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Fin de siglo olvidado

Parece que en este diciembre los medios de comunicación no han querido recoger la agotadora discusión que se mantuvo el año pasado sobre el cambio de siglo. La cuestión quedó zanjada al decidir, sin referendum pero por unanimidad, que nos disponíamos, en cualquier caso, a cambiar de milenio; algo que la llegada del año 2000 no podría negar.

En el ánimo de todos, cuando llegan las fiestas navideñas, está más el celebrar que el discutir, por eso nadie ya quiere volver sobre aquel espinoso asunto y acepta ahora, con auténtico placer, la llegada del nuevo siglo. Lejos de mí la tentación de resucitar viejas peleas domésticas, pero tengo cierto interés en manifestar el asombro que me produjo, antaño, la responsabilidad que a los matemáticos se atribuyó en aquella cuestión.

A mi modesto entender, cualquier ciudadano, sin necesidad de licenciatura en ciencias exactas, sabe, o debería saber, que el 31 de diciembre del año 99, habría transcurrido un siglo si el año cero tuvo lugar; pero si tal cosa no ocurrió, hubimos de esperar al 31 de diciembre del año 100 para poder anunciar la llegada del segundo siglo de nuestra era. La pelota, pues, para el tejado de los historiadores y expertos en calendarios; porque no entiendo qué pintábamos los matemáticos en esta discusión. Claro que a veces me asalta la terrible sospecha de que una inmensa parte de los individuos no alcanza a comprender que cuando termina el año 1 han transcurrido dos años si contamos un año 0, pero sólo habrá pasado uno si ese año 0 no se cuenta.

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