
El 20 de enero de 1947 fallecía Josh Gibson. Lo hacía sin grandes alardes. Rodeado de poca fama. Al menos, en comparación con lo que merecía su carrera deportiva.
Qué hubiera sido de él de haber nacido en otra época, en otro contexto, es una de esas preguntas sin respuesta que no dejan de hacerse en el deporte estadounidense. Considerado por no pocos como el mejor bateador de la historia, nunca pudo calibrarse su verdadero potencial en las Grandes Ligas. Sin embargo, sus registros en las Negro Leagues, la única en que se le permitió competir, invitan a pensar que estamos hablando de una de las mayores leyendas del béisbol mundial. A pesar de todo...
Una brillante carrera por casualidad
Nacido en Buenva Vista, Georgia, el 11 de diciembre de 1911, la carrera de Joshua Gibson no parecía destinada al mundo del béisbol. Con 17 años asistía a un curso de electricista para ganarse su futuro y se casaba con Helen Manson, mientras jugaba en un equipo amateur patrocinado por los grandes almacenes Gimbels. Era suplente. Y sus mayores hazañas como beisbolista se limitaban a las pachangas que se celebraban en diferentes puntos de la ciudad.
Pero todo cambió en 1930. Al parecer, Gibson se encontraba en las gradas del Forbes Field contemplando el duelo de los Homestead Grays. El receptor del equipo local Buck Ewing se lesionó en un dedo, y como algunos jugadores del equipo conocían a Gibson de aquellos encuentros informales decidieron llamarle para que saltara a la pista a sustituir a Ewing.
Otra versión apunta a que, como Josh Gibson jugaba en un equipo vinculado semiprofesional, nada más conocerse la lesión enviaron un taxi a recogerlo para que pudiera llegar a tiempo y formar parte del encuentro.
Sea como fuere, la actuación de Gibson debió ser cuando menos aceptable, porque los Grays le ofrecieron un contrato para lo que restaba de temporada. Comenzaba así una carrera que resultaría brillante.
Unos registros históricos
Al año siguiente continuaría en el equipo, logrando el Campeonato Nacional de la Negro Leagues en 1931, y situándose él como el jugador con más Home Runs de la competición. Además, según un artículo de Sporting News, realizó en el Yankee Stadium un home run de más de 175 metros de largo.
Era aquello, su facilidad para sacar las bolas del estadio, lo que más llamaba la atención de un jugador robusto, que rondaba los 100 kilos de peso, pero con muy buenas capacidades atléticas. La potencia con la que conectaba a la pelota y la distancia que imprimía a la misma le llevarían a alcanzar, según diversos registros, más de 800 Home Run. No es de extrañar que fuera bautizado como "el Babe Ruth de las Ligas Negras".
En 1932 pasaría a los los Pittsburgh Crawfords, donde compartiría vestuario con otra de las grandes leyendas de la época, Satchel Paige. Juntos, conquistarían dos campeonatos de liga nacional. Gibson sería elegido "Jugador Más Valioso" de la Serie Mundial de las Ligas Negras en 1935, además de ser en tres ocasiones más el jugador con más Home Runs de la competición.
En 1937 regresaría de nuevo a los Homestead Grays para seguir engordando su palmarés: hasta siete campeonatos de liga nacional más, y dos títulos de Serie Mundial de las Ligas Negras. De manera individual, sería cinco veces líder bateador de la competición, siete veces líder jonronero, dos veces líder en el ranking de figuras dobles y triples... una auténtica animalada de registros.
Paralelamente jugaría en diversas competiciones extranjeras, cuando su calendario lo permitía. Así, tuvo experiencias en la República Dominicana, México, Cuba y Puerto Rico. En varios de ellos lograría el título nacional, sería elegido Jugador más Valioso, sería líder en home run... incluso en Cuba lanzó una bola fuera por 182 metros, aún hoy el Home Run más largo en la historia de la competición cubana, aunque no esté reconocido de manera oficial.
Frenado por el racismo
Con todo, registros que le ubicaban entre uno de los más grandes del béisbol estadounidense. Aunque nunca pudiera pasar de las Negro Leagues. Por aquel entonces, las Grandes Ligas tenían vetada la presencia de jugadores de color. Se apunta, incluso, a que durante sus mejores años en los Homestead Grays los vecinos de los Washington Senators (de la MLB) quisieron incorporar a Gibson en su plantilla, pero toparon contra un muro. No se podía permitir, por muy bueno que fuera, que un jugador negro disputara la competición.
Por eso, Josh Gibson tuvo que conformarse con las Negro Leagues. Y ahí, a pesar de que la anotación aún no era oficial, y de que todo aquello se vivió antes de la televisión -por lo que muchas estadísticas y distancias podrían ser magnificadas-, lo que queda claro es que Gibson arrasó. Y que su capacidad para triturar la pelota estaba –y está– al alcance de muy pocos.
Que hubiera podido jugar en la MLB, y haber sido un jugador importante, más allá de los registros, lo refrendan diferentes artículos y periodistas de la época. Como Shirley Pavich, del Washington Post, quien no dudaría en afirmar en 1941 que Gibson era mejor que Bill Dickey, en aquel momento en los Yankees, y considerado una de los mejores receptores de las Grandes Ligas.
También el hecho de que en más de una ocasión, aunque se tratara de encuentros amistosos o en otras competiciones menores, Gibson se enfrentaría a otros grandes lanzadores de la MLB. Y siempre era Gibson quien resultaba vencedor en el duelo.
La realidad es que sus cifras nunca se pudieron acreditar. Mientras las grandes leyendas de la MLB tienen reconocidos de manera oficial todos sus números, en el caso de Josh Gibson no es así. En algunos lugares se habla de que se quedó cerca de los 800 Home Run entre ligas y circuitos independientes en sus 17 años de carrera. Algunos apuntan a que superó el millar. El historiador del béisbol John Coates establece la cifra en 883.
Una muerte prematura
Durante sus últimos años de carrera Josh Gibson comenzó a sentir unos notables dolores de cabeza, así como problemas en el habla. Tras un ingreso hospitalario le sería diagnosticado un tumor en el cerebro. Se negó a ser operado, por temor a quedar en estado vegetativo. Pero en 1947, y con apenas 35 años, fallecería de un derrame cerebral.
1947. Precisamente el mismo año en que otro beisbolista negro, Jackie Robinson, rompería todas las barreras raciales en la MLB, pasando a formar parte de los Brooklyn Dodgers.
A él sí le dieron –tras muchísimas dificultades– la oportunidad de jugar en las Grandes Ligas. A pesar de ser negro. Una oportunidad que nunca le dieron a Joshua Gibson.
En 1972 sería incluido en el Salón de la Fama del Béisbol, junto a otras fulgurantes estrellas de las Grandes Ligas.

