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El trabajo infantil

Cercanas las fiestas navideñas los niños son el centro de atención y las intenciones caritativas llenan los corazones de todo el mundo. Personas de buena voluntad se escandalizan ante los presuntos horrores del trabajo infantil y reclaman a los políticos su prohibición.

En los países más desarrollados los niños son en general queridos, cuidados e incluso mimados. Nos parece natural que los niños jueguen y aprendan ajenos a las preocupaciones de sus mayores. Pero a menudo se olvida que la existencia de clases pasivas es posible gracias a la acumulación previa de conocimiento y bienes de capital que incrementan la productividad del trabajo y facilitan la obtención de riqueza. Una sociedad rica puede aceptar que una buena parte de sus miembros no trabajen, pero un pueblo pobre no puede permitirse esos lujos.

Los niños pueden dejar de trabajar cuando sus familias disponen de suficientes recursos para sobrevivir. En los países ahora desarrollados también hubo trabajo infantil cuando no tenían suficiente capacidad de generar riqueza. Lo preocupante no es el trabajo infantil, sino la pobreza generalizada de algunos pueblos, causada principalmente por la violencia y la ignorancia de los sistemas políticos que los oprimen.

Comparar el trabajo infantil con la esclavitud es una tergiversación repugnante. El esclavo es amenazado con la muerte y no tiene oportunidad de elegir: los bajos salarios y las duras condiciones de trabajo no son en absoluto equivalentes a la esclavitud. El empresario que da trabajo no ha provocado la pobreza y ofrece un modo de ganarse la vida, no es ningún explotador: toda relación voluntaria es beneficiosa para ambas partes, y su prohibición violenta es perjudicial.

Las empresas que utilizan mano de obra infantil en el tercer mundo no obligan por la fuerza a nadie a trabajar para ellas. Estas empresas ofrecen oportunidades y tienden a aumentar los salarios, por bajos que éstos sean. Los sueldos y las condiciones laborales mejoran si aumenta el número de empresas que deben competir por la mano de obra. El problema es la escasez de empresarios y de bienes de capital combinada con una gran oferta de mano de obra poco cualificada. Prohibir el trabajo infantil imposibilita a los no adultos la obtención de recursos propios para su emancipación. Además, cualquier edad determinada legalmente para definir lo que es un niño es arbitraria.

Si usted decide felicitar las Navidades con tarjetas de Unicef, tal vez tranquilice su conciencia, pero en realidad está contribuyendo a la supervivencia de una institución de mentalidad colectivista cuyos burócratas disfrutan de elevados sueldos y múltiples privilegios. Las presuntas ayudas de las naciones avanzadas que muchos reclaman son en realidad transferencias de riqueza de los pobres de los países ricos a los ricos de los países pobres. Si usted no compra un producto porque ha sido elaborado con mano de obra infantil, condena a los niños a la pobreza.

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