Alan Greenspan acaba de sorprendente nuevamente a todos, aunque probablemente no para bien. A una hora tan taurina como las cinco de la tarde en España, el presidente de la Reserva Federal estadounidense anunció un recorte de medio punto en los tipos de interés para dejarlos en el 4,5%. De esta forma, Greenspan ha abaratado el precio oficial del dinero en dos puntos en los últimos seis meses.
Los mercados recibieron la decisión de Greenspan con euforia. Sin embargo, un análisis sosegado revela más bien que hay motivos serios de preocupación. Por ejemplo, al presidente de la Fed le ha bastado el pequeño respiro que le ha dado esta semana la inflación estadounidense para recortar tipos, con intensidad y por sorpresa. Esto lleva a pensar inevitablemente en que la economía estadounidense está peor de lo que dice,... o de lo que calla. Porque no parece muy lógico una relajación tan drástica y en tan poco tiempo de la política monetaria, justificada por el estado de salud de las empresas, según la Fed, precisamente en la misma semana en que se conocía que la producción industrial estadounidense empieza a remontar el vuelo.
El problema fundamental es que ni Greenspan ni el resto de autoridades económicas estadounidenses parecen comprender la verdadera naturaleza del frenazo en seco de la primera economía del mundo. Parte tiene que ver, por supuesto, con el pinchazo de la burbuja de los valores tecnológicos y de la nueva economía que cotizan en Bolsa. Es cierto y eso tiene un efecto sobre el crecimiento económico porque, al reducir la riqueza de los ciudadanos con la caída de las cotizaciones, también disminuye el consumo y, con ello, el crecimiento económico. La propia crisis de las empresas de la nueva economía también aporta su granito de arena, debido a la política de despidos a que se ven abocadas para sobrevivir. Pero, sobre todo, lo que ocurre al final es que la vieja economía termina por imponer sus reglas.
Ningún país puede mantener un crecimiento económico sostenido y estable con un déficit exterior cada vez más abultado y batiendo constantemente récords históricos. Esta situación normalmente se corrige con la depreciación de la moneda, lo que estimula las exportaciones y frena las importaciones. Sin embargo, la Administración estadounidense, con George W. Bush a la cabeza, ha apostado con fuerza por un dólar fuerte con el fin de evitar, en la medida de lo posible, que el recién nacido euro sea una moneda que compita cara a cara con el “billete verde”. Y ahora está pagando las consecuencias.
De momento, la primera reacción del euro a la decisión de la Fed ha sido la de debilitarse. La pregunta ahora es cuánto tiempo podrá resistir el dólar en estas condiciones, con una coyuntura como la estadounidense en la que no se sabe si remontará pronto el vuelo o si, por el contrario, los males que la aquejan son mucho más graves de lo que Greenspan da a entender. La dura terapia monetaria que está aplicando el presidente de la Fed invita a pensar en lo segundo.

La sorpresa de Greenspan

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