El anuncio del secretario general del PSOE de su viaje a Marruecos el próximo día 19 –en abierta contradicción con su postura de hace un mes, y sin que haya variado ninguna circunstancia desde entonces (el embajador marroquí sigue en Rabat)– carece de explicación lógica y moralmente presentable, tanto desde el punto de vista de los intereses de España como de los del PSOE. Salvo que Zapatero haya empezado a actuar según las pautas habituales de Felipe González, que consisten en estorbar todo lo posible en la escena internacional o nacional, a ver si arruinando a la nación consigue arruinar, aunque sea un poco, al Gobierno de Aznar, su única obsesión.
Hasta ahora, Zapatero hacía, o por lo menos decía que iba a hacer, justo lo contrario. Sin embargo, la presión del entorno felipista debe haberse hecho tan fuerte o Zapatero está tan desorientado que ya no vacila en seguir las pésimas costumbres de su inconsolable predecesor. Con una diferencia: González ya no tiene nada que perder. Zapatero, todo. Y este es el camino de hacerlo.
Desde el punto de vista de los intereses de España, es el peor momento –si hubiera alguno bueno– para halagar a Mohamed VI, inmerso en la tradicional política de desviación de las tensiones interiores hacia el exterior, incapaz de controlar las peleas de clanes dentro y fuera de Palacio, amén de molestar cuanto puede sobre Ceuta y Melilla. Pues bien, en esta situación delicada y cuando es más preciso que España muestre una posición firme y sin fisuras ante el incómodo vecino, allá que va Zapatero en calidad de “mediador”. Curioso mediador al que ni unos ni otros han solicitado mediación alguna.
Por otra parte, ¿es que Zapatero pretende mantener alguna equidistancia entre España, su país, y Marruecos? Si fuera cierto, debería ocultarlo, porque eso lo descalifica como posible Jefe del Gobierno español. Pero es que, además, con la intención se queda, porque sólo puede conseguir tres cosas: alegrar al sultán, enfadar al Gobierno español y quedar en ridículo. No sabemos cuál perjudica más a Zapatero, pero a España le perjudican todas. Particularmente la de tener como Jefe de la Oposición a una persona sin criterio, sin seriedad y sin fiabilidad.
Hacer oposición en uno de los frentes más delicados de nuestra política exterior –interfiriendo, al tiempo, en una potestad que la Constitución reserva para el poder Ejecutivo y en la que ni siquiera el Rey puede oponerse al Gobierno– donde la inmensa mayoría de la sociedad española apoya la postura del Gobierno, no puede resultar rentable, ni siquiera electoralmente. Tampoco es previsible que produzcan avalanchas de votos las declaraciones de Trinidad Jiménez, secretaria de Política Internacional del PSOE, quien en una entrevista para ABC aboga por mantener una buena relación con Marruecos casi a cualquier precio y desde una exquisita sensibilidad para con los “argumentos” de Rabat, al tiempo que se permite recordarle al Gobierno que sin la voluntad de los gibraltareños no es posible resolver el contencioso de Gibraltar. O sea, lo mismo que dice Peter Caruana. Parece claro que esta Minerva de la diplomacia –salida de la cabeza de Júpiter González– es quien induce a Zapatero a emprender su hazaña viajera. Con tales maestros no es de extrañar que el discípulo ande de cabeza.
Zapatero no sabe –o por lo menos no demuestra saberlo– ni qué Estado quiere para España, ni qué educación necesitan los estudiantes españoles, ni, ahora, a qué país debe lealtad en exclusiva. ¿Hay algo, aparte de sonreír, que sepa realmente Zapatero? Pero incluso la sonrisa, en el caso del sultán de Marruecos, está contraindicada. ¿Qué se le ha perdido a Zapatero en Rabat? ¿El programa, el partido, la cabeza? Lo mejor que podía hacer es quedarse en casa. De otra forma, a la incoherencia y a la deslealtad, todavía añadirá el ridículo. Hemos de verlo.
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