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Alberto Míguez

Todos ganan

Ni siquiera la dudosa luz del alba pudo reducir el optimismo irreversible de los líderes europeos al concluir la Cumbre de Niza. A la salida del cónclave nadie tuvo el valor de reconocer una verdad tan inconveniente como reservada: la última gran reunión europea del siglo XX fue un fracaso. La presidencia francesa fue incapaz de sacar adelante los grandes temas; Alemania sigue teniendo la sartén por el mango y el mango también; España no perdió mucho, sigue siendo el más pequeño de los grandes: equiparable a Polonia; los asuntos más delicados -sobre todo los fiscales y la defensa- apenas se rozaron; los aspirantes a la adhesión se quedaron con un palmo de narices; aquello de las cooperaciones reforzadas son apenas un sueño de verano y la futura Constitución europea, que maravilla a los termocéfalos más genuinos del continente, ni está ni se le espera...

Ahora, eso sí, aquí nadie perdió la cara ni los papeles. Aquí y allí todo el mundo hincha pecho, se coloca todas medallas, adereza la sonrisa de circunstancias y aprovecha la oportunidad para discursear en ese argot incomprensible que algunos llaman “euromaquia” y otros “eurocheli”, un esperanto para uso de las vacas (y bueyes, no seamos machistas) tarumbas o que aspiran a serlo.

Lo que oculta este baile de disfraces es un desastre sin paliativos y la falta clamorosa de un verdadero proyecto político europeo (¡la política, imbéciles!) para el siglo XXI, algo que ni tiene Chirac, ni vende Aznar, ni comparte el querido Tony (Blair). Hacía siglos que ésta Europa de todos los dolores no atravesaba una crisis más intensa de sentido común y de imaginación.

Lo que finalmente se pretende a partir de ahora es disimular la inexistente participación democrática de los ciudadanos europeos en los temas que les afectan y que parecen haber sido secuestrados por eurócratas y demás fauna. Así no hay quien construya la Europa de todos. Así se construye solamente la Europa de algunos. Y al resto, que les den morcilla.

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