los 19 años con el MTK de la capital húngara, mientras estudiaba el primer curso de Medicina. La II Guerra Mundial truncó todos sus proyectos, al cambiarle la ropa deportiva por un uniforme de soldado con el que estuvo combatiendo en distintos frentes, hasta ser hecho prisionero por el ejército ruso en 1941. Le esperaban cinco años terribles en el campo de concentración de Marsanks, próximo a Moscú. Cinco años de constantes malos tratos, enfermedad, frío, trabajos forzados y muchísima hambre. "Al principio éramos 25.000 húngaros —rememoró en distintas entrevistas—. Cuando acabó la guerra con Hungría y nos liberaron, ni siquiera llegábamos a 10.000". Él mismo bordeó la muerte, al contraer tifus, salvándose contra cualquier pronóstico. De vuelta a Budapest encontró su familia tan destrozada como el edificio en el que habitaban. "Tenía novia —confesó también—. Esa novia vivía en casa, con mis padres y dos de mis hermanos. Pero un bombardeo aéreo acabó con todos". No sólo perdería a esos hermanos, sino a otros dos más en distintas acciones bélicas. Tremenda cicatriz en su alma, no muy distinta a la de otros muchos combatientes en un conflicto que segó las vidas de 60 millones de congéneres.

Había que rehacerse, pese a todo, y después de vagar durante varias jornadas como un sonámbulo por las calles de su ciudad semiderruida, se esforzó en indagar sobre el paradero de otros familiares. Supo, entonces, que una hermana casada vivía en París. Aparecía un motivo para enredarse en arduas gestiones, contactar con la Cruz Roja, insistir ante burócratas sobrepasados de trabajo, suplicar, cubrir formularios con una historia no muy distinta a la de tantos desdichados en similares circunstancias, demandando autorización para salir del país. "Por fin me extendieron el pasaporte y partí hacia el reencuentro. Los dos pensábamos que ya no nos podían quedar lágrimas, pero lloramos como niños, fundidos en un abrazo interminable. Empezaba otra etapa en mi vida. No desde cero, sino con saldo muy negativo".

El deporte rey como salvavidas

Y esa segunda oportunidad arrancaba como la primera, jugando al fútbol. Era lo que sabía hacer, aunque le llevara tiempo recuperar cierta presencia física, luego de tantas privaciones. Cuatro temporadas en el campeonato galo, tres casi completas disfrutando de Primera División con el Sète, equipo de la pequeña Venecia occitana, un breve paso por el Stade Français, y otra campaña en el Girondins bordelés para festejar al final de la misma un ascenso a la máxima categoría, le reconciliaron con esa nueva existencia. Porque si no se le dieron mal sus días entre el Mediterráneo y la laguna de Thau, donde destacó sobremanera fue en Burdeos, la temporada 1948-49. Su mejor campaña, sin duda, disputando prácticamente todos los partidos, anotando muchos goles y dirigiendo el juego atacante, domingo tras domingo, desde su banda derecha. Entonces le llegó una oferta desde Santander para incorporarse a nuestras competiciones. "Casi no podía creerlo —dijo varios años después, volviendo la mirada hacia el pretérito—. Había leído libros sobre España, conocía parte de su historia y sin que supiera exactamente por qué, el país siempre me inspiró atracción. Así que hice las maletas enseguida".

Con la camiseta del Racing estuvo imponente, hasta el punto de cantar 25 goles, de ellos 16 en 21 partidos de Liga. Y eso que entonces la categoría de plata tenía mucho más de cobre y hojalata, según acertara a diagnosticar: "Hay poca calidad. Mucha fuerza y poco fútbol. Por eso se juega tan duro, conduciendo mucho el balón individualmente. La Segunda División aquí es realmente dura, no por el esfuerzo que requiere, sino por cómo se emplean los defensas". Todo un ídolo en los Campos de Sport de El Sardinero, condujo en volandas a los cántabros hasta la Primera División, perdiendo muy pocos partidos. Y sin tiempo para saborear el éxito, la oferta del Real Madrid. Volvía a soñar por fin, puesto que la directiva norteña dio por buenas las 200.000 pesetas ofertadas —más otras 150.000 por campaña para él, más sueldos mensuales y primas—. Aquello suponía ver colmado el mejor anhelo, pese a que la decepción llegara envuelta en traje de gala. Porque el esmoquin merengue acabo sentándole bastante mal.

Lesiones y enfermedades

Una fractura de tobillo a las primeras de cambio, mientras disputaba un partidillo de entrenamiento ante el Plus Ultra, le mantuvo cuatro meses en dique seco. Cuando parecía haber recuperado el tono, comenzó a sentirse desganado, sin fuerza y somnoliento. Los médicos le diagnosticaron una úlcera duodenal que requirió intervención quirúrgica. De nuevo otro parón obligado y cuando volvió a estar listo habría de verse entre los elegidos para saltar al viejo campo donostiarra de Atocha, en una mala tarde colectiva, donde el balón sólo tuvo un dueño vestido de blanquiazul. Su único partido oficial con el Madrid. "No sé, a veces pienso que me he equivocado queriendo ganar más dinero —se sinceró ante un entrevistador—. En Santander estaba muy bien, y hasta es posible que de haber reclamado un pequeño incremento me lo hubiesen concedido. De todos modos estoy dispuesto a abrirme camino en la capital. Ya es una cuestión de orgullo".

Pero no le dieron esa oportunidad. Concluido el campeonato correspondiente a 1950-51, fue cedido al Hércules para las siguientes dos campañas, en Segunda División. Y allí, nuevamente, volvería a cruzarse en su camino el Plus Ultra, su gafe, como el mismo lo definiera. "Algo me pasa con este equipo. Tres veces me he lesionado jugando contra ellos. No me lo explico". Pese a todo, entre los alicantinos volvió a reencontrarse con el gol (un par de tantos en 12 partidos). Aunque hacia el final de la temporada 1951-52 era muy consciente de que no volvería al primer equipo blanco. "En ese sentido no me ayuda el hecho de ser extranjero, a causa de las limitaciones en su número. Podría volver a Santander, si es que tienen interés en mí, porque lo cierto es que me agradaría seguir en España". Lo del retorno a Cantabria, sin embargo, no cuajó.

La Federación Española, a instancias de la Delegación Nacional de Deportes, había modificado su anterior regulación. Ya no podían alinearse dos extranjeros por partido, más otros dos nacidos en países latinoamericanos, sino simplemente dos, cualquiera que fuese su origen. De golpe, a varios equipos con cuatro foráneos en plantilla, les sobraban la mitad.

Del fútbol al periodismo

En septiembre de 1951, durante una larga charla con el periodista Juan de Diego, hizo gala de amplios conocimientos balompédicos, al afirmar que el fútbol español requería cierto periodo de adaptación, por su rapidez. Y añadía: "Sólo hay un jugador húngaro que se adaptaría inmediatamente: Kubala. Pero es que Kubala tiene una clase excepcional; para mí no hay otro igual". Ladislao Kubala, aclarémoslo, aún estaba a expensas de resolver su situación legal para incorporarse a nuestra Liga. Y Nemes no erraba en su vaticinio. Con respecto al mejor extremo de nuestro fútbol, tampoco le cabían dudas: "Basora. Lo vi jugar en Colombes contra Francia y me entusiasmó". En su opinión, el mejor jugador español era Panizo (1), y si tuviera que componer una selección lo haría con el quinteto atacante del Athletic de Bilbao, la media y los defensas del Valencia, y para la puerta Eizaguirre y Alonso. Haciendo planes de futuro, contaba con seguir activo hasta los 36 años: "Me cuido mucho, no fumo, no bebo…" Parecía olvidar aquellos cinco años de internamiento en condiciones infrahumanas, un desgaste que no iba a salirle gratis. Y después del fútbol, lo de casi siempre: "Me haré entrenador. Tengo el título húngaro, así que sólo tendría que revalidarlo aquí". Mientras tanto, tampoco hacía ascos a trabajar en algo: "Hablo cinco idiomas… ¿No sabrá usted de alguna colocación?".

Gyorgy Nemes colgó las botas sin cumplir los 33 años, y no eligió la azarosa vida de entrenador. En cambio sacaría partido a su condición de políglota, fundando en España la agencia de prensa Keystone-Nemes, donde trabajó activamente. Se despidió de este mundo en 1988, a los 67 años, y quede como anécdota que su hermano menor, Alexandre, también fue futbolista, siendo internacional con las selecciones de Hungría y Austria.



(1).- No todos valoraban en su justa medida el juego del interior izquierdo bilbaíno, y Nemes, al destacarlo, evidenciaba su buena pupila. Desde Inglaterra llegaron hasta la sede del At. Bilbao propuestas de fichaje, en una época que las estrellas españolas no recibían ofertas del exterior. El traspaso resultó imposible, no sólo ante la negativa del club rojiblanco, sino porque las autoridades deportivas nacionales del momento no lo estimaron conveniente. Entonces fichar por clubes extranjeros implicaba no alinearse con la selección nacional española, salvo que el club foráneo se aviniese a establecer algún acuerdo puntual con nuestra Federación.

* José Ignacio Corcuera es socio del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE).

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