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A Rafael Martín Vázquez le gritaban desde el fondo sur del estadio Bernabéu aquello de "¡Mari Pili, vete a la cocina!". Lo peor es que se lo chillaban también desde el otro fondo, desde el norte, habitualmente inalterable y en su mayor parte formado por aficionados con un latiguillo: "Como Di Stéfano, ninguno". M.V. era un prodigio de destreza y habilidad sobre el terreno de juego, pero nunca caló entre sus propios aficionados porque fichó por el Torino y porque a la hora de ayudar en defensa se tomaba unas vacaciones en Ibiza. Lo mismo le sucedió a Manolo Velázquez o Vicente del Bosque, o a José Eulogio Gárate en el Atlético de Madrid. Es lo que, mucho más recientemente, le ha pasado sin ir más lejos a Iván de la Peña en el Barcelona. Y por eso mismo, Juan Gómez (q.e.p.d.), Luis Aragonés o Hristo Stoichkov están aún en el corazón de los seguidores de esos tres equipos. El caso de Juanito es sencillamente espectacular, porque nueve años después de su muerte siguen tributándole homenajes en el estadio que le vio triunfar.

Esa afinidad se consigue en contadas ocasiones, y tiene al menos dos particularidades: Constituye una religión para los admiradores del equipo de marras (uno es "juanitista" hasta la muerte y con todas las consecuencias), e incomprensible para el resto (Stoichkov era un héroe en el Nou Camp y vituperado en el Santiago Bernabéu). Si a mí me hubieran pedido que eligiera al mejor futbolista de la historia del Manchester habría respondido que Bobby Charlton o George Best –por lo que me contaron–, o ese Nureyev del fútbol llamado Ryan Giggs, finísimo, elegante, volando con el balón pegado a la bota. Habría elegido a David Beckham o a Roy Keane. Lo que sucede es que yo, desafortunadamente, no he pisado aún Old Trafford, el teatro de los sueños. Por eso habría errado la respuesta.

Para la mayoría de aficionados del Manchester encuestados por la revista United, su jugador más valioso ha sido Eric Cantoná. Por encima de todos los anteriormente citados. King Eric llegó al club a principios de los noventa y lo abandonó en 1997 y ha sido, para Fergusson, el desencadenante de la explosión del club. El delantero francés era magnífico, un trolebús arrollador dentro del área, un "Palermo bueno" para que nos entendamos. Mucho mejor (no quiero ser dudoso al respecto). Aunque su chispa tuvo siempre que ver mucho más con el corazón que con la cabeza, o incluso los pies. El cuello de la camiseta hacia arriba, la fiereza de su mirada, un carácter de mil demonios... ¡Algo iba a pasar porque allí estaba Cantoná! Y al final pasaba. Ahora ha vuelto a suceder; que los aficionados de un club inglés elijan a un futbolista francés como el mejor de su historia habla bien a las claras de la educación futbolística de los británicos. Chapeau para ellos. Y una pregunta: ¿Habría ocurrido lo mismo si hubiera sido al revés?

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