
De América nos han llegado al Viejo Continente muchas cosas desde que establecimos contacto con el Nuevo Mundo: patata, chocolate, maíz, tomate, frijoles, habichuela, pavo, tabaco... y también, por supuesto, un incalculable fortunón en metales preciosos. Ya bien entrado el siglo XX, muchos destacados practicantes de un deporte que juegan once contra once con un balón redondo de por medio, que los europeos exportamos allí, y que acabó por convertirse en el mayor espectáculo del planeta a ambos lados del Atlántico.
En 1959 ya nuestro fútbol se encontraba lleno de extranjeros, tanto europeos como americanos, pero nunca estaba de más importar talento joven, savia nueva, de modo que dos clubes nacionales, uno poderoso, el Barça, y otro mucho más modesto, el Real Valladolid, prepararon sus redes y aparejos para hacerse con pesca de altura, y a buen precio. Comencemos por el más humilde.
Destino Zorrilla
Al finalizar la temporada 58-59, los blanquivioletas regresaron a Primera División, una categoría en la que habían sido huéspedes habituales durante casi una década. Y para no volver a pasar apuros en esta nueva etapa en la élite, a alguien se le ocurrió ir a reforzarse allende los mares, comprando producto bueno, bonito y barato. El encargado de dicha tarea fue el entonces entrenador José Luis Saso (1927-2006), que había defendido la meta vallisoletana durante toda una década, y acababa de colgar los guantes, pasando sin transición de la portería al banquillo. El contacto se estableció a través de españoles residentes en Uruguay, y hacia el país charrúa y la vecina Argentina se dirigió Saso. A ambos lados del Río de la Plata, en Montevideo y Buenos Aires, se hinchó a ver partidos, pues en aquellas latitudes nuestro verano se corresponde con el invierno austral, y las competiciones futbolísticas se encuentran allí en todo su apogeo.
Saso, a cambio de un millón de pesetas, metió en su saco a cinco jóvenes y muy prometedores futbolistas: los uruguayos Julio César Benítez (1940-1968), del Racing Club de Montevideo, y Eduardo Endériz (1940-1999), procedente de Central de Montevideo, y los argentinos Héctor Ricardo Aramendi (1937), Juan Miguel Solé (1938) y Juan José Bagnera (1937), los tres de Huracán. Todos, a excepción del último, le dieron un magnífico rendimiento al conjunto pucelano, sobre todo los dos primeros, cuyos ulteriores traspasos dejaron buenos dineros en las arcas castellanas.
Benítez era un todoterreno que podía jugar casi en cualquier posición; de hecho, tan sólo permanecería una temporada en el viejo Zorrilla, pues en 1960 se lo lleva para La Romareda un Real Zaragoza que deseaba consolidarse de una vez por todas entre la élite, y para ello estaba formando un gran equipo. Un año más tarde sería fichado por el Barcelona, donde militaría durante siete temporadas, destacando como un gran lateral derecho, hasta que en abril de 1968, en plena juventud, se lo llevó La Parca, en circunstancias aun hoy no del todo aclaradas, medio siglo largo después.
En cuanto a Endériz, un centrocampista muy completo, se convirtió en una de las grandes estrellas del cuadro blanquivioleta, equipo revelación en el curso 62-63, alcanzando un fabuloso cuarto puesto. De nuevo el Zaragoza pescó a orillas del Pisuerga, y el charrúa sería un excelente complemento para Los Magníficos durante tres temporadas, pasando luego también al Barça, donde las lesiones le dejaron casi inédito. Más tarde se fue al Sevilla y allí tampoco jugó apenas, para volver finamente al Valladolid, y ser pieza importante varias campañas.
Aramendi, preferentemente extremo derecho, actuaría con posterioridad en Mallorca, Badalona, Xerez Deportivo y Salamanca, y Solé, central, lo haría en Oviedo, Murcia y Calvo Sotelo. ¿Y qué fue de Saso? Pues dirigiría después al Español, y a continuación al Mallorca y de nuevo al Real Valladolid, ambos en varias ocasiones, ejerciendo también como secretario técnico y llegando incluso a ser presidente del club pucelano entre los años 1965 y 1967
Pasaporte para el Camp Nou
En ese tan fructífero verano del 59 cruza también El Charco el mismísimo Helenio Herrera (1910-1997), a la sazón ocupando el banquillo de un Barça que acababa de hacer doblete, batiendo todos los récords en la Liga y apabullando a un Real Madrid tetracampeón de Europa en el Torneo del KO. El Mago visita primero visita Perú, de donde se trae a dos jóvenes y excelentes delanteros, Miguel Loayza (1940-2017) y Juan Seminario (1936), pagando por cada uno de ellos solamente medio millón de pesetas) y luego pasa a Argentina, el país natal de un técnico trotamundos como era él, mucho más vinculado a Marruecos, Francia, España e Italia. Allí contrata a cambio de 950.000 pesetas al portero del Club Atlético Tigre, Carlos Medrano (1934-1978). Y es que el status de HH en el club catalán superaba con mucho lo que era habitual entonces en un entrenador al uso, pues asumía incluso funciones de secretario técnico, realizando fichajes personalmente en una época en la que la figura del intermediario se limitaba, en la mayoría de las ocasiones, a concertar partidos amistosos y organizar giras (‘hombres de negocios futbolísticos’, los llamaban en aquellos momentos).
El arquero argentino apenas jugará, pues el veterano Ramallets se encontraba todavía en gran forma. Una tarde Herrera le sacó en San Mamés, y los leones le marcaron cuatro goles de cabeza. Otro día, en Copa de Ferias contra el Hibernians escocés en Edimburgo, va a agredir al árbitro, y eso está a punto de costarle al Barça ser expulsado de la competición.
En cuanto a los peruanos, Loayza no pasaría de jugar un puñado de partidos intrascendentes de Copa, pues al parecer se dejó llevar por la dolce vita de la Ciudad Condal. Mas tarde, una vez sentada la cabeza, triunfaría en el fútbol argentino y en el colombiano, mientras que Seminario no pudo alinearse con los azulgranas por culpa de una duplicidad de firmas, y mientras se aclaraba el asunto será prestado al Sporting de Portugal, donde triunfó, y más tarde, cuando el Barça fiche a Julio César Benítez del Zaragoza, el club azulgrana cederá los derechos del peruano a su homólogo aragonés, donde se proclama pichichi del curso 61-62, y no tardará en ser contratado por el Calcio Italiano, concretamente por la Fiorentina, que pagó por sus servicios una auténtica morterada, para luego —ironías del destino— volver al propio Barça en 1964, tras otro considerable desembolso, y estrellarse contra un técnico de ideas demasiado cuadriculadas llamado Roque Olsen, acabando sus días futbolísticos en nuestro país en las filas del Centro de Deportes Sabadell, habitual "cementerio de elefantes" barcelonista por aquellos años.
Los plenos poderes de Herrera, puestos de manifiesto por esta operación, provocaron la marcha del secretario técnico Pep Samitier, una auténtica leyenda barcelonista, que se pasaría al enemigo; es decir, al Real Madrid, ejerciendo dicho cargo durante unos años merced a su gran amistad con Santiago Bernabéu, forjada tres décadas atrás, cuando el célebre futbolista abandonó también el club azulgrana para vestir de blanco. Pero HH no echaría raíces en Can Barça, pues antes de que finalizase la temporada 59-60, tras caer los catalanes en semifinales de la Copa de Europa precisamente ante los hasta la fecha intratables madridistas, partiría rumbo al Inter de Milán, donde haría historia, superando los triunfos conseguidos en España al frente de Atlético de Madrid y Barcelona.
Regresaría al Camp Nou un par de veces en 1980, primero para clasificarles para Europa, y más tarde para ganar la Copa del Rey frente al Sporting de Gijón, en una temporada marcada por el secuestro de Quini, para marcharse definitivamente a su palacete veneciano, a vivir un otoño dorado.
