Los rectores de las universidades públicas han convocado casi el triple de plazas de profesores funcionarios que en el año 2000, según informó El Mundo el martes. Por si había alguna duda acerca de la necesidad de reformas en la Universidad pública, los rectores la han despejado completamente. Para eludir el sistema de selección que prevé la LOU, han aprobado la convocatoria de más de 8.000 plazas cuya adjudicación se decidirá por el sistema de tribunales “a la medida” que prescribe la vigente LRU cinco miembros, de los que dos son propuestos por el centro que convoca la plaza en lugar de por el sistema más severo que prescribe la LOU siete miembros elegidos aleatoriamente.
Es la última oportunidad para que departamentos, decanos y rectores puedan elegir al personal docente casi con total discrecionalidad. Es la última ocasión para que los dirigentes de la Universidad la gestionen, no como si fuera su academia particular, en tal caso tendrían que elegir a los docentes con criterios más próximos al mérito y la capacidad y más lejanos de la amistad o la filiación política, sino como su capilla de acólitos y corifeos, donde ejercen de sumos sacerdotes y donde los gastos que ocasiona el “culto” corren a cargo del contribuyente.
Es normal que, ante el cese de su enorme influencia y el fin de su “califato” vitalicio, los rectores hicieran causa común con estudiantes totalitarios y paniaguados de todo género. Y es también lógico que el PSOE, padre de la LRU y referente político de muchos de los rectores a los que contribuyó a aupar también estuviera presente en las esperpénticas manifestaciones estudiantiles, donde ¡qué extraño! sólo se veían banderas republicanas, eufemismo de las rojas con la hoz y el martillo.
Ni qué decir tiene que el incremento en las plazas convocadas (preadjudicadas cabría decir) no responde a una necesidad objetiva, como podría ser el incremento del alumnado (en constante descenso), y que servirá para bloquear por al menos tres años el acceso a la docencia de muchos doctorandos y de otros candidatos “molestos” que no se ajusten a la ortodoxia imperante o a las preferencias de los rectores.
Es triste comprobar cómo quienes deberían dar lecciones de abnegación y desprendimiento (la docencia, por lo menos antaño, era una profesión vocacional) enseñan a sus alumnos y a la sociedad que, por encima de todo, la prioridad es la defensa de los privilegios y las sinecuras. Santiago Ramón y Cajal, después de rechazar el Ministerio de Intrucción Pública, cuando fue nombrado director del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, lo primero que hizo fue reducirse el sueldo a la mitad y crear la generación de científicos más brillantes de su época. Su labor en pro de la ciencia y de las humanidades fue el germen del actual CSIC. Es una pena que haya tenido tan pocos imitadores, pero cuando la Universidad se politiza y responde a intereses bastardos, la primeras víctimas son, precisamente, la abnegación y la verdadera vocación docente.
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