Cuando se habla de fraude electoral en Estados Unidos, la reacción inmediata es que todo el mundo se te eche encima acusándote de no aceptar los resultados de 2020 y de ser un trumpista asaltante el Capitolio. Y no. Las protestas sobre fraude llevan existiendo desde que existe Estados Unidos y hay jurisdicciones donde es casi tradición. El problema es que el sistema electoral es distinto en cada estado y que en casi todos ellos se permiten cosas que nos resultarían inadmisibles en España, pero que una vez depositados los votos en las urnas resulta imposible saber qué papel han tenido en los resultados.
En primer lugar, y más importante, en la mayoría de los estados norteamericanos no se exige un carnet con fotografía para votar, generalmente el carnet de conducir, porque no existe nada parecido al DNI en Estados Unidos. Se pide un carnet de este tipo hasta para los trámites más nimios, y en muchos estados se expide gratuitamente, pero no para votar porque el Partido Demócrata se resiste siempre que se intenta legislar esa obligación. Su excusa oficial es que las "minorías" tienen más difícil hacerse un carnet con foto, como si por ser negro fueras especialmente idiota. La razón real es que llevan décadas de ventaja a los republicanos en el aprovechamiento de este y otros agujeros legales, y aunque el partido ahora codirigido por Lara Trump, nuera del candidato, ha prometido ponerse las pilas para impedir en los tribunales estas argucias y ponerse a la altura de los demócratas en aprovecharse de ellas cuando no puedan echarlas abajo, tendrán complicado alcanzarlos.
En Estados Unidos hay que registrarse para poder votar. Y si te mueres o te mudas a otro estado y no se actualiza el registro, pues puedes seguir votando, ya seas tú o alguien en tu nombre. No son pocas las ocasiones en que ha habido que acudir a los tribunales para obligar a un estado a limpiar sus registros de votantes. Y donde no hace falta un carnet con fotografía, generalmente basta con una firma para poder votar, una firma que luego rara vez se comprueba de verdad.
Por otro lado, de un tiempo a esta parte ya no se vota solo el día de las elecciones. En casi todos los estados puedes votar días o incluso semanas antes, lo cual complica mucho la campaña. Por ejemplo, en 2022 los medios lograron ocultar hasta cerca del día de las elecciones hasta qué punto el ahora senador por Pennsylvania John Fetterman estaba afectado por un ictus y no son pocos quienes aseguran que, de no haber votado ya un porcentaje notable al demócrata antes de saberse, habría perdido las elecciones pese a lo poco atractivo de su contrincante.
Para facilitar aún más el voto, en muchos estados existen una suerte de buzones donde se puede depositar el voto a cualquier hora de cualquier día de la semana. Añadido al hecho de que en buena parte de Estados Unidos cualquiera puede depositar el voto por ti siempre que lo hayas firmado. ¿Recuerdan cómo se queja la izquierda de que supuestamente las monjas llevan a los ancianos de su residencia a votar? Pues imagine cuántos votos pueden obtener llamando a la puerta de cualquier anciano registrado. En lugar de Avon, es un recolector de votos quien llama a tu cuenta y luego depositas decenas o centenares de esos votos en el buzón.
También está, naturalmente, el voto por correo, que hasta 2020 fue una opción bastante marginal. Pero con la excusa del covid, varios estados, incluso en contra de sus propias leyes, enviaron papeletas a todos los votantes registrados. Es una forma de aumentar la participación, pero dada la poca seguridad de estos envíos, es imposible saber si quien recibe la papeleta y la envía de vuelta al correo es realmente el votante.
Al final, casi lo de menos es que en muchos estados el voto presencial, ya sea el día de las elecciones o en esos periodos extendidos ahora tan de moda, se haga a través de máquinas de votación electrónicas, generalmente de una única empresa llamada Dominion. No voy a extenderme de por qué se debe rechazar siempre la votación electrónica, no sólo por la posibilidad de un hackeo, sino porque resulta imposible una auditoría de los resultados que pueda entender alguien que no sea un técnico, reduciendo la confianza en los resultados. Si en España hay numerosas protestas contra Indra, que sólo hace un recuento provisional y no oficial, imaginemos si una empresa se encargara del recuento oficial.
Ante todas estas opciones de realizar fraude, era de los más normal, mucho antes de las elecciones de 2020, que muchos opinadores de derechas hablaran de que los republicanos debían ganar por un margen mayor al del fraude, dando por hecho que lo habría. Y sin duda existe, pero no sabemos cuánto, ni se puede saber, y por parte de ambos partidos. Algunos estados se han puesto las pilas para garantizar su limpieza, como Florida tras la debacle del 2000, o más recientemente Georgia. Pero resulta imposible que los perdedores puedan. De ahí que, aunque se ponga el acento en Trump en 2020, haya habido quejas de fraude en casi todas las elecciones presidenciales de este siglo. Mucho tiene que cambiar para que los americanos vuelvan a tener confianza en su sistema electoral.