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EDITORIAL

Sindicato de Estudiantes (marxistas y revolucionarios)

Los dirigentes del Sindicato de Estudiantes, principal organizador de las protestas contra la LOU, tienen razón cuando dicen que conocen perfectamente el proyecto de ley. Tanto es así que en su web le dedican un análisis pormenorizado, el cual se centra sobre todo en el nuevo sistema de acceso a los estudios superiores (cada universidad establecerá los procedimientos de acceso), en la estructura de gobierno de las universidades (menos poder para los representantes estudiantiles), en la evaluación de la calidad de la enseñanza, y en la posibilidad de que empresas privadas contraten o encarguen trabajos de investigación.

No es posible, pues, achacar su cerril oposición al desconocimiento de los principales aspectos de la futura ley. La ministra pierde el tiempo intentando convencer y explicar las bondades una ley cuyo único defecto es quedarse corta en las reformas.

Los medios de comunicación —ya sea por convicción o por la autocensura que la “corrección política” impone— no destacan una circunstancia elemental: la inspiración doctrinal del Sindicato de Estudiantes es el más rancio marxismo-leninismo. Ellos mismos se definen como “una organización de izquierdas, anticapitalista y revolucionaria” y, consecuentemente, rechazan con virulencia cualquier medida que huela siquiera a promocionar la excelencia y la competitividad. Cualquier cosa antes que permitir que sean los estudiantes más capaces quienes accedan a la Universidad o que sean los profesores más competentes los que impartan las clases. Una actitud, por cierto, que fomentan bastantes catedráticos, cuyas únicas razones para estar en la Universidad son vender sus libros e imponer coactivamente sus trasnochadas intoxicaciones políticas —con cargo al contribuyente— a la mayoría silenciosa de sufridos estudiantes que lo único que pretenden es cualificarse lo mejor posible para ganarse la vida honradamente. No sorprende que una de las Universidades donde más convocatoria han tenido las protestas sea la de Santiago, donde el BNG campa por sus respetos.

Sin embargo, no sería prudente cerrar los ojos ante el poder de convocatoria de esta organización y de otras similares. Ciertamente, muy mal tienen que estar las cosas en la Universidad cuando varios miles de estudiantes se dejan manipular por individuos cuyo máximo objetivo es destruir el sistema económico que permite pagarles los estudios. Décadas de “profundo respeto” ante la más cochambrosa demagogia, motivado por la depuración política que llevó a cabo el PSOE en la Universidad, y el acceso al profesorado y a la cátedra de individuos cuyo principal “mérito” era su filiación política serían factores a tener en cuenta para explicar la profunda desorientación e intoxicación que padece una gran parte de los estudiantes.

Pero quizá lo más importante es que el Sindicato de Estudiantes dispone de una organización y de unos medios cuyo numero de afiliados (que no es precisamente del dominio público) probablemente no justifica. Además, constituye una buena “cantera” para formar futuros políticos (no del Partido Popular precisamente). Y es que, al parecer, para ser político profesional de izquierdas en España, es preciso inocularse el virus del marxismo-leninismo revolucionario, cuyas secuelas de idiocia e irracionalidad acompañarán a la víctima toda su vida. Son muy pocos los que se curan totalmente, y la prueba está en la simpatía y el apoyo —como mínimo, verbal— que PSOE, BNG e Izquierda Unida prestan a los manifestantes. Nostalgias de la mocedad.

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