
El 12 de diciembre de 1993, un accidente de tráfico terminó de un plumazo con la prometedora carrera de Bobby Hurley. Un talentoso base de los Sacramento Kings, poseedor de una indudable calidad y de registros que aún se mantienen inalcanzables en el baloncesto universitario, y al que le aguardaba una década muy probablemente entre los mejores bases de la NBA. Pero nunca se pudo ver. Un fatídico accidente le alejó de aquello con lo que siempre había soñado. Y luchado.
Nacido para el baloncesto
Robert Matthew "Bobby" Hurley nace en Nueva Jersey el 28 de junio de 1971. Su camino hacia el baloncesto está marcado ya desde el primer día. Hijo de uno de los entrenadores de instituto más prestigiosos del país (llegando a ser incluido en el Hall of Fame), es precisamente en el equipo de su padre, St. Anthony High School, donde comienza a destacar.
A pesar de su baja estatura (1'83cm y 75kg), su inteligencia a la hora de jugar como base y su actitud defensiva hacen prever que en aquel muchacho había madera. "Hurley era un jugador inusual, un muchacho de seis pies sin condiciones atléticas diferenciales... pero que poseía la mayor habilidad que podía tener un base, sobre todo esa que marca que puede ir al lugar que desea", escribiría sobre él el periodista de Sports Illustrated Jack McMullan.
Sensaciones que se confirman durante su etapa en el instituto. De su mano -y de la mano de su padre-, St.Anthony se convierte en el mejor equipo del país, con un balance de 115 victorias y 5 derrotas en los cuatro años. En una de aquellas temporadas, el registro fue un histórico 32-0. No es de extrañar que en su último curso recibiera el MVP del McDonald's All-American Team, empatado con un tal Shaquille O'Neal.
Su siguiente paso es en la Universidad de Duke. Un equipo que aún no había conseguido ningún título, pero que desde la llegada de Mike Krzyzewski al banquillo en 1980 no dejaba de crecer. Ahí coincide con jugadores de la talla de Christian Laettner y Grant Hill. Y en su segundo año, en 1991, el equipo consigue su primer titulo NCAA. La progresión de Hurley es clave en el éxito, promediando 11'3 puntos y 7'4 asistencias por partido.
Un éxito que se repite al año siguiente, logrando un histórico doblete. Hurley sigue progresando, con 13'2 puntos y 7'6 asistencias. Pero sobre todo una capacidad para dirigir al equipo y los tempos del partido sublimes. No en vano, es elegido mejor jugador de aquella Final Four.
No sería tan bueno su último año universitario. Al menos no en lo que refiere a lo colectivo. Porque a nivel indivual Bobby Hurley alcanza sus mejores números: 17 puntos y 8'2 asistencias, siendo incluido en el primer equipo All-American.
En total, en las cuatro temporadas universitarias, Hurley alcanzará las 1076 asistencias, récord absoluto de la competición hasta la fecha. Su camiseta con el número 11 sería retirada por los Blue Devils.
Un partido inolvidable
No hay duda de que estamos ante una de las grandes sensaciones del próximo Draft. Pero antes de desembarcar en la mejor liga del mundo, disputará un partido que ha quedado para siempre en el recuerdo del baloncesto estadounidense. Se produjo en el verano del 92, poco antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, y ante el que probablemente sea el mejor equipo jamás visto en el mundo del deporte: el Dream Team de baloncesto.
Krzyzewski, en aquel entonces asistente del equipo nacional de Estados Unidos, organizó una serie de partidos de entrenamiento poco antes de viajar a España. Entre ellos, uno ante un combinado entre los mejores universitarios. Es decir, los Jordan, Pippen, Magic, Barkley, Bird... se enfrentarían a jugadores como Penny Hardaway, Grant Hill, Chris Webber o el propio Bobby Hurley.
Y ganaron ellos. Los universitarios. Un golpe en la cara del equipo de ensueño, que hoy se sigue recordando. Después, ya lo saben: Estados Unidos se paseó durante todos los Juegos Olímpicos, exhibición tras exhibición...pero la victoria de aquel grupo de universitarios que afrontó con valentía el duelo ante los mejores de todos los tiempos, quedó para siempre.
Un sueño truncado
Bobby Hurley es elegido en la posición número 7 del Draft de 1993. Sacramento Kings es su destino. Un equipo que se encuentra en plena reconstrucción, y tiene claro que el base debe ser la piedra angular del nuevo proyecto.
Desde el primer día es titular. Tres victorias en los primeros cuatro partidos confirman que la decisión ha sido acertada. Y las comparaciones no tardan en llegar. Sobre todo, con John Stockton, con quien comparte grandes características, especialmente en la clarividencia en el ataque, y la entrega en la defensa.
Sin embargo, a la buena racha inicial le siguen 11 derrotas en los 12 siguientes encuentros. La última, aquel fatídico 12 de diciembre, ante Los Angeles Clippers.
Al salir con su Toyota 4 Runner del estadio, a menos de un kilómetro del pabellón, y siempre según el oficial de policía, Hurley se detiene en un stop. De repente, un coche sin luces se abalanza sobre su vehículo. No lo ha podido ver. No lo ha podido evitar.
El coche de Hurley sale despedido hacia una acequia. El jugador, que no lleva puesto el cinturón de seguridad, sufre severas lesiones en el cráneo, en el cuello y en la espalda. Tiene hundida la caja torácica, afectando a los pulmones. Y se ha fracturado varias costillas. Es trasladado al hospital, donde se debate entre la vida y la muerte .
Tras varios días agónicos, Hurley sobrevive. Se repone. Es el triunfo de la vida sobre la muerte. Pero no del baloncesto. No de aquel juego que le hacía divertirse. Soñar. Codearse, seguramente, entre los más grandes. Porque si bien Hurley sobrevive, y eso ya es mucho, no podrá volver a jugar al baloncesto.
Al menos, no como lo había hecho hasta entones. Porque en realidad, y a pesar de que parecía un imposible tras el accidente y los días en el hospital, a comienzos de la temporada siguiente Hurley regresa a las pistas. Pero nunca será el mismo.
Lo intenta durante cuatro años, pero sus mermadas capacidades físicas le impiden volver a brillar sobre la pista. Y en 1998 es traspasado a los Vancouver Grizzlies, en un último intento de regresar al baloncesto de élite, alejado de todo el entorno que se había convertido en pesadilla, y por el que había necesitado ayuda psicológica, como relata Gonzalo Vázquez en su brillante artículo '¿Nacido para ganar?'.
Pero tampoco funciona. Al finalizar la temporada, y habiendo jugado tan solo 27 encuentros con 17 minutos de media, decide que no puede continuar. Que lo deja. Que abandona el baloncesto. Porque éste le había abandonado a él previamente.
Así que con apenas 26 años terminaba la carrera de uno de los mejores bases de la historia del baloncesto universitario.
Desde entonces ha estadoto siempre ligado al baloncesto. Ejerciendo como ojeador de Philadelphia 76ers primero, y como entrenador universitario después. Actualmente es entrenador principal de la Universidad Estatal de Arizona.
Un Hurley que, como señala a AP, no recuerda con amargura su carrera. El accidente. La tragedia. Antes al contrario. "Me considero bendecido. Todo se dio para que siga con vida. Estaba en un camino oscuro y por suerte un auto que estaba a 30 segundos de donde estaba yo pudo ver el choque y llamó a una ambulancia de inmediato. Tuve suerte que alguien pudo ayudarme".

