
En el verano de 1858, las aguas del río Lozoya llegaron por primera vez a Madrid tras una de las mayores obras de ingeniería hidráulica de Europa. El punto elegido fue la calle ancha de San Bernardo, en Chamberí, donde hoy se levanta la Fuente del Lozoya, recién reabierta al público por la Comunidad de Madrid. Este conjunto monumental simboliza el nacimiento del Canal de Isabel II, la infraestructura que transformó por completo el abastecimiento de agua en la capital.
A mediados del siglo XIX, Madrid apenas podía ofrecer siete litros de agua al día por persona, suministrados por los llamados "viajes del agua", sistemas de captación subterráneos de origen medieval. Con más de 220.000 habitantes y un crecimiento demográfico imparable, la ciudad enfrentaba epidemias y falta de salubridad. La escasez de agua se convirtió en un problema estructural y una cuestión de Estado.
Según recoge el tomo Madrid en la sociedad del siglo XIX, editado por la Comunidad de Madrid, se estudiaron diversas alternativas: desde traer agua del Manzanares o el Jarama hasta bombear las fuentes cercanas con máquinas de vapor. Pero la propuesta definitiva llegó en 1851, impulsada por Juan Bravo Murillo, entonces presidente del Consejo de Ministros, quien encargó a los ingenieros Juan Rafo y Juan de Rivera una gran obra de abastecimiento desde el río Lozoya.
Un Real Decreto de ese mismo año autorizó el proyecto, que incluía la construcción de un embalse, un canal de más de 70 kilómetros de longitud y un gran depósito de distribución.
El Pontón de la Oliva
La primera piedra de la nueva red se colocó el 11 de agosto de 1851 en el Pontón de la Oliva, una presa de gravedad de 27 metros de altura sobre el río Lozoya. La ceremonia fue presidida por el rey consorte Francisco de Asís y supuso el inicio oficial de las obras. Unos 2.000 trabajadores participaron en la construcción, enfrentándose a un terreno difícil y a constantes filtraciones.
Siete años después, el agua llegaba a Madrid. El 24 de junio de 1858, la ciudad celebró la inauguración con calles engalanadas, fuentes decoradas y miles de personas congregadas en Chamberí para ver cómo el primer surtidor brotaba en plena calle ancha de San Bernardo ante la reina Isabel II.
A partir de ese momento, comenzó la distribución por toda la capital mediante una red de canalizaciones de hierro fundido, lo que permitió mejorar la salubridad y la calidad de vida de la población.
Pese al éxito inicial, la demanda de agua no dejó de crecer. Pronto fue necesario ampliar la red. Así surgieron nuevas infraestructuras como el dique de Navarejos y la presa del Villar, en su momento la más alta del país. Esta última fue obra de los ingenieros José Morer y Carlos Boix y aún sigue en funcionamiento.
El sistema del Canal de Isabel II fue evolucionando a lo largo del siglo XX, integrando más embalses, depósitos y estaciones de tratamiento. Hoy, abastece a millones de madrileños y se considera uno de los sistemas más eficientes de Europa.

