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Julio Cirino

Incierto futuro para el plan

En Septiembre de 1999 se hacía público un programa de ayuda de los Estados Unidos a Colombia, que justamente tomaría el nombre de “Plan Colombia”, teóricamente todo el proyecto no era sino un requerimiento ordenado y sistematizado de los diversos aspectos de la cooperación internacional necesaria para que el país sudamericano pudiera salir del pantano en que se encuentra.

La propuesta inicial implicaba 7.500 millones de dólares, de los cuales 3.500 provendrían de los países amigos y el resto sería la contribución de la propia Colombia al proyecto. Sin embargo, “el plan” tropezó con problemas desde su nacimiento; así los países de América Latina (reunidos en Brasilia el 1° de Septiembre pasado) expresaron su apoyo al “proceso de paz en Colombia” pero no se hizo ni la mas mínima mención del “plan”. Casi la misma tónica seguirían los países de la Unión Europea que contribuyen con 280 millones de dólares para proyectos de desarrollo social, a los que se suman 100 millones de España y 20 millones de Noruega con idéntico propósito.

Según sus críticos, el plan no responde a la realidad Colombiana sino a las presiones domésticas de los Estados Unidos y por su excesiva orientación militar, no hará sino aumentar la violencia; y si bien quienes esto afirman, no han propuesto, hasta ahora, alternativa realista alguna, su prédica tiene indudable repercusión en los medios de comunicación.

En las próximas semanas, el Plan Colombia volverá al centro de la escena informativa por dos razones principales. En primer término por que el 20 de enero venidero una nueva administración se hará cargo de la Casa Blanca y su actitud concreta respecto de Colombia es aún una incógnita a lo que se suma que los funcionarios electos para el primer nivel de la conducción de la política exterior de los EE.UU: El Gral. Collin Powell como Secretario de Estado y Condoleessa Rice como Asesora Nacional de Seguridad carecen por completo de experiencia en asuntos del Hemisferio, y el segundo escalón que deberá tomar acción directa en estos temas aún no esta nominado; dicho esto sin olvidar el necesario reacomodamiento que tendrá lugar en ambas Cámaras del Congreso.

En segundo lugar, porque los dos batallones anti-narcóticos armados y entrenados por Estados Unidos se preparan en estas semanas para lanzar una ofensiva contra las producción de cocaína en el sur del país. La sureña región del Putumayo es un área en disputa entre las guerrillas de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y los grupos paramilitares, atento a sus campos de coca, laboratorios clandestinos y rutas para la exportación.

Sin embargo, las condiciones para el empleo de estos dos batallones que darán apoyo a las fuerzas policiales, a los aviones encargados de la fumigación de los cultivos cocaleros, y a un programa intensivo de apoyo a la substitución de cultivos, distan mucho de ser las ideales. La operación que se avecina es ya un secreto a voces, y las FARC aguardan en la zona de exclusión ansiosas por probar sus nuevos materiales anti-aéreos y, si bien es verdad que las tropas tienen capacidad para atacar selectivamente laboratorios en la selva, una emboscada o una confrontación a gran escala podrían serle adversas por la falta de capacidad logística y por la limitada cantidad de refuerzos con que pueden contar. A esto se suma que la “movilidad” de estas tropas sobre la que se puso tanto énfasis estará severamente limitada por el momento ya que solo contarán con los 30 viejos helicópteros UH-1N, ya que la entrega de los 16 Black Hawk y los 30 Bell Huey II y el entrenamiento de sus tripulaciones demorarán aún entre 10 meses y un año más, y esto no es secreto para nadie.

Si estas fuerzas especiales sufrieran un revés militar de grandes proporciones, las repercusiones no sólo serían militares sino políticas, y colocarían a la ya debilitada administración del Dr. Pastrana en un situación de total parálisis, y esto tampoco es secreto.

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