
El nuevo Real Madrid de Xabi Alonso se estrelló en el día grande. Se medía al campeón de Europa en las semifinales de un Mundial de Clubes que había dejado brotes verdes. Tácticamente el equipo había mejorado mucho. La enorme distancia entre líneas que mostró con Ancelotti cuando se juntaban arriba Mbappé y Vinicius -sus paseos sobre el pasto en tareas defensivas eran dantescos-, fue lo primero que detectó Alonso que había que solucionar.
Hoy en día es muy difícil competir si uno de tus diez jugadores de campo no se pone el mono de trabajo cuando no tienes el balón, cuando toca defender. Imagínate si en vez de uno tienes a dos artistas que se niegan a sudar. Inviable competir con los grandes. Curiosamente, la enfermedad de Kylian Mbappé -la gastroenteritis que le llevó a ser ingresado en el hospital- le dio la posibilidad al técnico vasco de meter a un ‘9’ puro, un delantero centro de verdad como Gonzalo que le dio numerosos recursos a su Madrid. No solo en temas de presión, también la de una figura que al fin atacara el área para aprovechar cualquier centro lateral , asociarse muy bien fuera de ella, cayendo a banda para generar espacios para la entrada de los hombres de segunda línea, dar oxígeno a su equipo aguantando de espaldas, bajar balones o provocar segundas jugadas. Con Gonzalo en el once y sin Mbappé de titular -no lo fue en todo el Mundial de Clubes- el Madrid mostró otra cara a la de todo el curso pasado.
No solo Gonzalo, otros nombres propios habían mostrado un tono brillante: Tchouaméni, Huijsen, Fran García o Arda Güler, la bisagra que une el centro del campo con la delantera, el jugador que filtra pases por dentro, que baja al inicio de la jugada -ahí le quiere Xabi- para darle velocidad y sentido al juego, el motor de este nuevo Madrid que además tiene llegada y presencia en área contraria: rompe líneas con su visión de juego y regala caramelos con su guante en la zurda.
Otros dos puntos positivos del nuevo Madrid habían sido el intervencionismo de Alonso desde el banquillo en pleno partido para montar el mejor puzzle y mejorar el equipo o las enormes variantes en cuanto a dibujo táctico mostradas y es que este nuevo Madrid era -hasta la semifinal- camaleónico. Xabi estudia al rival , sus fortalezas y debilidades y adapta sus piezas según convenga.
Todo ello se vino abajo ante el PSG. Alonso se traicionó así mismo y aprovechó la baja de Trent Alexander Arnold para juntar en el once a Mbappé, Vinicius y Gonzalo. El debate sobre a quién de los tres debía sentar en la previa había sido intenso. Xabi, que si de algo no adolece es de personalidad, fue un bienqueda. No se hubiera podido perdonar jamás sentar a Gonzalo, la meritocracia siempre ha sido parte de su ADN como entrenador y el canterano había sido fundamental para el buen funcionamiento colectivo del equipo. Y para mi fue un acierto. El problema es que renunció a ser valiente y hacer lo que realmente él mismo sabía que requería el partido que era sentar o a Mbappé o a Vinicius para reforzar la sala de máquinas. El estratega tolosarra, que tanto tiene en cuenta para su dibujo táctico las características del rival, era consciente el enorme riesgo que suponía juntar a Mbappé, Vincius y Gonzalo y despoblar la sala de máquinas ante los Vitinha, Joao Neves y Fabián. Aún así prefirió no generar un incendio -tanto en el vestuario como en las altas esferas- sentando a una de sus estrellas. Ese no es el Xabi Alonso que se convirtió en leyenda en Alemania, donde por cierto en su Leverkusen era innegociable que todos ayudaran en tareas de intendencia.
Muchos hablan del esquema, que el 4-3-3 fue un error, sin embargo, más allá de cómo ocupar los espacios, fue mucho más importante la elección de las piezas. El PSG también jugó con un 4-3-3, pero mientras Doué, Dembelé y Kvaratskhelia presionaban con los ojos inyectados en sangre, Vinicius y Mbappé luchaban por ver quien era el caracol más lento paseando por el MetLife Stadium. Intolerable.
Todo lo bueno que había mostrado el nuevo Madrid se vino abajo. Fue como un Déjà vu, una vuelta al pasado, por un momento parecía asomar Carlo Ancelotti mascando chicle desde el banquillo. Los tres de arriba quedaron de nuevo muy descolgados y el PSG jugó a placer. Es cierto que los errores garrafales de Asencio y Rüdiger marcaron el inicio de partido, pero antes Courtois ya había firmado uno de sus milagros con una parada imposible y después del 2-0 a los 9 minutos de encuentro, el Madrid no pudo ni supo reaccionar. Fue un títere en manos de un PSG que en todo momento dio la sensación de ser tremendamente superior. Alonso, helado, no hizo cambios al descanso. Tampoco corrigió tácticamente nada. Se conformó con no salir con una cornada histórica. Nadie dio un puñetazo en la mesa. Ni rastro de Vinicius, Mbappé, Bellingham, Güler, Fran García volvió a las andadas...el único que mostró al menos tener orgullo fue el de siempre, Fede Valverde. El tortazo de realidad que le dio el actual campeón de Europa fue terrible.
En la rueda de prensa tras el partido se le veía la cara de preocupación. Alonso sabe que tiene una papeleta casi imposible que es hacer funcionar a un equipo en el que sus dos máximas estrellas no casan bien. Los dos tienden a caer al costado izquierdo, no se buscan, no se asocian, no se entienden... en lo único que coinciden ambos es ponerse de acuerdo para ver quién defiende menos.
El nuevo Madrid aún está en construcción y hay que darle tiempo. Por trabajo, conocimientos y personalidad no será, pero Xabi se va del Mundial de Clubes siendo muy consciente que debe tomar decisiones difíciles y que traerán consecuencias. Pero nunca, jamás debe renunciar a lo que le ha llevado a entrenar al Real Madrid. No puede volver a ser un bienqueda porque decepcionará al madridismo y sobre todo se traicionará así mismo.
