El regreso de los años 80 a Lavapiés dispara la violencia y expulsa a los vecinos: "No puedo más"
Cientos de residentes se movilizan para exigir una "intervención urgente" ante el aumento de drogas, robos e inseguridad en el barrio.
Entre los vecinos de Lavapiés se respira un hartazgo que ya nadie disimula. El barrio convive entre portales con olor a orina, excrementos humanos en las aceras, peleas, robos y jeringuillas en los parques infantiles a plena luz del día. "Esto me recuerda mucho a los años 80 en Malasaña y Chueca", dice la dueña de un bar en la calle Ave María.
No habla sola. Lo cuentan los vecinos, lo muestran los vídeos que circulan por los grupos de WhatsApp del barrio y lo constata la movilización que se ha extendido por calles como la Fe, del Olivar o Ave María: una recogida de firmas que pide, literalmente, "una intervención urgente ante el deterioro de la convivencia, la seguridad y la salubridad en Lavapiés".
El texto, colgado en portales y escaparates, está dirigido al alcalde, José Luis Martínez-Almeida, y a la Junta del Distrito Centro. En él, los vecinos enumeran punto por punto la situación: venta y consumo abierto de drogas, robos con violencia, okupaciones conflictivas, agresiones, basura, condiciones insalubres, vandalismo y una pérdida general de convivencia.
También denuncian el abandono de personas en situación de drogodependencia o con trastornos mentales "sin atención institucional adecuada", así como el uso indebido de los espacios infantiles, donde —puntualizan— se fuma, se bebe y se escucha música a todo volumen sin control.
"Esto lo ha habido toda la vida, pero antes con los vecinos no se metían", comenta una mujer que lleva 45 años viviendo en el barrio. "No he visto cosa igual. Ahora no respetan a nadie. En la calle Tribulete, el otro día, a una señora de mi edad un grupo de cinco hombres le increpó y le preguntó que cómo la chupaba", relata a Libertad Digital. A su lado, otra vecina de 71 años, residente en la calle del Olivar, asiente con resignación: "Se nos metieron dos veces en el patio de mi casa".
Cuenta también que sufrió un robo en una de las plazas y varios intentos más en la de Lavapiés. "El móvil es lo de menos porque lo sigo pagando", minimiza, pero lo que verdaderamente le preocupa es la seguridad. "A mi vecino de 74 años le hicieron un mataleón para robarle. Siempre son marroquíes". La situación es tal que, después de 33 años viviendo en el barrio, admite que se plantea dejar su casa. "Me recontrajode porque este barrio es mi hogar y esta es mi vida, pero me quiero ir de aquí. Yo a mi edad quería tranquilidad y no la tengo", lamenta.
Entre los vecinos hay quien ha perdido la fe en cualquier solución institucional. "Hace dos años nos movilizábamos en las plazas y no conseguimos nada. Por eso yo estoy descreída", confiesa una de las veteranas. Otros, sin embargo, prefieren seguir "peleando". En la calle de la Fe, por ejemplo, un herbolario de toda la vida se ha convertido en uno de los puntos base de la recogida. Solo en este negocio llevan 34 hojas con diez firmas cada una, y aseguran que hay otras tantas repartidas por farmacias, bares y estancos.
"La vuelta de vacaciones ha sido insoportable", explica su dueña. A la conversación se unen varios vecinos que asienten y comparten las mismas quejas. "Con las firmas queremos luchar contra el tráfico de drogas y de personas. Los parques están llenos de gente drogándose con jeringuillas y los perros se intoxican por drogas al comerse excrementos humanos. Esto no puede seguir así", sentencia.
Incluso hay quien directamente hace las maletas. "Me vuelvo a Chile porque no puedo más. Uno de los detonantes más importantes ha sido la situación del barrio", confiesa un vecino de la calle de la Fe desde el propio herbolario. "Es cuando peor ha estado", le apoya otra mujer en el mismo local, que vive desde hace 11 años aquí.
Pese a que con las firmas no esperan conseguir mucho más que algo de "voz" en los medios, la movilización vecinal va en aumento. Lejos de amedrentarse, insisten en seguir organizándose. En los grupos de WhatsApp —uno por cada calle— se alertan de peleas, robos o redadas. También, simplemente, cuando tienen miedo. "Tuve que bajar la persiana cuando estaba trabajando porque había ocho personas aquí fuera y escribí por el grupo que por favor llamaran a la policía. Estaba cagada", relata la dueña del herbolario.
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