
El 15 de diciembre de 1973 ve la luz en Niza, Francia, Surya Bonali. A los 8 meses es adoptada por Georges y Suzanne Bonaly. Él, arquitecto. Ella, profesora de educación física y de patinaje artístico. La relación entre Surya y el deporte es inevitable.
Empezará con la gimnasia, aunque no tardará en cambiar al patinaje sobre hielo. Y llama poderosamente la atención allá donde va. Por su tremenda capacidad física, adquirida durante sus años de formación como gimnasta. Y por su color de piel. No es nada habitual ver a deportistas negros sobre el hielo.
Pero no tardará en romper con todos los clichés. Absurdos clichés. Tras mudarse a París y unirse al equipo nacional francés, los títulos caen uno tras otro. Comenzando por el Oro en el Mundial Junior de 1991.
Le suceden hasta cinco europeos consecutivos, entre 1991 y 1995. Sin embargo, en el Mundial de Chiba, Japón, de 1994, se dará de bruces con la que será su realidad.
Una plata demasiado amarga
Lo cierto es que su estilo, arrollador y casi agresivo, nunca será del agrado de los jueces. Sí de los espectadores, que asisten atónitos a unos números que combinaban el patinaje con la capacidad atlética de una gimnasta. Porque Surya siempre hace más saltos, y más potentes –especialmente los giros–, que sus rivales.
Pero aquello, ya lo hemos dicho, no es del agrado de un deporte con un sistema y unas costumbres muy arraigadas. Donde, además, prima lo subjetivo.
En el Mundial de Chiba Surya lo pudo constatar. Y le dolió. Y lloró. Lloró por lo que ella consideraba una injusticia.
Tras obtener la misma puntuación que Yuka Sato, un voto de desempate determina que Bonaly se debe quedar con la plata. Los jueces considera que la japonesa, que además juega en casa, ha realizado sus ejercicios "con mayor elegancia". De nada sirve que ella haya realizado más saltos en su ejercicio, e incluso de mayor dificultad.
Ante lo que considera una injusticia, Surya Bonaly no quiere subir al podio. Es abucheada. Llorando, lanza una severa mirada a la mesa de jueces, y se quita la medalla. "Supongo que no tengo suerte", es lo único que acierta a declarar. Pero en su fuero interno aquello es mucho más. Su lucha contra los desafíos de un patinaje anclado, y contra lo que ella consideraba era una especie de racismo, será una constante desde entonces.
Porque no sólo era la primera patinadora negra. Era una patinadora que no encajaba. Sobre todo eso. Pura musculatura, su estilo estaba basado en la capacidad física. En una enorme capacidad física. Pero aquello chocaba de lleno con los estándares del patinaje de aquella época. No era preciosista. No era una princesa del hielo.
Un salto prohibido

Tras años de continuas disputas por aquel trato injusto al que considera es sometida, y que volvería a repetirse en el Mundial de Birmingham de 1995, en el que sería nuevamente segunda por una décima de punto cuando su programa era más complejo, Surya Bonaly se presenta a los Juegos Olímpicos de Invierno en Nagano dispuesta a romper con todo.
A la cita acude sin estar del todo recuperada de una lesión en el talón de Aquiles, y viendo cómo las favoritas, Michelle Kwan y Tara Lipinski, se disputan el oro. Necesita de una actuación perfecta para subir al podio. Incluso de algo más. Y así lo afronta.
Sorprende a todos con un mono azul, contrario a lo que solía vestir, y con Las Estaciones de Vivaldi como música. Aún más alejado de lo habitual. Pero en uno de sus primeros saltos, se va al suelo. Ya no hay nada que hacer.
Es entonces cuando decide llevar a cabo el salto prohibido. El salto que la dejará en la memoria del deporte para siempre. El Back Flip. Un salto que está prohibido dada su peligrosidad. Un salto que Surya era capaz de realizar desde los 12 años, cuando su entrenador, medio en broma medio en serio, se lo propuso. A pesar de la enorme dificultad, a ella le salía de manera natural.
En Nagano, Surya había anunciado un Triple Axel. Pero decidió romper con todo. Para sorpresa de jueces, espectadores y cualquier alma presente, Surya realiza el temido salto hacia atrás, y aterriza con un único pie. Es la única persona, hombre o mujer, que ha realizado tal gesta.
Sabe que aquello va a generar una gran polémica. Pero es su manera de decir a los jueces que siempre le habían cortado las alas. Que nunca le habían permitido manifestarse como ella había querido. Ella piensa que va a ser descalificada. Finalmente se le realiza una reducción de puntos, y termina décima.
Pero todo aquello a Surya le da igual. Ha enviado su mensaje. "Si realizar el salto mortal no es lo correcto, yo no quiero ser justa", dice. Como dejando al aire la segunda parte de la frase "tampoco han sido nunca justos conmigo".
Un salto eterno
Aquel último salto, aquel salto prohibido, será su manera de decir adiós a la competición. A un mundo del patinaje en el que nunca ha podido ser ella. En el que nunca le han dejado ser ella.
A partir de entonces, y con 25 años, pasa a ser profesional. A realizar giras y espectáculos por todo el mundo, especialmente con Champions on Ice.
Obtiene la ciudadanía estadounidense, y tras su retirada se dedica a entrenar a patinadoras. Actividad que sigue realizando hoy, compaginándola con charlas y conferencias por todo el país tratando de animar a las deportistas negras a continuar con sus sueños en el mundo del patinaje sobre hielo.
Un mundo que nunca la quiso. O en el que ella nunca supo encajar. Quizá una mezcla de ambos.
Pero un mundo que jamás la podrá olvidar. Aunque no ganara ningún oro olímpico ni mundial, son hasta 16 las medallas logradas durante toda su carrera. Sus espectáculos, ante los que era imposible pestañear, son leyenda del patinaje. Su salto prohibido, osadía que ningún deportista ha vuelto a repetir, continúa vivo.

