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Federico Jiménez Losantos

El viejo KGB y el nuevo Gorila Rojo

Todo el terrorismo que ensangrentó a Europa y América en los años 70 y 80 se fraguó en la década anterior, en la Conferencia Trilateral de La Habana, con el KGB soviético como maestro armero y Fidel Castro como legionario del terror y hotelero del crimen. La visita de Chávez a Putin y el extravagante eje Moscú-Caracas descubierto por el estrafalario dictadorzuelo caribeño auguran una reedición de aquel negocio de la sangre que desestabilizó especialmente a Iberoamérica y, en primer lugar, siniestra paradoja, a Venezuela.

Treinta mil muertos venezolanos costó entonces la insurrección revolucionaria patrocinada y promovida desde La Habana. Un joven ministro del interior del Gobierno de Acción Democrática, llamado Carlos Andres Pérez, dirigió la guerra sucia contra los guerrilleros castristas, consiguiendo un éxito militar aunque no moral que su amigo de madurez Felipe González quiso reeditar en España con el GAL. Por lo visto, ya se han olvidado en Venezuela de que ese país fue el primer objetivo de desestabilización comunista en el continente. Peor aún, tiene al frente a un psicópata que quiere sembrar fuera la miseria moral y material que le sobra dentro.

Mientras Chávez perfila definitivamente su dictadura nacional, ya está creando la estructura internacional que le permitirá emular al joven Fidel Castro. Y es de nuevo el KGB, tras recuperar el Poder en Rusia a través de su comisario Putin, el que respalda el aventurerismo antidemocrático del nuevo Gorila Rojo. El viejo no descansa: ya está en Trípoli visitando a otra momia del terrorismo sin fronteras, el alunado Gadaffi, repuesto al parecer de las secuelas del atentado de Lockerbie. Si todavía nadie se toma en serio a Chávez, a pesar del discurso y de la compañía, es que no sólo los venezolanos que lo votan tienen al simio colorado que se merecen.

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