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Trump demuestra quién es el líder de la derecha estadounidense atacando Irán

La estrategia de Trump combinó gestos diplomáticos y acción militar, dejando en evidencia a aliados y críticos.

Donald Trump nos ha tomado el pelo en dos ocasiones con su postura hacia Israel. Durante meses, el presidente más proisraelí de la historia reciente pareció distanciarse del estado judío, llegando a acuerdos con Catar y negociando con Irán. Sin embargo, todo resultó parte de una estratagema. Trump dio a Irán un plazo de 60 días para alcanzar un acuerdo, y al día siguiente, el 61, Israel comenzó a atacar instalaciones iraníes. Lo que parecía una negociación a espaldas de Netanyahu se desveló como un engaño coordinado con Israel, ya fuera para poder decir que se intentó una solución diplomática o para dar tiempo a los planes militares.

La amenaza contra Irán

Días después, Trump, orgulloso de la operación, se puso la medalla por el éxito del ataque israelí. Pero no se detuvo ahí: amenazó a Irán con una intervención directa si no negociaba en dos semanas la eliminación de su programa nuclear. Tras rechazar lo que queda del régimen de los ayatolás el ultimátum, Estados Unidos decidió atacar pocos días después, utilizando una bomba específica para destruir objetivos bajo tierra que sólo los americanos tienen. De este modo, se garantizó la destrucción de Fordo, la instalación nuclear que los iraníes enterraron profundamente bajo una montaña, y que Israel no hubiera podido destruir desde el aire.

Esta decisión supuso una decepción, en primer lugar, para parte de su propio movimiento MAGA, donde conviven sectores con visiones a veces opuestas, unificados solo por su lealtad al presidente. En política exterior, Trump no encaja en moldes tradicionales. No es un aislacionista, como algunos en su base desearían, ni tampoco sigue el camino de Reagan, resumido en la frase "paz a través de la fuerza". Su enfoque es suyo, no es necesariamente coherente y está guiado por sus propios instintos, afectos y, como mucho, un círculo muy reducido a su alrededor del que es fácil salir. Esto ha frustrado a la derecha aislacionista, que se frotaba las manos tras las continuas puñaladas que el hombre naranja le ha clavado en la espalda a Ucrania. Representada por figuras como Tulsi Gabbard, directora de inteligencia, y comunicadores como Tucker Carlson, creían tener una gran influencia en él. Trump, sin embargo, ha ignorado sus críticas e incluso, en el caso de Carlson, los ha tildado de "chiflados". Las encuestas muestran que esta facción, aunque muy presente en redes sociales, tiene poca relevancia entre los votantes republicanos, lo que refuerza la autonomía de Trump.

Los demócratas, por su parte, se encuentran ahora en una posición incómoda. Dependientes de una base joven marcadamente antisemita, reflejada en protestas universitarias lideradas por su facción más extremista, defender cualquier acción que beneficie a Israel les es cada vez más difícil de defender. El único que se ha mostrado capaz ha sido, de nuevo, el senador John Fetterman, de Pensilvania, que ha apoyado el ataque destacando ser una rara excepción en su partido, al ser el único dispuesto a reconocerle méritos a Trump. Si el ataque ha logrado neutralizar el programa nuclear iraní, los demócratas enfrentarán a un dilema: criticar una acción exitosa resulta políticamente costoso.

Al final, lo único que puede salvarles la cara tanto a los demócratas como a la derecha aislacionista es una represalia de Irán lo suficientemente importante como para complicarle la situación para Trump e Israel. Sin embargo, esta postura, que implica desear un conflicto mayor, refleja la difícil encrucijada ideológica en la que se encuentran, priorizando sus agendas sobre los intereses de su país. Cuando tu ideología hace que te pongas de parte de los malos, igual es momento de hacértela mirar.

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