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Enrique de Diego

A favor de la cadena perpetua

No se puede afirmar que quienes somos partidarios de la cadena perpetua, especialmente para los casos de terrorismo o asesinato en serie, lo seamos bajo el acaloramiento provocado por los asesinatos últimos, aunque ese acaloramiento sería, en cualquier caso, una posición racional. Lo somos a la vista de la experiencia de treinta años de atentados y asesinatos terroristas. Margen de tiempo que no puede ser calificado más que de prudente. Es decir, mi postura es que la cadena perpetua debería llevar tiempo en nuestro ordenamiento jurídico, tan lleno de complejos de culpa y de falso progresismo. No deja de ser sintomático que los errores que han debido rectificarse en nuestras leyes no han sido precisamente por dureza sino por debilidad.

La pena tiene un componente preventivo, que para mí es el fundamental. El retributivo satisface a las víctimas y elimina la venganza. El de reinserción es un marco general, que en último término depende no del Estado tutor sino de la libertad personal, de la decision del reo. Es el componente preventivo o disuasorio -que haya menos asesinos- el que defiende a la sociedad y reduce el número de víctimas. Algo básico. Se trata de establecer una relación coste-beneficio al delincuente que le disuada de perpetrar el delito, y especialmente algo tan irreparable e irreversible como el asesinato. En ese sentido, a la luz del derecho comparado y del sentido común, la vida en España tiene un valor bajo, tirando a muy bajo. Con frecuencia, el legislador y la Justicia han pecado de abrumadora falta de sentido común, como en los permisos de fin de semana a violadores, lo que ha costado vidas humanas, como se ha visto en el caso del psicópata de Castellón.

El terrorismo es una psicopatología sublimada por la ideología. El terrorista es un psicópata, un asesino en serie. No mata por acaloramiento, ni tan siquiera conoce a la víctima, de la que no ha recibido agravio personal, sino un peculiar y abstracto daño colectivo. Sin embargo, actúa con premeditación, prepara meticulosamente el asesinato y además desprecia tanto a la víctima que la utiliza como mero medio para trasladar un mensaje moral (como los psicópatas que matan prostitutas, por ejemplo). El psicópata terrorista mata siempre que puede y si pudiera más sería genocida (los asesinatos terroristas son un anuncio genocida, un aviso, cuando se mata a un concejal se desearía matar a todos sus votantes). Son abundantes los especialistas en criminología que consideran que los psicópatas no tienen remedio.

Al margen de las hipótesis genetistas, seguramente inconsistentes, la transvaloración moral del psicópata hace que encuentre deleite en el asesinato en sí, que encuentre en el asesinato su sentido de vivir. Está el caso reciente de Harriet Aregi que tras asesinar a dos personas, ayudar a asesinar a otra, e intentarlo con otras seis, amenaza de muerte a dos magistrados y muestra un esquema nihilista de matar o morir.

Generosamente, para casos así la sociedad española se ha negado el ejercicio de la pena de muerte, vigente en una democracia como los Estados Unidos, pero no parece justo que exista un límite en la condena que iguale a quien haya cometido un asesinato con quien haya cometido varios, ni tiene lógica que la sociedad admita poner en la calle a quien no quiere reinsertarse. Es decir, debería haber una cadena perpetua con revisión a los treinta años, que fuera un incentivo para la reinserción.

Nuestro sistema penal, en lo que he conocido a sus legisladores, ha venido marcado por el complejo de culpa y por la subliminal idea de que es la sociedad, y no el individuo concreto, la culpable del delito. En materia terrorista ese complejo de culpa se incrementa por el recuerdo de la dictadura, a pesar de su carácter ya histórico, y por el interés del Estado en no aparecer como vengativo o duro. Indica además una subyacente disposición -a mí me parece suicida- hacia un diálogo o negociación con los terroristas.

Es todo eso lo que ha fracasado después de décadas de experiencias y por eso la unidad de los demócratas establece como opinión ampliamente mayoritaria la cadena perpetua para los terroristas. Una democracia no es el gobierno de los políticos o de los jueces, sino un régimen de opinión pública. Por supuesto, creo que la cadena perpetua debería ser cuestión aprobada en referéndum popular, porque ello establecería una posición plebiscitaria clara frente al terrorismo. El Estado de Derecho acabará con el terrorismo siempre que sea respetado por respetable.

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