Lo que hace Trump en Venezuela y Washington DC explica por qué es presidente
Del despliegue naval frente a Venezuela a su ofensiva contra el caos en Washington, Trump refuerza su imagen de líder.
Trump ha vuelto a hacer de las suyas esta semana con dos movimientos que, aunque parezcan no tener nada que ver, explican por qué la derecha norteamericana lo idolatra como a un mesías, a pesar de que a veces parezca un villano sacado de un tebeo. Por un lado, ha enviado una flota de buques a las costas de Venezuela para frenar el narcotráfico del régimen chavista. Por otro, se ha propuesto limpiar el desastre que es Washington D.C. tras décadas de gobierno demócrata. Y al hacerlo demuestra la energía y el liderazgo que los republicanos no veían desde los tiempos de Ronald Reagan. Alguien que no se limita a hablar y lamentarse sino que actúa, aunque en ocasiones sus acciones puedan terminar siendo contraproducentes, y que obliga a que sean los demás quienes reaccionen a él.
Envío de buques a Venezuela
Empecemos con Venezuela. Trump ha desplegado varios buques de guerra, con unos 4.000 efectivos, incluidos más de 2.000 marines, frente a las costas del país de Nicolás Maduro. El objetivo es frenar el tráfico de drogas del cártel de los Soles, que no es otra cosa que la propia cúpula chavista, tanto la política como la militar, convertida en una banda de narcotraficantes, un régimen que ha hundido Venezuela en una miseria tal que ha expulsado a más gente que Siria en plena guerra civil mientras se forra con el narcotráfico. Un desastre absoluto que, por cierto, a ciertos iluminados de la izquierda radical española les parece un modelo digno de admiración.
Otros presidentes, ya fueran republicanos o demócratas, se habrían limitado a soltar un discurso incendiario, agitar los brazos con gestos de indignación y, como mucho, imponer sanciones que no sirven para nada. Pero Trump no es de esos. Él manda barcos, marines y un mensaje claro: esto va en serio. ¿Funcionará? Ni idea. Puede que frene el narcotráfico, puede que no haga ni cosquillas. Lo que está claro es que es una jugada que pocos líderes se atreverían a hacer. Y no, no es que a Trump le quite el sueño el bienestar de los venezolanos; su prioridad son los norteamericanos y los problemas que el narco les trae a casa. Es América Primero, no Venezuela Primero, y eso lo tiene muy claro.
Control de Washington
Ahora, pasemos a Washington D.C., la capital que no es un estado, sino un distrito controlado, en teoría, por el Congreso; los padres fundadores pensaron que el poder federal no podía estar preso del estado donde estuviera su sede. Desde los años 70, se permitió que la ciudad eligiera a su alcalde y concejales, que, oh sorpresa, siempre son demócratas. ¿La razón? El 95% de los votantes de Washington, en su mayoría burócratas federales, votan azul en cada elección, con una precisión que ya quisieran los relojes suizos. Y el resultado es el mismo que el de las tantas grandes ciudades gobernadas por demócratas en modo régimen de partido único: delincuencia desbocada, campamentos de indigentes y un aspecto que parece más de una ciudad tercermundista que de la nación más poderosa del planeta. Trump ha dicho basta. Ha decidido meterse de lleno en la gobernanza de la ciudad, especialmente en temas de seguridad, limpieza de parques y calles, y deportación de inmigrantes ilegales.
Legalmente, su margen de maniobra es limitado, porque el control de Washington depende del Congreso, no del presidente. Pero políticamente, esto ha sido un gol por la escuadra. La gente ve a Trump tomando las riendas, limpiando las calles de delincuencia y "guarrería", como él mismo diría, y mostrando cómo gobernarían los republicanos cualquier gran ciudad si les dejaran. Es una demostración de fuerza que resuena con sus votantes, hartos de ver cómo las urbes demócratas se hunden en el caos. ¿Es sostenible a largo plazo? Probablemente no. Pero el mensaje ya está lanzado, y la derecha ve como en lugar de lamentarse melancólicamente por la situación de la capital de la República, hace algo para remediarla.
Estas dos jugadas, en Venezuela y en Washington, muestran por qué Trump conecta tanto con la base republicana. No es solo que haga cosas, es que las hace a lo grande, sin pedir permiso ni disculpas. Es un líder que pelea, que no se queda en palabras, aunque a veces sus decisiones parezcan más un numerito de circo que una estrategia meditada. Desde Reagan, los republicanos no tenían a alguien así, alguien que, con todos sus defectos —y mira que los tiene, desde su flirteo con Putin hasta sus aranceles disparatados—, se planta y actúa. Algunas de sus medidas se las tumban los tribunales, otras las gana, pero nunca se está quieto. Y eso, para una derecha que lleva décadas buscando un líder con arrestos, es como agua en el desierto. Por eso lo quieren, por eso lo votan, y por eso, nos guste o no, Trump está donde está.
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