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Alberto Míguez

Helicópteros y comandos

Hasta ahora, la guerra de Afganistán se había procesado en el terreno de la alta tecnología militar y las operaciones aire- tierra. Entramos ahora en la segunda fase: era inevitable porque si se deseaba, por ejemplo, detener o neutralizar al dirigente de los talibanes o al propio Ben Laden había que hacerlo sobre el terreno y mediante comandos de operaciones especiales apoyados por fuego artillero aéreo o helicópteros artillados.

La nueva etapa puede ser más onerosa en víctimas que la anterior, pero obviamente con eso ya contaba el alto mando norteamericano-británico. El apoyo de mil soldados australianos, recién llegados al campo de operaciones, se explica precisamente por las características de la etapa actual.

Claro que esta etapa debe tener una duración razonable porque sería peligroso que los comandos se eternizasen en un labor de búsqueda y avance mientras el invierno se anuncia. Este tipo de operaciones deben ser rápidas y contar con una logística bien administrada y próxima. El papel de Pakistán, de Uzbekistán y Tayikistán resulta en este sentido clave.

Ninguno de los dos objetivos marcados por el Pentágono (la captura de Ben Laden y el derrocamiento del régimen talibán) se han logrado hasta ahora. La opinión pública norteamericana y mundial (sobre todo la primera, pero también la otra) necesita con cierta premura resultados, la demostración de que el imperio en su contra-ataque es temible y cumple sus amenazas.

Hay el peligro de que sin estos resultados la imagen internacional de Bush y sus generales se empañe. Hay también el peligro de que la reacción antinorteamericana, a nivel mundial, aumente. Sobre todo en los países árabes del Golfo y en los musulmanes asiáticos (Indonesia, Malasia, Filipinas) pero también en algunos africanos. La victoria haría que esta efervescencia se redujera: los pueblos son veleidosos, los gobernantes son timoratos y la historia se escribe en renglones torcidos.

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