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Velázquez, el artista del Real Madrid ye-yé

Quincuagésimo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al mítico exjugador madridista fallecido en marzo de 2016.

Quincuagésimo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al mítico exjugador madridista fallecido en marzo de 2016.
Manuel Velázquez, en un partido con el Real Madrid. | CIHEFE

Frente a la entrada principal del Museo del Prado de Madrid se levanta la estatua sedente en bronce de otro Velázquez, de nombre Diego, autor de cuadros tan inmortales como Las Meninas o Las Lanzas (ya no lo llamamos La Rendición de Breda para que no se nos enfaden los neerlandeses). El Velázquez del siglo XVII (Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, Sevilla, 1599 – Madrid, 1660) pintaba con pincel y paleta sobre lienzo, mientras que el del XX (Manuel Velázquez Villaverde, Madrid 1943 – Fuengirola, Málaga, 2016) utilizaba sus pies, calzados con borceguíes, para dibujar sobre un tapete verde de dimensiones reglamentarias las brillantes jugadas que brotaban de su esclarecida cabeza.

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Cuando se recuerdan los equipos más memorables de la larga marcha triunfal del Real Madrid a través de la historia del fútbol mundial, siempre hay al menos un momento para rememorar a un conjunto que, si bien no ganó cinco Copas de Europa —ni cuatro, ni tres, ni dos: tan sólo una, la de 1966—, sí que dejó su impronta al hacerlo únicamente con jugadores nacidos en España, formando una escuadra que, aunque no era invencible, sí mantuvo la hegemonía deportiva en nuestro país durante la segunda mitad de los años 60, mientras su gran rival, el Barça, se moría de sed en una penosa travesía del desierto a la que no se vislumbraba fin en el Camp Nou.

La perla de la cantera merengue

El Madrid ye-yé no fue un conjunto de esos que dejan al mundo boquiabierto merced a su exquisito juego, pero sí un cuadro resultón —que no es lo mismo que resultadista, aunque también…—, más compacto y equilibrado que sus competidores locales, y que aunaba sabiamente algunas de las virtudes que otorgan el triunfo en un terreno tan resbaladizo como el del balompié profesional: talento, lucha, entrega, sacrificio… Por sólo citar a algunos de sus componentes, De Felipe aportaba contundencia, Sanchis nervio, Pirri la garra, Amancio fantasía, Grosso trabajo, el abuelo Gento velocidad (aún), y Velázquez la inteligencia. De aquella, a los que hacían la labor de ordenar al equipo y generar juego se les llamaba cerebros (en los 60, a los ordenadores, que ocupaban casi una habitación, les decían cerebros electrónicos). Pero Velázquez no funcionaba con pilas, ni enchufado a la corriente, sino que venía así de fábrica.

Desde niño ya destacaba por su talento creativo, y de ese modo fue escalando el cursus honorum madridista, formando parte de una generación muy brillante, con los De Felipe, Grosso, Luís Costa, y también un chaval larguirucho que iba para abogado y casi se queda en la carretera, un tal Julio Iglesias…. Pero como en el primer equipo había mucha competencia en su puesto de interior izquierdo, tuvo que irse nada menos que tres años como cedido: una temporada muy cerca de casa, al Rayo Vallecano, entonces en Tercera, y las otras dos bajando hasta la Costa del Sol, uniéndose a un Málaga ascensor, y bien que colaboró para auparle una vez más a la máxima categoría (medio centenar de partidos y 14 goles). En el verano del 65 está de regreso en Madrid, pero le va a costar entrar en la dinámica del equipo. Todavía lleva Pancho Puskas el numero 10 a la espalda, y le brindará su última noche mágica a la parroquia del Bernabéu, endosándoles cuatro roscos a los neerlandeses del Feyenoord en partido de Copa de Europa.

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Pero el equipo blanco no termina de funcionar, en la Liga, y justo en vísperas de Navidad cae derrotado en su propio feudo por 1-3 frente a un Barça que hasta entonces estaba dando basta pena en el campeonato. Sonaron todas las alarmas en la casa blanca, y para el siguiente partido, frente al Mallorca en el Luís Sitjar, Miguel Muñoz va a brindarle por fin la alternativa a Manolo Velázquez, y este le responderá con una actuación superlativa y dos golitos en la aplastante victoria merengue por 2-5 (26 de diciembre de 1965). Estaba naciendo el Real Madrid ye-yé, y con él su cerebro más preclaro, por más que al futbolista no le gustase un pelo el título. Y hablando de títulos, sólo cinco meses y medio más tarde Velázquez ya era campeón de Europa y titular indiscutible como interior izquierdo, y en la siguiente campaña ganaría su primera Liga y se estrenaría como internacional con la selección absoluta.

El cerebro blanco, ‘malgré lui’

Va a ser la referencia creativa de aquel Madrid casi intratable a nivel doméstico, aunque ya no volviese a reeditar triunfo en Europa. Pero también es un jugador discutido. Nadie le negaba su gran clase —sumamente técnico, clarividente leyendo el juego, manejando de maravilla ambas piernas, y con llegada y gol—, pero también se le achacaba cierta endeblez física y escasa combatividad, cosa que hasta él mismo reconocía. Su mejor temporada sería la 67-68: campeón de Liga, finalista de Copa y semifinalista en la Copa de Europa, alcanzando sus mejores registros realizadores (incluso le haría un hat-trick a la Real Sociedad).

Con 25 años alcanza su plenitud como futbolista, y no mucho después, en junio de 1970, será involuntario protagonista de una de las más famosas jugadas de toda la historia del fútbol español, pues sobre él comete el barcelonista Quimet Rifé, a muy poca distancia del área grande, la discutida falta que el prematuramente desaparecido árbitro guipuzcoano Guruceta Muro señaló como penalti, incendiando como nunca el Camp Nou en aquella eliminatoria copera entre culés y merengues.

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De Madrid a Toronto

Velázquez se mantendría firme en su puesto durante muchas temporadas, a pesar de que nunca hizo muy buenas migas con el patriarcal Santiago Bernabéu, tal vez porque al dirigente manchego le parecía demasiado ‘moderno’, demasiado ‘in’. Jugador y presidente vitalicio tuvieron un encontronazo a cuenta del central Pedro De Felipe, en cuya ausencia el mandatario expresó alguna opinión contraria, atreviéndose el mediocampista a salir en defensa de su compañero y amigo. Aquel día de 1971 Bernabéu le puso la cruz, y un par de años más tarde, al abrirse de nuevo nuestras fronteras futbolísticas, el Madrid fichaba al alemán Günter Netzer, que jugaba en su misma posición. En agosto de 1977 se le dedicó un partido de homenaje en el Bernabéu ante el Eintracht de Braunschweig. Sintiéndose todavía con fuerzas para continuar en la brecha se marchó al Toronto Metros Croatia de la NASL (North American Soccer League), donde se iba a encontrar con el gran Eusebio da Silva Ferreira, pero un choque con un guardameta rival le produjo una grave lesión, que precipitaría su definitiva retirada, al filo de los 35.

Y la retirada en la Costa del Sol

Dejaba atrás una carrera deportiva más que brillante, que a nivel colectivo sumaba seis Campeonatos Nacionales de Liga (66-67, 67-68, 68-69, 71-72, 74-75 y 75-76), tres de Copa -1970, 1974 y 1975-, y sobre todo la Sexta, conquistada en Bruselas en 1966 ante el Partizán de Belgrado. Doce temporadas como madridista (402 partidos y 59 goles), y 10 encuentros con la Selección Española (2 goles), un bagaje demasiado parco para su gran calidad, pero le ocurrió lo mismo que a otro superclase coetáneo suyo, Marcial Pina, que los responsables del combinado nacional prefirieron a menudo en su lugar a jugadores de un perfil más fajador, como Uriarte, Claramunt o Asensi.

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No continuó vinculado al fútbol más que a nivel de simple aficionado y madridista militante. Casado con una malagueña, establecería su residencia en Fuengirola, la patria del llorado Juanito, con el que no coincidió por poco en el equipo, aunque este sí llegó a jugar en su partido de homenaje. Buen embajador del Madrid en las peñas andaluzas, y leyenda de un equipo sorprendente que tomó el relevo de los grandes ases del período 1955-60, una de esas enfermedades que no perdonan ni siquiera a los arquitectos más virtuosos del balón se lo llevó con sólo 72 años.

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