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Crónicas murcianas

La lluvia sobre una canción de Supertramp

En mi cole, en la segunda mitad de los años setenta, la humanidad de menos de catorce años de edad estaba dividida en dos grupos irreconciliables: aquellos escolandos que escuchaban a Supertramp y los niños más o menos respetables. Que te gustasen los Supertramp en su época, que era la nuestra, era lo peor. Significaba que eras un niño que te creías todo lo que te contaban los mayores y que imitabas sus mismos estilemas. Que estabas con el Sistema (el Sistema de entonces era post-jipi, y se trataba de matar el legado jipi, como reivindicaba el "punk").

En mi cole, que era del Opus, en los recreos ponían una y otra vez a Supertramp por los altavoces del patio, como en alguna especie de tortura soviética para que confesases de plano o como en "Alguien voló sobre el nido del cuco", cuando a los locos les ponían esa música que hace crecer felices a las plantas. Sin duda las plantas crecían felices también con la virtuosería de Supertramp, pero no yo, a pesar de que siempre fui un niño en estado más bien vegetativo ("Abarca, ¡que estás durmiendo!", me decían siempre en el cole, y todavía hoy, treinta años después, creo que no me ha sonado el despertador). A los escolandos a los que les gustaba Supertramp, inducidos sin duda por sus papás exquisitos, de ésos que cuando se enchufaban rock sinfónico se ponían a cortar el aire del saloncito con el dedo índice como si fuese una batuta, también, cuesta abajo en su rodada, les gustaban Yes -quienes cantaban a la Virgen María- Emerson, Lake y Palmer o Camel. Yo siempre me los imaginaba junto a la familia moviendo todos el dedito al compás como si fuese una batuta, mientras mamá, con un rígido peinado "a la Federica" escarchado de laca marca "elnett", con la mano libre hacía calceta. A aquella música se la llamaba entonces "de los dinosaurios". Pero ya se ve que había críos que ya nacían dinosaurios sin remedio.

El Destino, sin embargo, tenía planes insospechados para mis opiniones sobre Supertramp. Nos trasladamos a algunos años más tarde. Es verano de 1982, cuando vestíamos pantalones por el tobillo, calcetines fluorescentes y camisas cuatro tallas mayores abrochadas hasta el galillo. Estoy en el extranjero, en una tarde oscura y en una sala de máquinas de primigenios marcianitos marca japonesa "Taito". La sala en penumbras echa por el altavoz "it´s raining again" ("está lloviendo otra vez"), que acaban de sacar unos ya por entonces decadentes Supertramp. En efecto, afuera llovía, pero sobre todo llovía dentro de la sala de ingenuas maquinitas casi pretecnológicas y dentro también de mi prematuramente estrujado corazón.

Llovió en el extranjero todo el verano, y sigue haciéndolo ininterrumpidamente desde entonces. No tengo que aclarar que esa melancólica tonada pop (la cual se da de tortas con su letra, sobre superación personal) nunca ha dejado de sonar en mi maltratada cabeza por asociación mecánica a través de los fenómenos atmosféricos por los que ha pasado en la vida, como una gota de lluvia de un año se parece a otra de otro año. Escuchar a Supertramp ahora, que no entonces, cuando eran lo "anti-cool" (aunque me han dicho que los modernuquis han puesto sus sucias zarpas sobre ellos), es lo más.

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