
Una vez más, nos encontramos sumergidos en una tragedia sin precedentes, y una vez más, la respuesta del gobierno y de los políticos resulta insuficiente. Las medidas sanitarias propuestas por el Ministerio de Sanidad ante la tragedia de la DANA, está plagada de medidas que rozan lo superficial mientras la realidad exige mucho más que consejos básicos de higiene y protección. No se puede ignorar la gravedad de lo que enfrentamos: más de 200 vidas perdidas por el momento y cientos de desaparecidos, a día de hoy seguimos sin datos oficiales, pueblos devastados, y una infraestructura sanitaria frágil que lucha por mantenerse a flote.
¿Qué hace el Gobierno a nivel sanitario ante esta tragedia?, emitir una serie de recomendaciones como "lavarse con agua y jabón", "usar geles hidroalcohólicos" o "utilizar mascarillas". Sin embargo, en las zonas más afectadas, donde no hay acceso a agua potable ni electricidad, y donde la falta de alimentos es alarmante, uno se pregunta, ¿es esto lo mejor que puede ofrecer el Ministerio de Sanidad?
Los riesgos de infecciones gastrointestinales, respiratorias y cuadros dermatológicos "difíciles de filiar" son reales, y lesiones por descargas eléctricas son reales, y las instrucciones básicas tienen su lugar, pero resulta perturbador que estas pautas no vayan acompañadas de acciones concretas y urgentes para resolver lo esencial, como el suministro de agua potable, y medios de protección para los voluntarios.
Los sanitarios en el terreno se comportan como héroes en este desastre: gestionan heridas, tratan pacientes crónicos con recursos mínimos y lidian con una falta angustiosa de vacunas antitetánicas, además de exponerse a posibles casos de leptospirosis al trabajar en aguas contaminadas. Mientras tanto, el Ministerio de Sanidad se limita a enviar mensajes de apoyo, aplaudiendo la solidaridad de los voluntarios sin proporcionarles el respaldo necesario para trabajar en condiciones seguras.
La tragedia de la DANA también ha revelado serios problemas de desabastecimiento de fármacos, afectando gravemente a los pacientes que dependen de medicamentos crónicos para su tratamiento. Las farmacias locales, muchas de las cuales han sufrido daños considerables, no pueden garantizar un suministro constante, mientras que los centros de salud se enfrentan a dificultades logísticas para reabastecerse.
La Dirección General de Farmacia ha pedido evitar la donación de medicamentos, subrayando que el suministro debe seguir los cauces oficiales para asegurar la calidad y trazabilidad. Sin embargo, la realidad es que muchos pacientes crónicos están experimentando interrupciones en sus tratamientos, lo que pone en riesgo su salud y complica aún más una situación ya crítica en las zonas afectadas.
Se han recomendado barreras físicas, como mascarillas de tela, gafas, guantes y botas, para protegerse de salpicaduras y posibles irritantes. Sin embargo, el uso de mascarillas quirúrgicas es casi ineficaz en estas condiciones, y las precauciones parecen insuficientes ante los riesgos de contaminación por filtrado de sustancias tóxicas o cadáveres en zonas estancadas. Si no hay medios adecuados porque las zonas están devastadas y principalmente son voluntarios anónimos los que están ayudando, ¿cómo pretende el gobierno garantizar las medidas de protección adecuadas para todos los voluntarios?
Y qué decir de la salud mental. Las palabras "gestión emocional" apenas rozan la superficie de lo que ocurre en estas comunidades: personas abrumadas, en estado de shock, sin apenas tiempo para procesar su pérdida. Médicos y enfermeros, además de curar heridas físicas, deben atender las psicológicas, mientras el Ministerio de Sanidad no ofrece un plan integral de apoyo emocional a largo plazo.
El presidente del Gobierno anuncia medidas, y la ministra de Sanidad, Mónica García, insiste en la necesidad de prevenir brotes infecciosos. Ha indicado que "asegurar el correcto funcionamiento del sistema sanitario es clave", y se ha comprometido a intensificar la coordinación con la Generalitat. Pero una cosa son las palabras y otra muy distinta es lo que enfrentan los habitantes y los voluntarios en las calles llenas de barro y escombros. Recomendaciones como "ventilar las estancias" suenan casi irónicas cuando algunos no tienen techos, y "evitar el uso de generadores de combustión" parece un consejo de lujo cuando la prioridad debería ser garantizar que la electricidad vuelva a fluir sin riesgos.
Hay algo que indigna profundamente a la ciudadanía: la desconexión entre las decisiones políticas y la realidad de las víctimas. Es urgente un cambio de enfoque, uno que priorice la acción real sobre las palabras vacías. La DANA ha dejado una herida profunda, y lo que necesita esta tierra no son consejos de manual, sino una respuesta a la altura de la tragedia, donde la salud y la dignidad de los ciudadanos no sean simples notas al pie en un comunicado de prensa.

