
La izquierda insiste una y otra vez en que la solución a los problemas educativos pasa por gastar más y más dinero público. Recientemente hemos visto una revuelta de este tipo en Asturias, donde los sindicatos del ramo han reclamado más desembolsos y privilegios al gobierno autonómico, que finalmente ha cedido.
Sin embargo, la evidencia demuestra que la mejora de la educación no siempre es cuestión de recursos, sino de enfoque, exigencia y buena gestión. El mejor ejemplo lo encontramos en Mississippi: el estado más pobre de Estados Unidos, con uno de los niveles de inversión educativa más bajos del país, lidera hoy los resultados en lectura. ¿Cómo lo ha logrado? A base de reformas inteligentes y políticas exigentes, no de más gasto.
Según los datos del National Assessment of Educational Progress (NAEP), entre 2013 y 2024, la nota de los alumnos de cuarto de primaria con peor rendimiento en lectura han caído 15 puntos, mientras que los mejores apenas se han dejado medio punto. En contraste con lo que defiende la izquierda, la desigualdad o brecha en el ámbito de la educación se está ampliando, pero porque los peores resultados están cayendo en picado, no porque los buenos estén mejorando. El problema es generalizado: 40 estados vieron caer en más de 10 puntos a sus alumnos del 10% inferior, 16 superaron los 20 puntos de retroceso, y 2 experimentaron un retroceso de hasta 30 puntos.
Sin embargo, hay un caso muy llamativo de mejora: el del Estado de Mississippi. Hablamos, no lo olvidemos, del territorio con menor renta per cápita del país norteamericano, por debajo de los 50.000 dólares anuales. Y, en clave presupuestaria, apenas tres estados gastan menos que Mississippi en lo tocante a la educación. Sin embargo, cuando el Urban Institute ajustó los resultados educativos en función del contexto socioeconómico, Mississippi apareció como líder nacional en lectura en cuarto de primaria.
El avance es rotundo:
- Los alumnos afroamericanos de Mississippi ocupan el tercer lugar a nivel nacional.
- Los estudiantes de ingresos bajos superan a sus pares de cualquier otro Estado.
- Mississippi es, de hecho, el único territorio que ha mejorado simultáneamente en todos los niveles. Van a más las notas de los mejores, de los peores y, además, la media general.
¿Qué hizo Mississippi para conseguir esta mejora? Todo comenzó en 2013 con la aprobación de la Literacy-Based Promotion Act, una reforma que introdujo tres cambios esenciales:
- Despliegue de "entrenadores de lectura" en las 50 escuelas con peores resultados.
- Evaluaciones universales orientadas a detectar dificultades lectoras desde las primeras etapas formativas, con obligación de informar a las familias en casos de rezago.
- Repetición obligatoria del tercer grado de primaria para todos aquellos estudiantes que no alcancen el nivel mínimo de lectura.
Estas medidas apenas tuvieron un coste de 15 millones de dólares al año. Es decir, una inversión ridícula (apenas el 0,2% del presupuesto estatal) que arroja un retorno educativo extraordinario, tal y como ha explicado el investigador Noah Spencer, de la Universidad de Toronto, quien ha comprobado que estas medidas han traído consigo mejores resultados a largo plazo. De hecho, Spencer considera que en torno al 25% de la mejora se debe a la amenaza de repetición obligatoria del tercer grado de primaria, circunstancia que indujo un cambio en la actitud de padres, maestros y directores de los centros, obligándolos a intervenir a tiempo.
El resto de los estados: políticas superficiales
Mississippi no es el único estado con una ley de alfabetización. De hecho, 41 estados y el Distrito de Columbia tienen políticas en ese ámbito. Sin embargo, un estudio de Michigan State University encontró que solamente 12 de estos 42 programas pueden considerarse integrales - es decir, cuentan con materiales de calidad, evaluaciones serias y medidas exigentes. El resto, pura cosmética.
Los demás territorios, aunque presumen de contar con estos planes formativos, carecen en la práctica de mecanismos reales de exigencia. Por tanto, no garantizan que todos los colegios usen materiales efectivos, ni detectan a tiempo los casos de dislexia y bajo rendimiento. Y, como era de esperar, solo los estados con políticas completas y exigentes vieron mejoras reales, sin que el gasto sea un aspecto determinante.
Gasto y resultados
Los estudios de autores como Eric Hanushek han recalcado a lo largo del tiempo que el aumento del gasto no correlaciona consistentemente con mejores resultados. Entre 1970 y 2012, el gasto por alumno creció un 185 %, ajustando los datos para descontar la inflación, pero los resultados en matemáticas, ciencia y lectura apenas experimentaron cambios. El aumento del gasto, pues, quedó capturado por los trabajadores de un sistema educativo inflado que no arrojó mejores resultados.
En España ocurre algo parecido. Nuestro país invierte un 4,9 % del PIB en educación, cifra alineada con la media de la OCDE, pero sus resultados en el Informe PISA se mantienen por debajo (promedio de 486 puntos, frente a 498 en el conjunto de las economías avanzadas). Asimismo, el 17 % de los estudiantes no alcanzan el nivel mínimo de competencia, de acuerdo con los datos disponibles.
La siguiente comparativa, planteada por Arthur Laffer en su curso Supply Side Economics & American Prosperity, refuerza la desconexión gasto-resultados comparando a California y Texas, no solamente en base a resultados académicos, sino también en otras métricas como el orden público, las infraestructuras, los hospitales o la pobreza. En todas y cada una de estas variables resulta evidente que gastar mejor no implica obtener mejores resultados y, de hecho, suele conducir al escenario contrario.

La gran lección: cambiar lo que pasa en el aula
El caso de Mississippi demuestra que los cambios educativos eficaces no requieren más dinero, sino decisiones valientes. Lo que marca la diferencia es transformar lo que ocurre dentro del aula: qué se enseña, cómo se enseña, cómo se evalúa y qué se hace cuando algo falla.
En un momento en el que los resultados educativos se desploman en Estados Unidos —y en buena parte de Europa—, conviene mirar con atención este ejemplo. Mississippi ha subido el nivel general sin dejar a nadie atrás. Lo ha hecho gastando poco, pero exigiendo mucho. Y en educación, como en tantos otros ámbitos, la exigencia importa más que el presupuesto.

