
Leonardo Bonzi fue un excelente tenista de la primera mitad del Siglo XX. Pero su talento abarca un espectro mucho más amplio. Alpinista, esquiador, aviador, explorador, militar, e incluso director de cine. Aunque siempre con el deporte como centro neurálgico de su increíble vida.
De hecho, su relación con el deporte se había producido ya antes de nacer, el 22 de diciembre de 1902 en Milán. Su tío, Edward Nathan Berra, fue uno de los socios fundadores del Milan AC. Además su padre, el Conde Iro, sería vicepresidente del Milan entre 1921 y 1923.
Pero no sería el fútbol el deporte que le atraparía. Lo haría, en primera instancia, la nieve. Experto esquiador, fue un pionero en el mundo del bobsleigh. En 1924 formaría parte del equipo italiano de bob a cuatro que participaría en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1924 en Chamonix. Aunque sin demasiada fortuna: no terminó la prueba. Eso sí, en aquellos Juegos tuvo el honor de ser el abanderado del equipo olímpico italiano. Lo que demuestra su peso en el deporte transalpino.
Y sobre todo sería el tenis lo que le elevaría a los altares deportivos. En Italia, y fuera. Campeón nacional en hasta cuatro ocasiones, representa a la selección italiana en tres ediciones de la Copa Davis. En Wimbledon, llegaría hasta octavos de final en 1929. Mismo resultado que cosecharía en el Roland Garros del mismo año. Ahí, por cierto, sería eliminado por Uberto de Morpurgo, único tenista italiano medallista olímpico.
Más allá del tenis y del bobsleigh, Leonardo Bonzi llevaría a cabo diversas proezas deportivas, especialmente para la época en que se produjeron, y relacionadas con diferentes modalidades. Como alpinista, escalaría –junto al geólogo Ardito Desio- numerosos picos de Marruecos y de Irán. Y como esquiador, cruzaría en trineo Groenlandia al completo.
Mucho más allá del deporte
Pero si hay una hazaña por la que será siempre recordado Leonardo Bonzi, esa es la que protagonizaría en 1948. Junto a Maner Lualdi, realiza un vuelo sin escalas entre Milán y Buenos Aires en un pequeño avión turístico, un Ambrosini S.1001 Grifo de I-ASSI. Algo muy poco habitual para la época.
Pero sobre todo, algo muy solidario. Porque el objetivo de aquel vuelo era, por un lado, sensibilizar sobre la situación de los niños mutilados y huérfanos después de la Segunda Guerra Mundial, y por el otro recaudar fondos para esos mismos pequeños. Un episodio de su vida che resalta la increíble dimensión humana de Bonzi, y por el que sería reconocido como 'Ángel de los niños'. El cariño y admiración hacia su figura, en su propio país y en el exterior, se dispararon.
No era, en cualquier caso, una empresa nueva la de realizar grandes y arriesgados vuelos para Leonardo Bonzi. Durante la Segunda Guerra Mundial, participa con los servicios aéreos especiales en Gibraltar y en África Oriental, así como en el frente griego. A la hora de su retirada, con el grado de Teniente Coronel, lo hace con más de 2000 horas de vuelo en la Guerra, una medalla de oro al valor aeronáutico, cuatro de plata al valor militar y una de bronce, así como una Cruz de Hierro y una condecoración interaliada.
Además, anteriormente ya había protagonizado grandes gestas aéreas. Como la primera travesía del Sahara en 1935 o, cuatro años más tarde, el récord del vuelo más largo sin escala con un avión turístico, desde Roma hasta Addis Abeba (1400 km).
También en el cine
Bonzi fue todo lo anteriormente relatado. Pero no sólo eso. Porque también sería director y productor cinematográfico. Especialmente gracias a su matrimonio con Clara Calamai (anteriormente había estado casado con Elisa Lentati, también gran aviadora y primera mujer en Italia en obtener una licencia de piloto). Era Calamai una celebérrima actriz, que encandilaría durante décadas a toda Italia.
Bajo el sello de Bonzi, conjuntando la dirección y su inevitable vida como explorador, surgirían documentales como Una carta desde África, Continente Perdido o La Muralla China, entre muchos otros. Sería galardonado con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, el Oso de Plata del Festival de Berlín, o por supuesto el David de Donatello.
La última etapa de su vida la vivió en un martirio. Acostumbrado siempre a su espíritu aventurero y explorador, se vio constringido a permanecer durante años en una silla de ruedas, afectado por un ictus.
Será el único desafío del que no podrá salir vencedor. Su muerte se produce el 29 de diciembre de 1977 en San Michele, donde se ubicaba la villa familiar en que residía, y que desde 2006 acoge el Museo Leonardo Bonzi. Ahí se recogen fracciones, objetos, medallas y recuerdos de su trepidante vida, de su increíble vida.

