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Jorge Salaverry

¿Amnesia, masoquismo o qué?

La última encuesta de M&R Asociados arrojó un resultado asombroso: las personas de mayor edad están más dispuestas que los jóvenes a votar por el candidato presidencial sandinista, Daniel Ortega. Sólo 34,7 por ciento de las personas comprendidas entre los 16 y los 25 años de edad votarían por ese candidato, mientras que 39,5 por ciento de las personas mayores de 35 años estarían dispuestas a concederle su voto. Es un resultado verdaderamente sorprendente y no me extrañaría que el más sorprendido de todos sea el mismo Daniel Ortega.

El gobierno presidido por el señor Ortega en la década de los años 80 fue, bajo cualquier punto de vista que se le evalúe, un verdadero desastre para la vasta mayoría de nicaragüenses. Los mismos dirigentes rojinegros así lo reconocen ahora cuando juran que no cometerían los "errores" del pasado si volviesen al poder.

Pero volvamos al resultado de las encuestas. Se esperaba que la gente de más edad, por ser capaz de recordar más vívidamente los horrores del sandinismo, estaría menos dispuesta que los jóvenes a votar por Ortega. Pero la encuesta sugiere lo contrario.

Lo primero que se me ocurre es un posible caso de amnesia, o lo que es lo mismo, una pronunciada deficiencia de memoria histórica. Es posible. Algo parecido –aunque en menor grado– ocurre actualmente en el Perú, donde el candidato del APRA, Alan García, que destruyó ese país cuando fue presidente, tiene a su favor un generoso porcentaje de la intención de voto.

La amnesia, en consecuencia, es una posibilidad. Otra sería una posible inclinación masoquista que hace que algunas personas experimenten placer en el dolor propio. La primera posibilidad no me satisface mucho y la segunda menos. No creo que haya muchos masoquistas en Nicaragua. ¿A qué puede deberse entonces tan extraño resultado? Es posible que la explicación ande por el lado del empleo.

Veamos. Los sandinistas –fieles a su ideología socialista tercermundista– creían que el desempleo era una perversión del sistema capitalista que ellos ansiaban destruir y, por consiguiente, era posible lograr el pleno empleo con sólo que el Estado se lo propusiera. Convirtieron entonces al Estado en un gigantesco empleador. Los sandinistas financiaron tal macrocefalismo burocrático, primero, con la riqueza nacional que se había acumulado antes que ellos llegaran al poder, y con los préstamos y donaciones que "los muchachos" recibían a manos llenas de algunos países y organizaciones internacionales. Mientras tanto, la producción decaía aceleradamente como consecuencia de las políticas económicas erradas y de la brutal represión de ese régimen contra los empresarios. Posteriormente, y a medida que los donantes se desilusionaban de “los muchachos”, fue la “maquinita” de imprimir billetes del Banco Central (sin respaldo), la que financió el improductivo empleo estatal. Pero la realidad no tardó en hacerse presente con una tasa de inflación jamás vista en Nicaragua. Entonces no les quedó más remedio que despedir burócratas (“compactar” decían ellos eufemísticamente, así como también usaban el término “recuperar” para ocultar lo que era un vulgar robo) .

Pero ahora pareciera que la gente recuerda sólo el empleo, y cree –de acuerdo a la misma encuesta– que un gobierno sandinista tendría mayor capacidad de generar empleo que un gobierno liberal. Quienes creen eso, están equivocados. Se acabaron los tiempos de las generosas donaciones y de la bien aceitada maquinita. La única manera de crear empleo en Nicaragua es a través de la inversión privada nacional y extranjera. Y para que haya inversión se necesita un gobierno que le dé confianza al inversionista, algo que el Frente Sandinista es totalmente incapaz de hacer. Y aún suponiendo que ese partido, una vez en el poder dejara de ser sandinista, es decir, socialista y populista, y se convirtiera en liberal, tendrían que pasar varios años antes que los inversionistas se convencieran de la veracidad de la conversión. Mientras tanto se abstendrían de invertir, con el consecuente aumento del desempleo.

Así vemos que no se trata ni de amnesia ni de masoquismo, sino de una simple y peligrosa expectativa equivocada.

© AIPE

Jorge Salaverry es corresponsal de AIPE en Nicaragua y miembro del consejo editorial del diario La Prensa.

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