
Alguna vez he escrito que uno de los fenómenos más peligrosos de la política moderna es la enorme distancia que hay entre los decisores y las consecuencias. Demasiada gente con ideítas a los que no les pasa nada, ni bueno ni malo, en función de los resultados de sus posturas. Como dice Nassim Nicholas Taleb en uno de los libros que más he citado en los últimos años (Jugarse la piel, Skin in the game) el problema de estos sistemas no es sólo que sean injustos (que lo son); lo realmente grave es que son muy ineficientes y extremadamente frágiles. Sin el conocimiento adquirido (e interiorizado) por el que soporta los costes, lo normal es que vayamos generando estructuras cada vez más caras y susceptibles de colapsar. En nuestras sociedades modernas, abundan los ejemplos. La preponderancia de la política, el periodismo y la academia no ayuda (hablamos de tres actividades en las que se puede proponer-decidir demasiado sin interiorizar el resultado).
Todo esto viene a cuento de una de las buenas noticias de la semana: la decisión de la UE de enmendarse a sí misma en lo que respecta a la prohibición de venta de coches de combustión a partir de 2035. Parece que la presión de los fabricantes italianos y alemanes ha surtido efecto y la locura de la electrificación total del parque automovilístico por decreto tendrá que esperar. Hasta el miércoles no conoceremos los detalles, pero todo indica que se alargarán los plazos o, incluso, se eliminará la prohibición. Hasta ahora, lo que se ha filtrado habla de que la reducción de emisiones de CO2 ya no estará en el 100%, sino en un porcentaje menor: de esta manera, los híbridos y los motores más eficientes podrían pasar el nuevo filtro.
Como digo, la noticia es positiva, pero también nos empuja a una doble pregunta con muchas derivadas. Primero, ¿y si ya te has cargado aquello que ahora quieres proteger? Europa lleva en un declive industrial desde hace al menos cuatro décadas. Sin embargo, en 2005-10 mantenía el liderazgo en un sector muy relevante: el de la automoción. Los coches premium alemanes, los utilitarios franceses, el diseño italiano… por una razón u otra, lo cierto es que en esto sí habíamos logrado una posición competitiva de dominio que en otras industrias no éramos capaces de mantener. No es que no hubiera competencia (japoneses y coreanos, especialmente) pero la manejábamos bien. Y no sólo en cuanto a las marcas de automóviles, sino también en la industria intermedia.
Como, además, la tecnología de un coche de combustión es bastante compleja, había buenas barreras para complicar la vida a los recién llegados. En su momento, escribíamos que, incluso si los políticos de la UE llegaban a la conclusión de que era mejor el coche eléctrico, podría tener sentido intentar torpedearlo, por una cuestión de interés propio. Ya sé que esto no está en el manual del liberal; pero es que la UE no tiene nada de liberal. Puestos a políticas intervencionistas como las que aprueba cada día, proteger la industria del automóvil sería casi coherente. Pues bien, lo que hicieron fue lo contrario: sin saber si era mejor, lo promocionaron por ceguera ideológica.
Ahora, después de diez años de ayudar a la competencia, puede que muchas de esas ventajas competitivas ya no estén. Intuyo que todavía hay margen, pero tampoco es una locura imaginar que por mucho que ayudes, haya grandes marcas europeas que estén en una situación irrecuperable. Esto no es tan sencillo como decir "retiro una norma absurda y volvemos a 2012". El mercado ya no es el de 2012; en parte porque tú lo has forzado.
Un daño absurdo
La segunda pregunta es más peliaguda: ¿quién va a pagar por todo el daño realizado? Un daño que, además, ahora se demuestra absurdo. Si es verdad que el cambio climático es una emergencia, no deberías retirar la prohibición. Si no lo es, ¿por qué la pusiste?
Eso sí, no nos confiemos, porque la batalla no está cerrada. Algunos países (liderados por España, cómo no) quieren mantener los planes. No les vale ni el hundimiento de las ventas de los vehículos nuevos (seguimos bastante por debajo de los niveles pre-pandemia) ni las derivadas que esto tiene: el incremento en la edad media del parque móvil incide tanto en la seguridad vial como en las emisiones (no se están vendiendo tanto como deberían las nuevas versiones, no sólo de eléctricos sino de coches de combustión más eficientes).
Pero si el Gobierno alemán (y no parece que el italiano o el francés vayan a poner demasiadas pegas) se empeña en esto, es muy probable que la prohibición, al menos en sus aspectos más lesivos, decaiga. Cuando lo haga, habrá sido uno de los anuncios no ejecutados más caros de la historia. Miles de puestos de trabajo en peligro, fábricas cerradas, decisiones de inversión no ejecutadas, consumidores desconfiados (y que seguirán con la mosca detrás de la oreja muchos años porque ahora llega la batalla por ver qué modelos pasan la nueva regla y cuáles no)... Y todo para nada. Pero nadie asumirá responsabilidades. ¿Jugarse la piel o, como mal menor, el salario? No hay nada más alejado de sus intenciones.
