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La calidad de la enseñanza

Y llegó de nuevo septiembre, un mes triste para todos pero mucho más para los escolares y profesores que dejan tras de sí unas largas vacaciones veraniegas. Con el inicio del nuevo curso el ministerio de Educación debe retomar el asunto que dejó pendiente para este otoño, la llamada Ley de Calidad. Se esperan las prometidas reformas en la enseñanza secundaria que ayuden a resolver los problemas de convivencia que la implantación de la LOGSE ha llevado a muchos centros educativos.

Pocas son las competencias que le quedan al MECD en materia de educación, poco puede hacerse ya desde Alcalá 34; los centros, los profesores y la inspección dependen de las Consejerías de Educación de las Comunidades Autónomas. Por eso ahora, más que nunca, debía el gobierno dar unas líneas claras sobre los principios pedagógicos que deben inspirar la gestión educativa. Porque no es posible que todo el mundo reclame “calidad en la enseñanza ” y que cada uno entienda diferentes cosas cuando a esa calidad se refiere.

Hay quien no entiende esa mejora en la calidad de la enseñanza si no se inauguran nuevos y mejores centros escolares, salas de informática con magníficos ordenadores, preciosas bibliotecas y si no se incrementa el número de profesores, de pedagogos y de psicólogos. Para ellos calidad es sinónimo de medios y creen que cuanto mejores sean éstos mayor será la calidad de nuestra educación.

Sin embargo, para quienes conocemos bien la situación de nuestra enseñanza pública, calidad y gasto son cosas distintas. Y es que sabemos que la calidad de la enseñanza pasa por recuperar unos valores que hace tiempo fueron olvidados. Pasa por recuperar el valor del esfuerzo, de la disciplina, del trabajo bien hecho, de la seriedad, de la reflexión individual, del respeto a los demás, de los buenos modales y la educación.

Unos valores que suenan ahora tan políticamente incorrectos que pocos se atreven siquiera a mencionar pero que la gran mayoría de padres y profesores llegan a reconocer cuando son capaces de olvidar los compromisos adquiridos con ese vano y absurdo lenguaje que domina en la moderna pedagogía.

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