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Julia Escobar

La noche de difuntos

LA NOCHE DE DIFUNTOS

La sociedad española se caracteriza por una flaca memoria que le hace olvidar muy pronto sus propias tradiciones y asimilar, con un apetito envidiable, las que vienen del exterior, mejor si están aderezadas en Hollywood. Sólo así se puede comprender que una fiesta de origen extranjero, Halloween, haya podido suplantar una tradición tan enraizada en nuestra cultura latina y mediterránea como la noche de difuntos.

No es que pretenda minimizar la antigüedad de la primera, que hunde sus raíces en la mitología celta y está sólidamente implantada en los países que han recibido tal herencia, pero creo que conviene recordar la nuestra, cuyo origen se pierde también en la noche de los tiempos –donde en un principio confluyeron ambas- para diversificarse después por razones culturales. El culto a los muertos no es privilegio exclusivo de los celtas, sino que es una característica común a todas las culturas antiguas, entre otras la romana, que es principalmente de donde nos viene a nosotros.

Para empezar conviene decir que Todos los Santos –que también es una festividad común a toda la cristiandad- y, en particular, el Día de Difuntos, tienen un origen indudablemente pagano, incluido el peregrinaje a los cementarios para visitar a los muertos familiares. La Iglesia las asimiló, como tantas otras festividades y las incorporó a su liturgia. Pero el sustrato pagano ha pervivido a través de los siglos y la noche del 1 al 2, conocida como “la noche de difuntos” ha sido tradicionalmente en España una noche de terror.

La ruptura con el pasado que han conocido las últimas generaciones ha sumido en el olvido la rica tradición oral de cuentos de terror basados en aparecidos que regresan, durante esa noche, para despachar sus asuntos pendientes con los vivos y otra serie de ritos, como poner lamparillas a los difuntos para honrarles y, de paso, apaciguarles. El folclorista Aurelio M. Espinosa (“Cuentos populares de Castilla y León”) recoge gran cantidad de cuentos de aparecidos durante la noche de difuntos. Concretamente, la historia del muerto que regresa a su hogar para recuperar la asadura que le robaron los suyos tiene en este libro más de diez versiones. Y hay muchos más.

La representación del” Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, fue cita obligada durante estas fechas desde su estreno, con lamentables interrupciones felizmente superadas. La escena del comendador citando al seductor durante la noche de difuntos para llevárselo al infierno es de una eficacia aterradora. Como también las famosas “Leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer, en particular “El Monte de las Ánimas”. Y aún se pueden rastrear ecos de esta tradición en muchos autores, aunque de forma algo dispersa porque nuestra literatura, para bien y para mal, es más propensa al realismo que a otra cosa. Sin olvidar, por supuesto, los buñuelos de viento y los huesos de santo mucho más ricos y nutritivos que todas las calabazas y todos las palomitas del mundo anglosajón.

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