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Así quiebran los ultrasubvencionados proyectos estrella de la "economía verde"

La caída de Northvolt y Stegra evidencia cómo las apuestas por baterías y acero con hidrógeno dejaron deudas y metas incumplidas en Suecia.

La caída de Northvolt y Stegra evidencia cómo las apuestas por baterías y acero con hidrógeno dejaron deudas y metas incumplidas en Suecia.
Fábrica de hidrógeno verde, imagen de recurso. | Canva

En Europa, el hidrógeno verde se ha convertido en la última gran promesa de la transición energética. Esta molécula ligera carga con un peso político enorme: descarbonizar la industria pesada, sustituir al gas natural, electrificar procesos que hoy dependen del carbón y, supuestamente, abrir un nuevo ciclo industrial europeo. Sin embargo, esta apuesta no está viniendo de la mano de proyectos rentables o de disrupciones tecnológicas genuinas, sino de un torrente de subvenciones, préstamos públicos y ayudas directas. Suecia se ha convertido en el ejemplo más claro de cómo estas ilusiones pueden desembocar en fiascos monumentales.

El caso más rotundo es el de Northvolt. Fundada en 2016, se presentó como la alternativa europea a Tesla y a los gigantes asiáticos de las baterías. Su gigafactoría en Skellefteå, al norte de Suecia, arrancó con un presupuesto inicial cercano a los 4.000 millones de euros y con el objetivo de producir 16 GWh al año en su primera fase, ampliables hasta los 60 GWh en sucesivas expansiones.

A lo largo de los años siguiente recibió alrededor de 6.000 millones de euros entre préstamos blandos, garantías públicas, fondos europeos de innovación y financiación del Banco Europeo de Inversiones, incluyendo un préstamo específico del BEI cercano a los 1.000 millones de euros anunciado en 2024. Pese a este volumen de apoyo público, la empresa jamás consiguió estabilizar una producción rentable: acumuló retrasos, problemas técnicos, sobrecostes estructurales y escándalos laborales. A finales de 2024 entró en protección de acreedores en Estados Unidos y el 12 de marzo de 2025 presentó formalmente su quiebra en Suecia con deudas estimadas entre 5.400 y 6.000 millones de euros.

Lo significativo es que, además del agujero financiero, la UE podría asumir cerca de 300 millones de euros en pérdidas derivadas de garantías públicas. Todo ello para un proyecto que, tras casi una década de operaciones, no ha sido capaz de demostrar que podría competir con la industria asiática ni siquiera con apoyo masivo del Estado. La narrativa de crear un "campeón europeo de baterías" terminó en la mayor bancarrota industrial sueca en más de ochenta años.

El caso de Stegra

Mientras Northvolt colapsaba, Suecia vivía el ascenso de otro proyecto emblemático: Stegra, anteriormente H2 Green Steel. Su promesa era aún más ambiciosa que la del fabricante de baterías que acabó en la bancarrota: en su caso, el proyecto aspiraba a producir acero utilizando hidrógeno verde en lugar de carbón, alimentándose exclusivamente de electricidad renovable. La iniciativa captó enorme entusiasmo político y financiero. Para 2021, ya había asegurado compromisos de financiación por unos 6.500 millones de euros, combinando capital privado, préstamos y apoyo público.

A medida que avanzaba la construcción de su planta en Boden —una ciudad de apenas 17.000 habitantes en el norte—, los costes crecieron del proyecto sin control. En otoño de 2025, la empresa reconoció que necesitaba alrededor de 1.100 millones de dólares adicionales para evitar quedarse sin liquidez. De momento, el gobierno sueco ha accedido a ofrecer a Stegra una nueva ayuda pública por valor de 35,3 millones de euros, si bien la financiación necesaria para que el proyecto siga en pie supera los 1.100 millones.

La planta de Boden aspiraba a producir 2,5 millones de toneladas anuales de acero "verde", pero la tecnología que utiliza —reducción directa con hidrógeno— requiere una cantidad de electricidad colosal. Expertos como Christian Sandström y Magnus Henrekson han advertido de que el consumo energético previsto tensionaría la red eléctrica del norte de Suecia hasta niveles críticos. En paralelo, otros países como Alemania han empezado a abandonar la vía del hidrógeno para la siderurgia por resultar demasiado cara frente a la producción convencional. Así, el riesgo tecnológico y económico del proyecto creció justo cuando los gobiernos empezaron a frenar las subvenciones.

El impacto local es especialmente preocupante. Boden, el municipio que celebró la llegada de la fábrica como una oportunidad histórica, comprometió alrededor de 100 millones de euros en infraestructuras, servicios públicos y obras asociadas al proyecto. Ahora, con Stegra en vías de insolvencia y sin garantías de que la planta llegue a operar, la localidad afronta una deuda que probablemente nunca recuperará. La historia recuerda dolorosamente a lo vivido en Skellefteå con Northvolt: expectativas infladas, dependencia de fondos públicos, presión política por anunciar empleo y progreso… y un final en forma de agujeros presupuestarios que recaen sobre comunidades pequeñas.

Los casos de Northvolt y Stegra ilustran un problema que España conoce de sobra: los gobiernos no son buenos seleccionando tecnologías ganadoras. Cuando el Estado decide qué empresas deben liderar el futuro, los riesgos se socializan y los errores acaban pagándose durante décadas. Basta recordar el episodio de las primas a las renovables: según el Instituto Juan de Mariana, España desarrolló un volumen de capacidad similar al de países que no ofrecieron subvenciones tan agresivas, pero lo hizo pagando un sobrecoste cercano al 30 % del PIB que ha situado los costes de ,la energía en la parte alta de la UE. El sistema de primas no sólo generó un déficit tarifario gigantesco, sino que desencadenó litigios internacionales por los recortes regulatorios posteriores. Hoy, nuestro país acumula más de 2.200 millones de euros en laudos pendientes de pago derivados de esos conflictos, lo que ha motivado embargos y procedimientos en el extranjero que siguen abiertos.

El mensaje de fondo es claro: cuando la política industrial se convierte en un ejercicio de "picking winners and losers", no se impulsa la innovación, sino que se multiplica el riesgo y se cronifica la dependencia de subsidios. El hidrógeno verde, el acero verde y las baterías europeas no deberían sostenerse sobre castillos de dinero público, sino sobre modelos sólidos que demuestren viabilidad técnica y comercial. Suecia ya está pagando la factura de sus ilusiones; España haría bien en tomar nota antes de repetir la historia.

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