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Alberto Míguez

Bailad, bailad malditos

En un comentario ejemplar de Diana Molineaux desde Washington publicado en Libertad Digital podía leerse que “las imágenes de los palestinos bailando no quedan compensadas con el pésame de Arafat”. Debería haber llegado para Arafat y sus amigos la hora de la contrición y el realismo después del horror y el terror. No es seguro que así sea. Mejor dicho, es casi seguro que no será así.

Los niños y adultos bailando por el genocidio en las calles de Gaza son el resultado de una política de odio étnico y religioso que Arafat y sus amigos han ido promoviendo durante estos años. Quien siembra vientos, recoge tempestades. Haber convertido a los niños en rehenes de la nueva intifada tiene estas consecuencias. El problema está en que este rumbo conduce al matadero. ¿Es sobre un campo de ruinas donde Arafat desea construir el futuro –hoy ya menos futuro– Estado palestino?

La imagen del jolgorio tras el baño de sangre ha conmovido tanto a la opinión pública mundial como el derrumbe de las torres de Nueva York. ¿Cómo pueden ser los dirigentes palestinos tan irresponsables, criminales y finalmente idiotas como para promover estas expansiones? ¿Cómo no hubo una voz o un brazo sensatos que prohibieran tales excesos? El síntoma es pésimo para el futuro: el futuro de todos, israelíes y palestinos. Pero también para el futuro global del planeta.