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La guerra, como la de Troya en el teatro, no tendrá lugar. No lo tiene todavía. No es seguro que lo tenga. Pakistán, Afganistán y Estados Unidos han comenzado a jugar un complicado ajedrez a tres bandas en el que todos dicen lo que tienen que decir pero nadie sabe lo que el otro quiere realmente hacer ni lo que está haciendo. De momento, ha estallado una guerra de nervios y en los USA el Gobierno parece haber emprendido una movilización contra el reloj. Las declaraciones de Dick Cheney a la NBC sólo pueden entenderse así: como una forma de hacer tiempo, que para muchos equivale a ganarlo, dirigiendo la atención de la gente hacia el pasado inmediato y los detalles de la tragedia, en vez de al futuro inminente y la necesidad de castigarla. Argucia de viejo político y de vuelo corto: cuantos más detalles se den sobre el crimen, más se le va a exigir a la policía, aunque sea unos días después. Pero tampoco es de extrañar que una masacre para el espectáculo provoque la teatralización de la respuesta a esa masacre.

Sin embargo, ni la respuesta puede ajustarse al guión de los terroristas ni los USA deberían abdicar de lo que han proclamado: el comienzo de una larga guerra contra todas las formas de terrorismo que amenazan a los países occidentales, empezando naturalmente por el islámico. El reto de la realidad es tan descomunal que sin duda a la clase política norteamericana le rondará la tentación clintoniana tras la masacre de las embajadas de Kenia y Tanzania: un par de bombardeos y a buscar otra guerra lejana para fotografiarse. Antes de Kosovo lo adelantó Hollywood en “Watching the dog”. Clinton se limitó a ajustarse al guión de la previsible golfería politiquera. No es de extrañar que la vieja guardia de la Casa Blanca quiera salvar los muebles mediante la cosmética para ahorrarse la cirugía. Por supuesto, sería un error que luego tendrían que rectificar, pero en ese tiempo la victoria de los enemigos de Occidente sería espectacular, en todos los sentidos del término. Por eso, de momento, ésta es sólo una guerra de nervios. O dicho de otro modo: en cada minuto late la guerra.

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