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PP y PSOE, entre la abstención y la abstinencia tras la caída de Sánchez

La estrategia de populares y socialistas en las próximas semanas va a ser un baile en el que tendrán difícil decidir el ritmo y quién marca el paso.

El PSOE no quiere hablar de abstención aunque sabe que es lo único que tiene que debatir. De hecho, los socialistas ni siquiera se atreven a pronunciar la palabra, aunque cada día los rodeos que dan a su alrededor son menos disimulados.

El PP, mientras tanto, no quiere hablar de nada, ni moverse, entendiendo que la caída de Sánchez obliga a hablar primero al PSOE y esforzándose en no cometer un error que comprometa su nueva y reforzada posición.

El mejor escenario para Rajoy… o no

Lo que podría ser el escenario óptimo para el PP, la abstención con pocas condiciones o fáciles de asumir, tiene también un reverso envenenado: para empezar obligaría a los populares a proponer la investidura de Rajoy o convertirse en el partido del bloqueo, lo que podría arruinar el feliz panorama electoral que se prometen y empiezan a pronosticar las encuestas.

Pero es que, además, la vida no se acaba con la investidura, de hecho es entonces cuando empieza, al menos por lo que se refiere a la dura tarea de gobernar. Y cuando haya gobierno habrá oposición y sin algún tipo de acuerdo ésta puede ser feroz, incluso letal en un plazo tan breve como menos de un año, cuando empezarían a aparecer fantasmas como la moción de censura incluso basadas en alianzas con populistas y separatistas que ahora se niegan.

La crisis se llevaría por delante a Rajoy, abriría un complejísimo proceso sucesorio en el PP en las peores condiciones y el peor momento y podría resucitar al PSOE que ya habría hecho, al menos, parte de su travesía por el desierto.

¿Y si el PSOE fuerza la máquina?

En el escenario contrario sería ofrecer una abstención con demasiadas condiciones o planteando algunas que resulten inasumibles para Rajoy, como un cambio de candidato en el PP por poner el ejemplo en la mente de todos. Un planteamiento así convertiría al PSOE en el partido del bloqueo y, además, transmitiría a la opinión pública que todo el escándalo de la pasada semana para defenestrar a Sánchez en realidad no habría servido para nada más que para ofrecer al público la versión más estrambótica del quítate tú pa ponerme yo.

Y lo que es peor, una vez desactivada la posibilidad del "gobierno alternativo" también conocido como "gobierno Frankenstein", nos veríamos abocados a unas terceras elecciones con un PSOE en su peor momento y una llamada más agresiva que nunca al voto útil por parte del PP... y de Podemos.

Además, hay un problema extra: no sólo hay que encontrar la estrategia correcta, es que ese juego, por eficaz que resulte, no valdrá de nada si no lo entiende el ciudadano –no el militante del que tanto se habla– que, tarde o temprano, va a tener que votar.

En definitiva, el espacio de ambos partidos para desarrollar sus respectivas estrategias es más estrecho de lo que a priori se podría pensar, las posibilidades de error son numerosas y, aunque es obvio que el que más riesgos corre es el PSOE, tampoco el PP está exento de ellos.

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