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1970: el día en el que el 'Kaiser' Beckenbauer jugó con un brazo en cabestrillo

Trigésimo quinto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando a Beckenbauer y la semifinal Italia-RFA en el Mundial de México’70.

Trigésimo quinto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando a Beckenbauer y la semifinal Italia-RFA en el Mundial de México’70.
Beckenbauer, jugando con el brazo en cabestrillo en El Partido del Siglo entre Italia y la RFA en México'70. | CIHEFE

En un breve espacio de tiempo, poco más de tres años, nos han dicho adiós cuatro de las mayores leyendas de la historia del futbol: Maradona, Pelé, Bobby Charlton y Beckenbauer. El último en irse ha sido Franz Beckenbauer (Múnich, Alemania, 11 de septiembre de 1945-Salzburgo, Austria, 7 de enero de 2024), que lo había ganado todo, dentro y fuera del terreno de juego, éxitos colectivos y galardones individuales: tres Copas de Europa, amén de un montón de Bundesligas, con el Bayern, el equipo de su vida, del que también sería entrenador y presidente (aunque además jugaría en el Cosmos de Nueva York y el Hamburgo) y dos Campeonatos del Mundo —el segundo como seleccionador— y una Eurocopa con el combinado nacional alemán, que entonces englobaba solo a la RFA, haciéndose acreedor en un par de ocasiones al Balón de Oro.

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Seguramente ha sido el más grande futbolista germano de la historia, amén de siempre un dechado de elegancia y nobleza en el campo. Tanto, que parecía que jugaba vestido de etiqueta, con el frac puesto, ya que practicaba un fútbol de la más alta escuela.

Beckenbauer será eternamente recordado, pues elevó la entonces novedosa demarcación de líbero al olimpo de las Bellas Artes, a lo largo de una carrera que cubre dos décadas. Desde entonces, siempre que un defensa intenta salir jugando desde atrás con la pelota controlada, instintivamente nos viene a la cabeza la inconfundible imagen de quien fuera bautizado como El Kaiser, tan imperiales y armoniosas eran sus evoluciones sobre la cancha, su clarividente visión de la jugada, sus pases a larga distancia, acariciando el balón con el exterior del pie.

Partido épico e inolvidable

Pero hoy quiero centrarme especialmente en un partido, y no se trata de un partido cualquiera. Tal vez exageren un poco al definirle como El Partido del Siglo, pero si no lo fue, le faltó muy poco. A su favor juegan tanto la emoción que destilaron sus más de 120 minutos de juego, como la relevancia de sus protagonistas (las selecciones de Italia y la República Federal de Alemania, dos escuadras cuajadas de mitos indiscutibles e imperecederos), el escenario —las semifinales del extraordinario Campeonato del Mundo de 1970, en el impresionante marco del Estadio Azteca—, y una cobertura televisiva que hace algo más de medio siglo ya llegaba a muchos rincones del planeta.

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Se luchaba en México DF por una plaza en la gran final, al mismo tiempo que se dirimía la otra en Guadalajara, entre Brasil y Uruguay. Estos fueron los protagonistas, por si quedaban dudas acerca de la constelación de estrellas que se dieron cita aquella tarde del 17 de junio de 1970 en el grandioso Azteca: por la RFA, Maier; Vogts, Schulz, Beckenbauer, Schnellinger; Patzke (Held), Overath, Uwe Seeler; Grabowski, Muller y Löhr (Libuda), y por Italia, Albertosi: Burgnich, Rosato (Poletti), Cera, Facchetti; De Sisti, Mazzola (Rivera), Bertini; Domenghini, Boninsegna y Riva.

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Empate ‘in extremis’ en el tiempo reglamentario

La primera mitad fue muy igualada, aunque la Squadra Azzurra se adelantó muy pronto en el marcador, merced a una afortunada pared que culminó el delantero del Inter Roberto Boninsegna batiendo a Sepp Maier. Pero en la reanudación el dominio correspondió casi exclusivamente a los germanos, gozando de claras ocasiones que no se tradujeron en gol de puro milagro. Y cuando se habían superado los 90 minutos reglamentarios y los italianos se veían ya en la gran final ante Brasil, vencedor de la Celeste, jugándose tiempo suplementario a causa de varias interrupciones, un centro desde la izquierda de Grabowski fue rematado en el borde del área pequeña, libre de marca, por el lateral Schnellinger (que precisamente jugaba en el Calcio en las filas del Milan), poniendo el balón fuera del alcance del meta Albertosi, y dándole a Alemania la oportunidad de seguir viva y soñando.

Debía jugarse, por lo tanto, una prórroga de 30 minutos, dividida en dos partes de 15 cada una. Pero el equipo alemán, que había realizado un gran esfuerzo para empatar el encuentro, no llegaba al momento decisivo en plenitud de condiciones, pues Beckenbauer se encontraba maltrecho. En un par de ocasiones había roto las líneas transalpinas e ingresado en su área con mucho peligro, siendo derribado sin que el árbitro, el peruano Arturo Yamasaki, señalase nada, y resultando lastimado en su hombro derecho, pero el equipo que dirigía Helmut Schoen ya había efectuado sus dos preceptivos cambios, y para no quedarse con un hombre menos cuando se jugaba todo un pase a la final del Mundial, se vieron obligados a remendar al Kaiser.

Lo nunca visto: cinco goles en una prórroga vibrante

Sobre la marcha se le practicó un precario vendaje, inmovilizándole el brazo diestro con un improvisado cabestrillo para que pudiera continuar en la brecha, aunque cuidando de no perder la verticalidad. Y con este hándicap la Mannschaft reanudó el juego, y a los pocos minutos incluso se adelantó en el marcador, al aprovechar Gerd Torpedo Müller un mal entendimiento entre el arquero Albertosi y un defensor italiano, pero casi a continuación el lateral Burgnich, que se había incorporado al ataque, se benefició de un rebote para restablecer la igualdad, y poco después Gigi Riva, entonces la gran figura de los Azzurri, recortó magistralmente a su par, y de disparo cruzado puso por delante a Italia.

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Con ese momentáneo 3-2 se inició la segunda mitad de la prórroga. Müller, el máximo artillero de aquel Mundial, equilibraría de nuevo el partido con un certero cabezazo, pero a renglón seguido una colada de Boninsegna la rematarla a las mallas alemanas Gianni Rivera, Corría el minuto 111, pero ya no volvería a moverse el marcador. Italia se clasificaba para la final contra el sublime Brasil de los Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé, Rivelino y compañía, aunque acabaría por pagar el enorme esfuerzo realizado (no olvidemos que se jugaba a más de 2000 metros de altitud), cayendo ante la Canarinha por 4-1, con lo que el combinado brasileño se proclamaría Campeón del Mundo por tercera vez, ganando en propiedad la Copa Jules Rimet.

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Los 100.000 espectadores presentes en el Estadio Azteca y los muchos millones que tuvimos la suerte de verlo a través de la televisión, fuimos conscientes ya desde aquel mismo momento de que habíamos sido testigos de un partido que pasaría la historia, algo que años más tarde corroboraría una placa colocada en el propio escenario, conmemorando aquel emocionante y épico encuentro que Franz Beckenbauer terminó jugando con un brazo en cabestrillo, y algún periodista pidiendo que se le concediese un premio a la deportividad al jugador italiano que le cubría y se abstuvo de entrarle.

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A veces no puedo evitar sentir cierta añoranza de un tiempo en el que el fair play se podía anteponer al ansia del triunfo a cualquier precio… danke, Kaiser.

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