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Alberto Míguez

Siente a un serbio a su mesa

La eufórica pretensión según la cual invitando a almorzar en Biarritz al nuevo presidente de Yugoslavia, Kostunica, la Unión Europea borra de un plumazo la larga secuela de diferencias, malentendidos y desconfianzas que separan a Europa de la República Federal Yugoslava, podría ser un nuevo error en la nada ejemplar historia de las relaciones entre los Quince y Belgrado.

Las promesas de ayuda económica (33.000 millones de pesetas en primera instancia) apenas servirán para darle un respiro a una población vapuleada por el paro, el desarraigo, la desigualdad y la miseria, factores éstos coadyuvantes a una situación desesperada.

La ayuda económica por sí sola no resolverá nada si no viene acompañada de un proyecto coherente de orden y libertad por parte de Serbia. La Unión haría muy bien en recordar los errores cometidos en el tratamiento ofrecido a Rusia, un saco sin fondo, del que sólo sacaron tajada las mafias y los jerifaltes del poder.

Tampoco servirán para mucho las enfáticas declaraciones de apoyo a la nueva democracia serbia si Kostunica y sus colaboradores no implementan reformas políticas, constitucionales y sociales que permitan a esa planta tan débil crecer sin impedimentos.

No se sale tan fácilmente como algunos creen de una dictadura sanguinaria y corrupta. Las ayudas externas están muy bien si son adecuadas y se controlan meticulosamente por parte de los donantes. Pero lo más importante es que los serbios se ayuden a sí mismos, es decir, que demuestren a diario su voluntad de transitar desde la tiranía a la libertad, fiándolo todo esencialmente en sus fuerzas y en la defensa de unos valores gravemente deteriorados por Milosevic y sus sicarios. Sin esta voluntad clara no habrá nada que hacer.

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