Aunque creo que este tipo de análisis y sus conclusiones, deberían entrar en el epígrafe de la la futurología o en el de la política-ficción, más si pretende analizar las entendederas de un Gallego, sí que me gustaría apuntar dos opiniones al respecto:
La primera es que en mi opinión sobran políticos y faltan buenos gestores. Máxime en una situación como la presente, en la que se supone que la política tiene muy poco recorrido y mucho en cambio la actuación pragmática y el abordaje eficaz de los problemas. Decía mi abuelo que el movimiento se demuestra andando, y esa "confianza" de los mercados -que por cierto, son extraordinariamente pragmáticos-, no vendrá de caras bonitas; de voces campanudas o de gestos ampulosos, sino de los primeros movimientos y de sus resultados. En este sentido, si me dicen que un Gastardón, que ha arruinado la ciudad de Madrid por un par de generaciones, va a formar parte destacada del equipo de cocina, o que un intrigante como Trillo será el encargado de regenerar la confianza en la Justicia, pues apaga y vámonos.
La segunda es que no termino de entender el porqué de tanto misterio y secretismo sobre la identidad de los futuros miembros del equipo. Siguiendo esa supuesta lógica de opacidad, también podrían exigirnos votar a los partidos sin que a priori se supiese la identidad del "tapado" que finalmente ejercería la presidencia.
Aún admitiendo no fuesen puestos inamovibles y que la alineación estuviese abierta a retoques en función de circunstancias de última hora, creo que el pueblo debería decidir sobre su futuro con la máxima información posible. Al menos a un servidor le gustaría acudir a la urna con la mejor y más completa información sobre el programa y sobre los que serían directamente responsables de su aplicación.
Finalmente, señalar que hace tiempo que un servidor está hasta los mismísimos de acertijos, suspenses y quinielas. Sobre todo, cuando se trata de asuntos tan serios como las cosas de comer y que acudir a votar a un tal Rajoy con los dedos cruzados para que al día siguiente se digne descubrir si los Reyes Magos me han traído lo que había pedido, se me hace insufrible y me recuerda épocas ya muy lejanas, cuando mi padre me recitaba aquello de: "los niños, ver oír y callar" -sí eran otros tiempos-. Agravado además porque dicho señor no es mi padre, ni se le parece para su desgracia.