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Juan Manuel Rodríguez

Maldita curva Tamburello

Enzo Ferrari no pudo verle conquistar su primer Campeonato del Mundo; y sin embargo, en su libro "Piloti, che gente", ya presagiaba todas las virtudes que luego hicieron grande a Ayrton Senna da Silva como piloto de la Fórmula Uno: "tiene el instinto y el gusto de la velocidad", escribiría el magnate italiano cuando Senna daba sus primeros pasos.

Era innegable que poseía el instinto necesario para correr. El monoplaza está fabricado para dar espectáculo, pero en un descuido cualquiera puede transformarse en una máquina de muerte; no se trata exclusivamente de apretar a fondo el acelerador. Para llegar el primero, hay que poseer corazón e intuición, además de un exacerbado instinto de conservación. Tras una vuelta espectacular en el Gran Premio de Mónaco, Senna dijo lo siguiente: "Estaba en otra dimensión diferente, en un túnel, más allá del límite". Sólo él podía saber a qué se estaba refiriendo exactamente.

En cualquier caso, el mejor piloto de la historia abrió de par en par la puerta de ese túnel en la curva Tamburello del circuito de Imola. Murió a los 34 años de edad, habiendo conquistado en tres ocasiones -1988, 1990 y 1991- el Mundial de velocidad. En Brasil no se recuerdan escenas parecidas de desesperación entre la gente. Al conocer la noticia, se lanzaron a la calle y se produjo algún suicidio atribuido al fallecimiento del gran campeón. La tragedia se produjo el 1 de mayo de 1994 y, junto a todo lo que sucedió con posterioridad (se llegó a hablar de accidente voluntario), es el mejor guión posible para una película.

No conozco a nadie que pueda interpretar con más acierto a Senna que Antonio Banderas. El actor malagueño se encuentra ya inmerso en el rodaje del film que llevará a la gran pantalla la vida del astro brasileño. Será muy interesante, porque la familia ha prometido desvelar datos que sólo ellos pueden conocer. Tras el estudio del protagonista, Banderas ha comentado que Ayrton era un hombre atormentado y que predecía que iba a morir. En 1998, tras aquel carrerón de Mónaco, siguió diciendo: "De repente tuve la sensación de que no era yo quien conducía el coche". Es probable que fuera esa la impresión de alguien que circula a 300 kilómetros por hora. Y también es muy posible que llegara un momento en que, realmente, ya no pilotara él, ¿verdad?

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