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He pensado mucho antes de escribir este artículo, pero es que últimamente no hago más que darme de bruces con Oiarzabal; hasta el punto de que cuando alguien habla de montañismo en España parece imposible no hacerlo con Juanito. No quiero malentendidos. Vaya por delante mi rendida admiración hacia todos aquellos valientes que, con las manos desnudas, un piolet y la insípida comida de los astronautas, deciden echarle un pulso desigual a Su Majestad La Montaña. Llegar arriba del todo debe constituir una experiencia única, pero hay que tener mucho arrojo y un corazón a prueba de bombas para soñarlo, primero, y lograrlo después. Y la mayoría no somos así. Yo, por ejemplo, pertenezco a la grey de los cobardicas, de los "gallinas".

Echa la oportuna salvedad, a lo que iba. ¿No se han fijado ustedes que resulta imposible no toparse con Oiarzabal? Jamás he visto-oído-leído una cosa igual. Oiarzabal en el campamento base. Oiarzabal a los mil metros. A los dos mil. A los tres mil. Juanito alcanzando los cuatro mil. Oiarzabal fotografiado a lomos de un ñú. Oiarzabal y su guía sherpa haciendo la "uve" de la victoria. Oiarzabal recitando a Kipling. Y, ¡cómo no!, Oiarzabal clavando allá y acullá tal o cual banderita ante los sorprendidos tibetanos que no entienden nada de nada. La última: la señora de Oiarzabal "chateando" para contarnos a todos las aventuras de su marido.

Fíjense cómo será la cosa que he llegado a pensar que en este país hay un sólo escalador, e incluso el otro día tuve una pesadilla. Oiarzabal se me subía encima y me clavaba en la calva una de sus inacabables banderitas (no fue complicado, sólo mido 1,65). Me parece excesivo e injusto. No se habla de expediciones sino de Oiarzabal, y cualquier deportista sabe que es imposible alcanzar la cima del Everest (8.882 metros) sin la colaboración de un equipo. Es probable que Juanito no pretenda eso, pero me huele fatal el excesivo personalismo, el cultivo del ego.

No pretendo generar ninguna decepción a nadie, pero el 29 de mayo de 1953 una expedición dirigida por sir Edmond Percival Hillary ya hizo cumbre en el Everest. Con él iba Tensing Norkay, un sherpa; ya antes que ellos, el coronel Hunt dirigió otros equipos de similares características. Más tarde, y en condiciones incomparables a las actuales, alcanzó junto a Vivian Fuchs el Polo Sur (4 de enero de 1958). Todo ello queda recogido en High Adventure, East of Everest o The Crossing of Antarctica. Un canto al trabajo en equipo sin el que resulta imposible auparse al mirador del mundo. Una lección de humildad.

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