Pasado el vendaval de las dichosas banderas amarillas en Interlagos, toca hacer balance de la temporada. Un año en el que ha pesado más el amargo sabor del final que las alegrías que nos llevamos por el camino.
La primera llegó pronto, en el circuito malayo de Sepang, segunda carrera de la temporada. Allí la lluvia permitió que Fernando Alonso lograra inaugurara su casillero de victorias. Lo hizo después de que Ferrari sembrara demasiadas dudas en el gran premio inaugural, en Australia, donde se impuso el inglés Jenson Button.
Pese a los altibajo asiáticos, lo cierto es que la primera mitad de la temporada fue muy regular, en un campeonato en el que la regularidad era un valor al alza. Y es que no podemos pasar por alto que esta temporada se recordará porque las siete primeras carreras fueron ganadas por siete pilotos diferentes. Una batalla muy abierta que empezó a cambiar en Valencia, cuando Fernando Alonso firmó su segunda victoria.
Desde ese momento los Red Bull, algo perdidos, empezaron a encontrar la senda del triunfo. Bueno, puntualicemos, Adrian Newey encontró un nuevo invento que cubrió el vacío dejado por los difusores soplados, que tantas alegrías les habían dado en otras temporadas. Un ascenso que se confirmaría tras el descanso veraniego. Tiempo suficiente para que el chico de moda de la F1 alzara su lápiz y diseñara unas modificaciones que hicieron al Red Bull imbatible en calificación.
Por aquel entonces los McLaren, que partían como favoritos desde Australia, ya habían demostrado su bajo estado de forma, no sólo de sus pilotos, algo despistados, sino también de los mecánicos y directores, que no atinaron en el día a día. Un fiasco al que se unió el coche, muy rápido pero muy poco fiable. Quizás estos fallos y la falta de química entre el equipo y Hamilton precipitaron la huída del niño mimado de Ron Dennis a Mercedes. Una marcha que, vistos los resultados de la escudería que lidera Ross Brown, quizás haya sido algo precipitada.
Pero volvamos al campeonato. A la magnífica primera parte protagonizada por Alonso. No lo digo yo, lo dicen los números. Frente a los tres podios de Vettel, Fernando consiguió seis, tres de los cuales fueron victorias. Pero pronto llegó la tormenta. Al avance de los Red Bull se unieron dos actores inesperados, los dos pilotos de Lotus. No por su rendimiento, sino por su intervención en los dos accidentes, y consecutivos ceros de Fernando en Bélgica primero y en Japón después.
Una fusión que fundió la ventaja con la que Fernando se había ido de vacaciones. A los dos ceros casi consecutivos se le sumaron cuatro victorias seguidas de Sebastian Vettel. Lo importante es que nunca se tiró la toalla. Que Fernando Alonso empujó al equipo hasta la última curva de Interlagos, aunque aquí, como ya dije en el anterior artículo, Ferrari no supo defender los intereses de su piloto.
El resto es de sobra conocido. Vettel volvió a ganar y entró en la leyenda de la Fórmula 1 tras convertirse en el tricampeón más joven de la historia, sustituyendo a todo un mito de este deporte, Ayrton Senna. Más quisiera Sebastian Vettel tener el talento que tenía el brasileño.
Fernando también pudo batir este récord, pero una vez más, y ya van tres, Alonso y su Ferrari se quedaron a las puertas. Pese a ello, en el paddock el comentario era unánime. El mejor piloto en activo es Fernando Alonso, aunque eso de momento no da títulos. Por lo menos a Ferrari.
Por lo demás, no podemos cerrar este balance sin hablar de Michael Schumacher. El Kaiser ha firmado la peor temporada de su vida deportiva. Seguro que en más de una ocasión el alemán ha querido bajarse del coche y no mirar atrás. No me extraña. Muchos fallos, poco ritmo para un piloto heptacampeón. Un pena ver a toda una leyenda abandonar los circuitos por la puerta de atrás.
El año que viene serán muchas las novedades, sobre todo en la composición de los equipos, y ya veremos qué se inventa la FIA para hacer que no nos aburramos. Lo cierto es que este año ha sido intenso pese al desenlace final.