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Ron Jones, el portero de Auschwitz

El fútbol le permitió sobrevivir en uno de los lugares más infernales de la historia. Fallecería a los 102 años, aunque el trauma le acompañó siempre.

El fútbol le permitió sobrevivir en uno de los lugares más infernales de la historia. Fallecería a los 102 años, aunque el trauma le acompañó siempre.
Fotograía de Awschwitz | Wikimedia Commons

En 1967, Ron Jones, profesor de historia del Cubberley High School, un instituto de Palo Alto, California, llevó a cabo un estudio con el objetivo de demostrar que, a pesar del rechazo que aparentemente pueda provocar, cualquier sociedad libre y abierta puede estar tentada por el atractivo de las ideologías autoritarias.

Implicó a sus alumnos de secundaria en una serie de gestos aparentemente sencillos, basados en la disciplina. Enfatizó, por ejemplo, en la manera de sentarse y comportarse en clase, de saludarse, o de dirigirse al profesor. Los alumnos obedecieron de inmediato. Y pronto el movimiento se extendió más allá del aula.

Lo llamó La Tercera Ola, y generó una gran conmoción. Estuvo a tiempo de detenerlo. No salió del círculo más cercano. Pero quedó patente la fuerza de unidad y de pertenencia que puede generar un movimiento de ese género.

Unos años antes, otro Ron Jones había vivido esa misma experiencia de manera directa. Real. Traumática. En el interior de la Alemania nazi. En Autschwitz.

Portero en el infierno

No se lo podía imaginar unos años atrás, cuando el joven Ron Jones trabajaba en una fábrica de acero de Cardiff, muy cercana a Newport, donde había nacido en 1917. Al empezar la Segunda Guerra Mundial, Ron se alegró al saber que no debería acudir al frente, dada su situación de trabajador metalúrgico cualificado.

Sin embargo, un mecanógrafo puso sus papeles en el montón equivocado, y Ron Jones fue llamado a filas. Combatiría en Libia, donde sería capturado por las fuerzas alemanas. Sería enviado a un campo de prisioneros de guerra italiano. Y tras pasar allí más de un año, sería trasladado a Auschwitz. Concretamente al subcampo E715.

"Lo que más recuerdo al llegar fue un intenso y extraño olor. Pregunté de dónde venía. Y me dijeron que era el crematorio. Que ahí estaban quemando y gaseando a los judíos. Tardé varias semanas en creer que aquello fuera cierto", declara Jones en una extensa entrevista en el Daily Mail. "Sólo pensábamos en cuándo sería nuestra turno".

Aunque para su fortuna los prisioneros británicos no eran tal maltratados. Eran forzados a trabajar 12 horas diarias de lunes a sábado, y sus condiciones de vida, aunque duras, no alcanzaban la brutalidad que los judíos, gitanos, homosexuales… vivían a escasos metros.

Los domingos tenían el día libre. Y lo aprovechaban jugando al fútbol. De hecho, pudieron formar diferentes equipos, en función de su origen. Así, había partidos y competiciones entre galeses, escoceses, irlandeses e ingleses. Incluso la Cruz Roja, al enterarse de aquello, les hizo entrega de distintas camisetas para que cada equipo pudiera ir uniformado. Soldados alemanes acudían a disfrutar del espectáculo.

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Ron Jones, marcado en círculo, con el equipo de fútbol de Gales en Auschwitz.

Ron Jones jugaría como portero del equipo de Gales. De ahí que fuera conocido eternamente como El portero de Auschwitz. Un hecho que, a pesar de encontrarse inmerso en la peor de las pesadillas, le otorgaba cierta libertad; cierta esperanza de vida.

"Cuando estás en esas condiciones, jugar al fútbol los domingos suponía un placer, una evasión, para nosotros. Marcar un gol, hacer una parada o algo similar te llenaba de forma que no te volvieses loco".

Las marchas de la muerte

Aquellas condiciones y aquellos partidos se mantuvieron hasta prácticamente el final de la guerra. Pero entonces, cuando los nazis se veían ya cerca de la derrota, la pesadilla de Ron Jones no terminó. Sólo se transformó.

Junto a otros 200 prisioneros aliados les hicieron caminar durante 19 semanas, casi 15.000 kilómetros, a través de Polonia, Checoslovaquia y Austria. Era una de las marchas de la muerte, en las que las terroríficas condiciones acababan con la vida de muchos de los forzados. "Murieron más de cien compañeros durante el camino. No pudieron continuar. Hacía mucho frío…".

Finalmente, en Austria, Ron Jones sería liberado por las tropas estadounidenses. Fue entonces cuando, por fin, pudo volver a casa. A reencontrarse con su mujer, Gladys. A recuperar su vida en Gales. Aunque su vida nunca sería la misma. El trauma por lo que había vivido le acompañaría para siempre…

Tras su jubilación, se dedicaría a recolectar amapolas -el símbolo en honor a los caídos británicos en las guerras mundiales-, para luego regalarlas o vender a un precio simbólico. Un gesto en recordatorio a lo que había sido su vida, y en homenaje a todos aquellos que, a diferencia de él, no habían logrado sobrevivir.

Su muerte llegó el pasado 8 de septiembre de 2019, a los 102 años de edad.

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