
La Navidad es época de tradiciones, y pocas tan arraigadas en España como la de montar el Belén. En los hogares, las familias recrean el nacimiento de Jesús con figuras, paisajes y detalles que buscan capturar el espíritu de estas fechas. Sin embargo, lo que parece una costumbre inocente puede convertirse en un problema legal y medioambiental, como recuerda la Guardia Civil en su advertencia sobre la recolección de musgo, muérdago y acebo.
Estos elementos, aunque imprescindibles para muchos en sus decoraciones, están protegidos por su valor ecológico. Según explica la Guardia Civil en sus redes sociales: "El motivo es que son especies silvestres protegidas, por tanto, cogerlo conlleva una sanción económica". Las multas, dependiendo de la gravedad de la infracción, pueden oscilar entre los 1.000 y los 100.000 euros.
El musgo no es solo un elemento decorativo; en la naturaleza desempeña funciones clave. Este pequeño y humilde organismo contribuye a controlar la erosión del suelo, purifica el aire y proporciona refugio a multitud de pequeñas especies animales. Sin embargo, su arranque indiscriminado amenaza este delicado equilibrio ecológico, razón por la cual su recolección está prohibida. Además, en áreas especialmente sensibles, como zonas que han sufrido incendios forestales o fuentes de agua, la normativa es aún más estricta, buscando preservar hábitats ya de por sí vulnerables.
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Sin embargo, las normativas actuales exigen buscar alternativas sostenibles, como musgo de producción controlada o materiales artificiales, para no poner en riesgo el entorno natural. La Navidad es sinónimo de ilusión, pero también de responsabilidad. Respetar la normativa medioambiental no solo protege la biodiversidad, sino que asegura que nuestras tradiciones puedan perdurar en el tiempo sin comprometer los recursos naturales.
Un legado histórico
El Belén, tal y como lo conocemos, tiene una rica historia que se remonta al Renacimiento, cuando las primeras representaciones del nacimiento de Jesús comenzaron a popularizarse en Europa. En España, esta tradición alcanzó su máximo auge en el siglo XVIII gracias a Carlos III, quien importó los pesebres napolitanos durante su reinado. Estos belenes, caracterizados por su minucioso detalle y su combinación de lo sagrado y lo cotidiano, conquistaron rápidamente a la corte y, posteriormente, al resto de la sociedad.
La práctica de montar el Belén no tardó en arraigarse en los hogares, pasando de ser una costumbre aristocrática a una tradición popular. Con el tiempo, las representaciones se enriquecieron con elementos naturales como el musgo, el corcho y otros materiales que buscaban dar mayor realismo a los paisajes. Cada región de España, e incluso los territorios coloniales, adaptaron el Belén a su estilo local, creando una diversidad de interpretaciones que perduran hasta hoy.

