
Si ya es difícil que en la Liga española, en cualquier época, un equipo modesto le gane a uno de los más grandes, incluso en su propio terreno y al amparo de su público, aun es más raro que lo golee, endosándole una infamante manita, como decimos ahora. Ocurre algunas veces, no obstante —cierto grado de imprevisibilidad es uno de los atractivos de este maravilloso deporte, aunque estadísticamente no se prodigue demasiado—, y sin ir más lejos sucedió en un campo ya desaparecido hace mucho tiempo, el de Vallejo, en Valencia, feudo del Levante Unión Deportiva, que aquel 11 de octubre de1964, víspera de la festividad de la Virgen del Pilar (Día de la Hispanidad o De la Raza, según el calendario franquista) se enfrentaba al Barça, entonces denominado oficialmente Club de Fútbol Barcelona. Pero antes de entrar en materia, veamos primero el contexto en que se produjo tan inesperado resultado, nada menos que un estrepitoso 5-1 favorable a los granotas…
David y Goliath visten de azul y grana
El Levante había ascendido por primera vez a la División de Honor en 1963. Como segundo clasificado en el Grupo Sur de Segunda, tras el Real Murcia, le correspondió disputar la promoción frente al Real Club Deportivo de La Coruña —el Dépor, para abreviar—, saliendo finalmente victorioso y logrando así un objetivo largamente perseguido. En su primera temporada en la élite va a mostrarse como un equipo muy goleador, y ya en su debut en la máxima categoría dará la pauta de esa efectividad realizadora cosechando un espectacular empate a 4 goles en su visita a Sarriá, donde el Español presentaba también oficialmente a su nuevo y sorprendente fichaje, un Ladislao Kubala que ya con 36 tacos había vuelto a los terrenos de juego, tras año y pico como entrenador del Barça, pero ahora en las filas del gran rival ciudadano del club donde había sido ídolo y leyenda durante toda una década.
Los azulgranas de Vallejo, aparte de destacados jugadores como el futuro lateral madridista Calpe y el medio volante exmerengue e internacional Vidal, contaban con una buena delantera, en la que formaban los catalanes Vall y Domínguez, ambos salidos precisamente de la cantera barcelonista, el brasileño Wanderley —hermano de Waldo, una de las grandes figuras del Valencia—, el andaluz Pepín y el navarro Serafín, un futbolista ya veterano. Al final lograrían mantener su plaza en Primera División sin grandes apuros, siendo décimos, con 27 puntos y 3 negativos, marcando la nada desdeñable cifra de 43 tantos (sexto equipo más realizador de la categoría, empatado con el Athletic de Bilbao), y obteniendo resultados tan llamativos como otro empate a cuatro a domicilio, en esta ocasión en La Romareda, ante un Real Zaragoza que sería nada menos que Campeón de la Copa del Generalísimo y de la Copa de Ferias en esa misma temporada 63-64. O su derrota mínima ante el propio Barça en los Poblados Marítimos, por ¡4-5!. E incluso uno de sus mejores elementos, el mencionado Ernesto Domínguez, llegará a debutar con la selección española absoluta en un amistoso contra Bélgica disputado en el vecino Mestalla en diciembre de 1963.
Pero en la campaña siguiente, 1964-65, las cosas van a ser muy diferentes para los levantinistas. En su banquillo ya no se sentará Quique, el entrenador a cuyas órdenes habían conseguido el ascenso, aquel antiguo guardameta del Valencia que saltó a la fama por encaramarse al larguero de su portería para celebrar el triunfo de los chés sobre el Barça (3-0) en la final de la Copa del Generalísimo de 1954. Su lugar lo ocupará ahora un tocayo suyo, el cántabro Enrique Orizaola, que precisamente había dirigido también al Barça, con el que perdió la final de de la VI edición de la Copa de Europa en 1961 frente al Benfica lisboeta,en el Wandorfstadion de Berna, la infausta tarde en la que unos malditos postes de sección cuadrada repelieron hasta cuatro disparos barcelonistas con marchamo de gol. Con una plantilla muy similar a la del estreno —aunque con la sensible baja de Vall, traspasado al Español— los granotas van a despachar un pésimo arranque liguero: empate a cero en Vallejo frente al Oviedo, derrota por 2-0 en el derbi valenciano de Mestalla, nueva derrota -esta vez en su propio feudo- ante el Real Zaragoza (0-1), e idéntico resultado adverso en Sevilla con el Betis de rival. Resultado: el equipo azulgrana valenciano era penúltimo, con 1 punto y tres negativos, y aun no se había estrenado como goleador tras cuatro jornadas.
El Barça, por su parte, venía de ser subcampeón de Liga el curso anterior, semifinalista de Copa —cayendo ante el Real Zaragoza de Los Magníficos— y eliminado en segunda ronda de la Recopa por el Hamburgo del mítico Uwe Seeler. Su excelente plantilla estaba dirigida por César Rodríguez, el famoso Pelucas, una leyenda del propio Barça y uno de los jugadores más destacados de nuestra Posguerra. En este nuevo curso no había arrancado con muy buen pie, pero después de sus dos primeros partidos de Liga saldados con sendas derrotas (2-1 ante la recién ascendida Unión Deportiva Las Palmas en el Insular, y 2-3 frente al Atlético de Madrid en el Camp Nou), parecía haber enmendado esos traspiés iniciales al imponerse al Deportivo de La Coruña en Riazor (1 a 2), y aplastar siete días más tarde al Real Murcia en el coliseo azulgrana por 8-1, con cuatro goles de Chus Pereda. También había enmendado su tropiezo en la Ciudad Condal ante la Fiorentina por 0-1, en el partido de ida de la primera eliminatoria de la Copa de Ferias, al remontar a orillas del Arno -0 a 2-, gracias a dos tantos del delantero peruano Juan Seminario, la temporada anterior futbolista del conjunto toscano y ahora su gran esperanza para la campaña 64-65.
Sin embargo, es posible que el equipo acabase pagando el sobresfuerzo del Communale florentino, así como también el accidentado viaje de vuelta, pues el avión sufrió fuertes turbulencias cuando ya se aproximaba al Aeropuerto de El Prat, y más de uno besaría el suelo en plan Karol Wojtyla al tomar tierra, sano y salvo…Por otra parte, la plantilla barcelonista apenas si había podido disfrutar de descanso durante el verano, pues el club, muy apurado económicamente, se vio obligado a realizar una gira por diversos países hispanoamericanos (Argentina, Perú y México), para hacer frente a algunos ineludibles compromisos, y recaudar de paso algo de dinero, pues sus arcas se encontraban exhaustas, entre la onerosa factura del Camp Nou y los fichajes necesarios para formar un equipo competitivo. De hecho, el último partido en tierras aztecas se disputa el 5 de agosto, y los entrenamientos se reanudan el día 20 de dicho mes.
Todos los efectivos que el Barça va a poner en liza en terreno levantinista -con la única excepción de Torrent, el clásico currante del fútbol- eran internacionales con España (más Seminario por Perú y Re con Paraguay), y en concreto tres de ellos acababan de coronarse recientemente campeones de Europa con la Selección Nacional: Olivella, que había sido el capitán en el Bernabéu, recibiendo por lo tanto el trofeo, Fusté y Pereda. Enfrente formará una escuadra que presentaba buenos jugadores, pero que habían sido incapaces de hacer un solo tanto en cuatro partidos, 360 minutos de cronómetro. El encuentro, no obstante, contaba con el curioso precedente de la campaña anterior, en el que el doble enfrentamiento entre azulgranas había compuesto una verdadera oda al gol: 4-5 en Vallejo y 6-2 en el Camp Nou. Un desparrame.
Crónica de una goleada inesperada
A las órdenes del colegiado andaluz señor Ruiz Casasola, estas fueron las alineaciones presentadas por ambos equipos aquella tarde otoñal: por el Levante U.D: Fernández; Calpe, Gatell, Victoriero; Vidal, Carlos; Domínguez, Marañón, Torrents, Wanderley y Serafín, y por el Club de Fútbol Barcelona, Sadurní; Foncho, Olivella, Eladio; Vergés, Torrent; Zaballa, Pereda, Seminario, Fusté y Re.
A los 7 minutos de comenzado el encuentro, en una jugada del Levante por banda derecha, Vidal pasa al delantero centro local Torrents, que desvía al fondo de las mallas (1-0). Once minutos más tarde, en el 18, Wanderley remata de cabeza un saque de esquina botado desde la derecha por Serafín (2-0). El 3-0 llegaría poco después de cumplirse la media hora, en el minuto 32, y fue también obra del brasileño Wanderley, al rematar nuevamente un córner. Y con ese contundente marcador se llegó al descanso.
Pero una vez reanudado el encuentro no varió en absoluto la decoración, y los locales continuaron derrochando energía, velocidad, anticipación y buena puntería, puesto que en el minuto 51 va a ser Serafín quien haga el 4-0, tras lanzar Wanderley un golpe franco y rechazar de puños Sadurní, para que el extremo navarro, muy oportuno siguiendo la jugada, aumentase la cuenta granota. Y el 5-0 llega en el minuto 60. Remate del volante levantinista Carlos ante la pasividad de la defensa azulgrana, Sadurní tampoco acierta a blocar el esférico, y de nuevo Serafín se aprovecha del rechace, y desde cerca, con un tiro raso, marca el 5-0.
El gol del honor barcelonista se anotaría poco después, en el minuto 62. El guaraní Re —que esa temporada conquistaría el Trofeo Pichichi— va a escapar por la derecha, siendo derribado por Victoriero. El árbitro señala la pena máxima, que lanzada por Fusté se convertirá en el único tanto catalán, puesto que en los últimos minutos del choque Seminario desaprovecha un nuevo penalti, estrellando el balón en un poste. Un resultado final tan sorprendente, va a romper millones de quinielas, pues la mayoría de los apostantes habían optado por jugar a la variante, la ‘X’ o el ‘2’, en sus ilusionados boletos.
El pospartido: anatomía de una crisis en Can Barça
Pero a pesar de la vergonzosa manita, lo peor estaba todavía por venir. El presidente Llaudet, que no se había desplazado entre semana al crucial partido frente a la Fiorentina pero sí a Valencia, dada su cercanía, va a personarse en el hotel donde se alojaba la expedición barcelonista una vez concluido el encuentro, pero no va a encontrar a nadie, y tendrá que esperar varias horas hasta que aparezcan. Entonces -y con toda la razón del mundo- el mandatario azulgrana montará en cólera, fiel a su carácter impulsivo y jupiterino, y ese monumental enfado trae aparejadas de inmediato consecuencias muy graves. De regreso a Barcelona, la Junta Directiva del club catalán se reúne con carácter de urgencia, haciendo público el siguiente comunicado, con fecha 13 de octubre (ojo al dato: martes y 13….):
"Como consecuencia del resultado del partido disputado el pasado domingo frente a la U.D. Levante, y conocidos los detalles de la pobre demostración de juego ofrecida por nuestro equipo, totalmente desacorde con la categoría profesional de sus componentes, con el prestigio de nuestra entidad y con el respeto que se merecen sus asociados y su masa de simpatizantes, se impone una fuerte sanción al señor entrenador y a los jugadores que actuaron en el partido en cuestión"
Al finalizar el encuentro César y sus pupilos habían reconocido que el Barça jugó rematadamente mal en Vallejo, siendo superado por los granotas en todos los terrenos, pero el anuncio de tan duras sanciones va a pillar por sorpresa a los derrotados, comenzando por el propio Pelucas, que consideraba que no existía razón alguna para que él fuese incluido también en el severo correctivo. Ese martes 13 de octubre se va a entrenar con normalidad en el campo de fútbol de la Zona Deportiva aledaña al Camp Nou, a las órdenes del técnico leonés, y este, una vez enterado por la prensa de las intenciones de la Directiva, declarará lo siguiente:
"Confío que quienes tomaron el acuerdo tendrán la amabilidad de comunicármelo verbalmente o por escrito, y entonces creo que tendré opción a expresar mi punto de vista"
La multa impuesta a César va a ascender a nada menos que a 50.000 pesetas, y la de los jugadores alineados en Vallejo a 25.000 por barba. Y lógicamente, una vez conocida la decisión de la Directiva, a César no le queda más remedio que presentar su dimisión por una elemental cuestión de dignidad. "Con esta sanción —explicará— continuar en el cargo suponía reconocer unas faltas que no había cometido". Y en una nueva nota informativa, con fecha 14 de octubre, el Consejo Directivo del Club de Fútbol Barcelona anuncia que César Rodríguez ha presentado su dimisión, que le ha sido aceptada, y que provisionalmente se hace cargo de la preparación del equipo el segundo entrenador, señor Vicente Sasot.
El presidente Llaudet, por su parte, afirma que la sanción económica no tenía la intención de hacer dimitir a César. Pero este, que esperaba que el asunto pudiera resolverse finalmente con unas palabras conciliadoras y una nota del club suspendiendo las sanciones, asegurará que al no producirse eso, y sin autoridad ni confianza plenas, consideraba prácticamente imposible el seguir como si nada hubiese ocurrido. En la mañana del jueves 15 acude puntualmente al Camp Nou, pero no ya para dirigir la sesión preparatoria, sino para recoger sus pertenencias personales y despedirse de todos, ante el estupor general de jugadores y empleados (el masajista Ángel Mur va ser uno de los más afectados por su marcha), no pudiendo reprimir sus emociones y abandonando las instalaciones barcelonistas con lágrimas en los ojos, expresando claramente de ese modo cuánto le dolía haber tomado aquella decisión, dejando de nuevo a un club al que consideraba como su segunda casa.
Más tarde declararía que no era consciente de haber cometido ninguna falta, sino que —llevado por su acendrado sentimiento barcelonista— se había esmerado en el cumplimiento de su deber, reconociendo también que el equipo no había actuado últimamente conforme a la categoría de sus jugadores, casi todos ellos internacionales, ni al nivel requerido por el prestigio del Barça, pero que para que esto no ocurriera, había advertido con tiempo de la necesidad de reforzar la plantilla, en concreto fichando a un extremo izquierdo (Camps se hallaba lesionado desde hacía más de un año, y Vicente había sido cedido al Condal), pero que por diferentes causas, ajenas a él, dichos fichajes no se efectuaron, aunque él había puesto su máximo interés en superar todas las dificultades, pues su mayor ilusión consistía en triunfar como entrenador del Barcelona.
Nuevamente el club blaugrana había quemado a una de sus grandes leyendas, tal como ocurriese veinte meses antes con Ladislao Kubala. Llaudet, pues, se aprestaba a investir a su quinto técnico en poco más de tres años de mandato, en esta ocasión un honesto profesional como era Vicente Sasot, el clásico hombre de la casa, aunque carente de la experiencia necesaria para pilotar un vestuario de élite. Y su primera decisión, ante la inminente visita al Camp Nou del Athletic de Bilbao, va a ser apostar por los mismos once hombres que la habían pifiado de lo lindo en Vallejo, con la esperanza de que —tras comerse el marrón del natural y justificado abucheo de la afición, herida en su orgullo— fueran capaces de reaccionar y reconducir la situación de acuerdo con su innegable capacidad futbolística.
Y al menos consiguieron salir del paso, porque van a derrotar a unos Leones muy venidos a menos por 4-0 (e Iribar de portero…) Sasot continuará al frente de la plantilla barcelonista durante el resto de la temporada, e incluso le cabrá el honor de hacer debutar oficialmente en el primer equipo a dos juveniles llamados Carles Rexach y Lluís Pujol, que con el tiempo escribirían algunos brillantes capítulos de la historia azulgrana, sobre todo el primero. Al final el Barça ocupará la sexta posición en la Liga, un lugar francamente indecoroso, mientras que en la Copa de Ferias es eliminado tras un tercer partido por el modesto Racing de Estrasburgo, merced a una veleidosa moneda lanzada al aire (en 1965 aun no se habían popularizado las tandas de penaltis). En la Copa del Generalísimo llegará a semifinales, pero el Zaragoza sería un escollo demasiado grande por segundo año consecutivo.
Uno de los efectos colaterales de la debacle de Vallejo, aunque con efectos retardados, fue el fichaje del ya veterano extremo izquierdo de los granotas, el navarro Serafín, que había traído por la calle de la amargura a la zaga azulgrana aquella aciaga tarde de octubre valenciana, anotando incluso un par de goles. En el verano de1965 va a ser fichado sorprendentemente —contaba ya con 29 años de edad— a cambio de una cantidad modesta, pero que incluso parecía elevada para un futbolista de su perfil. Al principio se le alinearía en algunos partidos, pero luego desapareció del equipo titular y cayó en el ostracismo, yéndose al Murcia en la temporada siguiente, la 66-67, en la que se convertiría en el máximo goleador del Grupo Sur de la Segunda División.
Un antiguo jugador madridista, el argentino Roque Olsen, se sentó en el banquillo culé con vistas al nuevo curso 65-66, y con el refuerzo de tres destacados jugadores (los defensas Gallego y Torres y el centrocampista alsaciano Lucien Muller), el Barça va a despachar una campaña más acorde con su historial y su prestigio, clasificándose tercero en la Liga —tras Atlético y Real Madrid—, llegando a las semifinales de Copa (cayendo una vez más ante los maños), y conquistando su tercera Copa de Ferias, precisamente ante el Real Zaragoza, y gracias a un hat-trick conseguido en La Romareda por de uno de aquellos dos juveniles promovidos por Sasot, Lluís Pujol.
* Fernando Cuesta Fernández es licenciado en Historia y miembro del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE). Ha escrito varios libros sobre fútbol: La Pelota Ye-yé. Modernidad y rebeldía en el fútbol español. 1965-1973; El Barça de los Sesenta. La Travesía del Desierto; y Los Héroes del Domingo. Los ases del fútbol español en blanco y negro
