
La triste historia de José Miguel Martínez Febrer, jugador del Atlético de Madrid conocido como el Panocha por su tupé pelirrojo, conmocionó a toda la España futbolista a causa de su dramatismo, y mantuvo a una familia en vilo por espacio de ocho largos años, a la espera de un milagro que finalmente no se produjo. Martínez fue una víctima más de las anómalas circunstancias que rodeaban a nuestro deporte más popular, la punta del iceberg de una lamentable situación que tardaría demasiado tiempo aun en modificarse, hasta que la legislación empezó a contemplar como normales cosas que ya lo eran en cualquier otro ámbito laboral.
Un buen jugador de club
Seguro que antes que él muchos futbolistas modestos se vieron de repente desamparados cuando en sus vidas sobrevino alguna contingencia inesperada que puso en grave peligro sus expectativas, o las tronchó de raíz. Martínez no era una estrella, pero se había dado a conocer en Primera División, salía en los cromos y acababa de pegar el salto a un equipo grande, de los que competían para ganar campeonatos. Un brillante porvenir parecía abrirse ante sus ojos, pero todo se fue al garete un aciago día en Montevideo.

Era un mocetón de vistosa cabellera rojiza (medía 1,82 y pesaba unos 79 kilos), que había nacido en Barcelona el 17 de abril de 1939, tan sólo unos días después del final de la Guerra Civil. Creció alto y fuerte, así que el fútbol resultó una salida natural para él. Tras destacar en el Granollers y el Sabadell, el Barça se lo llevó, puliéndolo en su conjunto filial, el Condal. Luego le tocó hacer la mili en San Fernando, Cádiz, en la Infantería de Marina, y se incorporó al equipo local, en Segunda División, pero su progresión no se detuvo. Su posición en el terreno de juego era de la medio volante defensivo —de ‘cierre’, como se decía entonces—, un centrocampista de contención que también podía actuar como central debido a su aventajada estatura y corpulencia. Se desenvolvía bien en su demarcación, tanto en el apartado físico como en el técnico, con seguridad y temple en el manejo del balón, así que un Betis ya consolidado en Primera va a hacerse con sus servicios, y se desvinculará definitivamente del club azulgrana tras pagar los andaluces 250.000 pesetas al Condal (y una ficha de 150.000 al futbolista, que se elevaría a 200.000 en su segunda temporada verdiblanca).
Un primer ‘aviso’ en el Camp Nou
Precisamente debutará con el cuadro bético en el Camp Nou, el 23 de septiembre de 1962, en una alineación cuajada de leyendas de los de Heliópolis: Corral; Colo, Ríos, Esteban Areta, Matito, Martinez; Portilla, Luís, Ansola, Senekowitcz y Rogelio. El Barça venció por 1-0, con gol de Zaldúa, pero en la primera parte Martínez sufrió un fuerte golpe en la cabeza, en un choque con un rival, que le va producir un desvanecimiento, no saliendo ya al terreno de juego en la segunda mitad. Pero entonces nadie le concedió demasiada importancia al suceso, del que se repuso rápidamente, volviendo a actuar sin aparentes problemas al domingo siguiente. No obstante algo similar volvería a ocurrirle a Martínez un año después, sin que saltasen tampoco las alarmas a pesar de consultar el caso con un neurocirujano. Una década más tarde otro jugador, el delantero sevillista Pedro Berruezo, moriría literalmente con las botas puestas en el campo pontevedrés de Pasarón, en enero de 1973, tras escuchar algunos inquietantes avisos, también en forma de pérdidas de consciencia. Ave Caesar, morituri te salutant….

Martinez despacharía con los verdiblancos un par de buenas temporadas, en la segunda de las cuales, dirigidos por aquel viejo zorro llamado Mingu Balmanya, van a clasificarse en un extraordinario tercer lugar, tras Real Madrid y Barça, con 37 puntos y 7 positivos, siendo el auténtico equipo-revelación de dicho campeonato 63-64 junto con el Elche. Es entonces cuando el Atlético de Madrid —que había firmado una Liga muy gris, incluso terminando la primera vuelta en puestos de promoción— pensó que sería interesante echar las redes a orillas del Guadalquivir. Acababa de acceder a la presidencia del club colchonero el empresario cántabro Vicente Calderón (1913-1987), que no solo sacará del punto muerto en el que se encontraba el proyecto de nuevo estadio, que había empezado a construirse en la ribera del Manzanares para reemplazar al vetusto Metropolitano de Cuatro Caminos, sino que también decide invertir mucho dinero en el equipo, reforzando la plantilla.

Y de ese modo se trajo a un jugador bético por línea: el recio defensa canario Colo, Martínez el Panocha —como le llamaban cariñosamente sus compañeros— para afianzar la medular, y el interior en punta Luís Aragonés, con vistas a contar con mayor pegada arriba (completando el lote con Matito, que no cuajó, todo por 11 kilos de nada). Asimismo ficharía por una elevada suma al delantero hondureño del Elche Cardona, al internacional sevillista Ruíz Sosa, y a un extremo derecho de origen gallego pero formado futbolísticamente en Brasil —donde le conocían por Espanhol—, José Armando Ufarte. Martínez va a debutar oficialmente con los rojiblancos en la Copa del Generalísimo de 1964, competición en la que disputaría cuatro partidos y a cuya final llegaría el conjunto madrileño, siendo derrotado por el Real Zaragoza de Los Magníficos, que de esa manera alcanzaría su primer título del Torneo del KO
Tragedia en tierra extraña
Antes de iniciarse la temporada 64-65 este reforzado Atleti va a realizar una gira por Sudamérica, visitando varios países. En Montevideo, la capital uruguaya, y en vísperas de un enfrentamiento contra Peñarol, el día 11 de julio de 1964, Martínez se sintió repentinamente mal en el Hotel Columbia Palace, donde se alojaba la expedición colchonera, subió a su habitación, y sufrió un nuevo desvanecimiento. Allí le encontraría su compañero Colo. Había perdido el conocimiento una vez más, y se encontraba sumido en una especie de profundo sueño del que ya no volvería a despertar. Los doctores le diagnosticaron mesencefalitis, una enfermedad incurable ocasionada tal vez a consecuencia de algún golpe anterior sufrido en un partido o un entrenamiento.

El caso es que el futbolista había entrado en coma, y permanecería así, en estado neurovegetativo, durante ocho largos años, en la habitación 466 de la clínica madrileña de La Concepción a donde había sido trasladado unas semanas más tarde, el día 2 de agosto, en un avión medicalizado. Su esposa, María Josefa Márquez, hija del propietario de una conocida mueblería y a la que había conocido durante su estancia en San Fernando, esperaba un hijo suyo en el momento del suceso (Miguel Martínez Márquez, Panochita, que más tarde sería también futbolista, en el conjunto de dicha localidad gaditana, jugando como lateral izquierdo), y le acompañará todo ese tiempo, permaneciendo constantemente a su lado y albergando siempre —en contra de la opinión médica, que consideraba la situación ya irreversible— la esperanza de que su esposo pudiera recuperar el sentido, como si nada hubiera ocurrido.
La Fila Cero
Al finalizar la temporada 1966-67, concretamente el día 30 de junio de 1967, expiraba el contrato por tres años que Martínez había firmado con el Atlético de Madrid —que aparte de pagarle ficha y sueldos, había corrido con todos los gastos de hospitalización—, y fue entonces cuando surgió la idea de organizar un gran homenaje a escala nacional para allegar fondos y no dejar desamparada a su familia (hay que recordar, una vez más, que en aquel momento el futbolista profesional en España no tenía reconocida la condición de trabajador por cuenta ajena, y por consiguiente no estaba dado de alta en la Seguridad Social, lo que le imposibilitaba, a él o a sus deudos, para solicitar indemnización o pensión alguna).
Dicho homenaje consistió en un partido celebrado en el flamante estadio del Manzanares el 14 de junio de1967, y en el que se enfrentaron el Atlético y un combinado de jugadores de equipos de Primera, con la siguiente formación: Iribar (Ñito); Benítez, Tonono, Reija; Llompart (Torrent), Violeta; Oliveros, Santos (Ramírez), Ansola (Vavá), Pellicer y Gento. El encuentro, emitido en directo por Televisión Española, finalizó con el resultado de 1-2 a favor del combinado, con dos goles del ilicitano Vavá, y resultó un éxito en lo humano y lo económico, a pesar de no superarse en el campo la media entrada, contribuyendo a ello una novedosa iniciativa, la Fila Cero, es decir, la venta de localidades sin derecho a entrar en el recinto, que podían ser adquiridas solidariamente por cualquier persona en cualquier lugar. Un periodista deportivo y reportero gráfico catalán, Josep Morera Falcó, fue el promotor de tan feliz idea. La familia pudo de ese modo cobrar unos cuatro millones y medio de pesetas limpios, que si bien no paliaban en absoluto la terrible tragedia que estaban viviendo, al menos servían para disipar del horizonte algunos nubarrones. Juan Antonio Samaranch, a la sazón al frente del deporte español, le impuso en la clínica la Medalla de Plata al Mérito Deportivo, haciéndose cargo la DND de todos los gastos derivados de la hospitalización a partir de ese momento.

Luego, con el paso de los años, el caso Martínez fue enfriándose más allá de la parroquia atlética y de los suyos, y de alguna que otra nota en la prensa deportiva, hasta que el día 28 de septiembre de 1972 se produjo el fatal desenlace. No hubo milagro, y una insuficiencia renal iba a cortar de raíz el débil hilillo que unía al infortunado futbolista a la vida. Al día siguiente, en su entierro, antiguos compañeros del Atleti como Adelardo, Enrique Collar o Pechuga San Román portaron su féretro, en un emotivo acto al que asistieron el presidente y la directiva del club rojiblanco, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, el gerente del Real Madrid, y otras personalidades vinculadas al mundo del deporte, así como diversas autoridades. Algunos años más, en 1976, la viuda de Martínez pleitearía contra Betis, Atlético de Madrid y otras organismos para que el fallecimiento de su marido fuera reconocido como "accidente de trabajo", y tener de ese modo derecho a cobrar una indemnización, pero el fallo de los tribunales le fue desfavorable, al considerar que lo acaecido no había sido consecuencia directa de la práctica del fútbol. Otra injusticia más.
Julio César Benítez, José Miguel Martínez, Pedro Berruezo y muchos otros de quienes ni siquiera recordamos su nombre, cayeron en acto de servicio, o casi. Pero aun tendrían que transcurrir unos cuantos años antes de que a los jugadores de fútbol se les reconociesen cosas tan elementales como el hecho de estar desempeñando una profesión, y por consiguiente poder cubrirse mínimamente a resguardo de cualquiera de las eventualidades que se les presentan a todos los seres humanos cuando menos lo esperan.
